Traspasar
una nueva puerta siempre es un reto, por la ansiedad ante lo que te espera e
ignoras y por la tristeza de lo que dejas atrás y, bueno o malo, nunca olvidas.
Pero tras cada puerta siempre aparece una nueva experiencia. “¿Qué lees?”, “arte
gótico”. Yo la llamaré Ana. Es una niña con luz, su lisa melena rubia, sus ojos
pequeños y azules, su cuerpo menudo y su voz dulce hacen inevitable fijarse en
ella, aunque se empeñe en escabullirse en una esquina, justo donde la luz de la
ventana se esconde. Apenas te mira cuando hablas con ella.
Siempre ausculta el
espacio, como buscando una amenaza, como sospechando una herida. Su historia es
la de muchas niñas de su edad, embelesadas por un chico altivo, desinhibido y,
quizá, guapo. Uno de esos chicos malos que atraen a algunas niñas sin malicia.
Quizá por verle como un padre protector, quizá por que su labia las envuelve,
quizá porque su falta de miedo las fascina, quizá porque su fuerza y fiereza,
su incapacidad para autolimitarse las abre paso a todo y a todos. Pero un día
Ana descubrió que en sus manos ella solo era una cosa, una cosita linda que se
podía exhibir y para no perderla, controlar. “Es un manipulador, un tirano que
me ha reducido a un ser sin alma, siempre a su servicio, siempre obedeciendo,
siempre recordándome que yo soy inferior y que debo dar gracias porque alguien
como él se fije en mi”. Cuando Ana quiso dejarle llegaron los problemas. Las
llamadas intempestivas, las amenazas a la puerta de su instituto, la angustia
de verle en la calle. El miedo. Y ese miedo y esa pesadumbre apresa tú alma
hasta reducirte a nada. Hoy Ana, de vocación enfermera y en último curso de
bachillerato lucha contra su depresión, busca su camino, rehacer su dignidad e
intentar, en lucha contra su mente, no perder su sueño de un día cuidar de
otros. Entre el ir y venir de las enfermeras y el quehacer errático de nuestros
compañeros se nos ha pasado la mañana. Entre palabras, entre alguna lágrima
furtiva, entre algunas Historias de España, envuelta en esa luz que solo tienen
las personas buenas.
Ha cerrado
su libro de historia cuando me iba. “¿Vendrás mañana?”, “si, a las 9,30” , “Es que quería
preguntarte una cosa de arte. Y hablar un poco de todo, Por que tu eres
profesor, no?” ”Lo fui. A las 9,30 Ana, no faltaré”.
Ha sido una
mañana hermosa, envuelta en la melancolía de dos perdedores. Una niña con un
futuro esquivo y un viejo profesor sin un pasado relevante. Es mi nueva clase,
mi nueva tutoría, mi nueva niña.
A las 9,30
Ana, espérame a las 9,30
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