Decía mi
profesor de filosofía que estamos obligados por ley de vida, a dar pasos, pero
que todos nuestros pequeños pasos debían conducir a un mismo fin. Esa ha sido la filosofía doctrina que ha
marcado la vida y la obra del fotógrafo socio documentalista Sebastiao Salgado (Aimorés,
Minas Gerais, Brasil, 8 de febrero de 1944). Un hombre que, al margen de su
profesión ha demostrado que pequeños pasos, de muchas personas, pueden cambiar
el mundo.
Salgado, considerado
uno de los mejores fotógrafos del mundo, ha cubierto algunos de los grandes
dramas de la edad contemporánea (Afganistán, Ruanda, Sahel) al tiempo que ha
descubierto la riqueza de nuestro planeta y sus gentes. Esa es la causa de sus
numerosos premios (Premio Príncipe de Asturias de las Artes, 1998 por ejemplo),
que le han permitido actuar con libertad e independencia desde su propia
agencia fotográfica (Amazonas Images) que ha documentado y mostrado su obra
artística y ciudadana en magníficos libros como “Otras Américas”, “Génesis” o
“Éxodos”.
A medida
que su obra y su fama crecían Salgado ha ido tomando un sesgo más activamente
comprometido en su obra. Un ejemplo es su apoyo al “Movimento dos Sen Terra”
brasileño, que lucha por una reforma agraria y un cambio social que haga
posible un desarrollo más justo y sostenible. El hombre y la naturaleza, una de
las claves más importantes de la obra de Salgado.
Así, en 1998
comenzó a sentar las bases, junto a su mujer Lélia Deluiz Wanick, de una
institución sin la que no podemos entender la lucha contra la destrucción
ambiental de nuestro planeta, el Instituto Terra.
En esos
años, Salgado compró una vieja hacienda en su tierra de origen Aimorés, en el
estado brasileño de Minas Gerais, con la intención de devolver la tierra a su
estado en el Génesis. Así nació el Instituto Terra, una organización ambiental
dedicada al desarrollo sostenible del Valle del Río Doce, un lugar
profundamente deforestado y que gracias a Terra hoy ha sido declarado Reserva
Privada del Patrimonio Natural (PNHR) y donde más de 8.500 hectáreas han
vuelto a su estado original gracias a la reforestación, mediante la plantación
de más de cuatro millones de plantas de múltiples especies nativas del bosque
atlántico de Brasil, que primero crecen en sus viveros y luego son devueltos a
la madre tierra.
El éxito ha
sido tal que un perdido ecosistema ha tomado forma en Aimorés, con flora y
fauna propias de ese lugar, con una cadena trófica, a día de hoy, completa y
con agua que fluye de nuevo en sus manantiales gracias a la recuperación de una
tierra devastada por el pastoreo de las grandes haciendas.
El
instituto ha definido sus objetivos como la restauración del ecosistema, la
producción de plántulas del Bosque Atlántico, los programas de divulgación
ambiental, la educación ambiental y la investigación científica aplicada y la
protección de las condiciones de vida de la población rural de la región.
Salgado ha
fotografiado, paso a paso como crecía la vida en esa cuenca brasileña, como se
extendía el verdor, al tiempo que fotografiaba zonas aun vírgenes, aquellas que
él quiere restablecer, como una forma de saciar su ansia de justicia por todos
los desgarradores conflictos que se ha visto obligado a presenciar en medio
mundo.
Una de las
personas que más sabe de este proyecto es Jaeder Lopes, biólogo e ingeniero
agrónomo que ejerce como gerente de esta ONG, quien avisa que esta
reforestación no va a ser sencilla, pues es una lucha para abrir espacio a las
especies autóctonas frente a la colonización de las gramíneas del pasto para
ganado, que llegan incluso a matar a árboles que están naciendo. Y es que una
vez que el territorio ha sido devastado por el hombre, la recuperación
ambiental obliga a este a usar toda su tecnología, para superar los obstáculos
que él mismo ha creado.
Así, el
trabajo en los viveros es fundamental. Los viveros se orientan al sur, para
recibir más luz, las plantas reciben micro nutrientes, con nitrógeno, fósforo y
potasio y elementos que favorecen su crecimiento, como zinc, magnesio o azufre.
Junto a ello el control de plagas animales o vegetales es esencial. Y pese a
todo ese cuidado el trabajo puede no dar fruto, si el agua no llega, algo
propio en gran parte del año en esta zona subtropical.
Pero Terra
no es solo un instrumento para recuperar la tierra, sino también para recuperar
a sus gentes, creando en ellos conciencia y ciencia para revertir el terreno
muerto en selva y convivir luego con ella, mediante una economía sostenible.
Hoy ya hay 500
productores rurales implicados en el proyecto y se han recuperado 1.000
manantiales de los 375.000 que se pretenden recuperar en las próximas décadas, hasta
regenerar por completo el territorio.
En estos
años, el Instituto Terra ha formado a 72.000 personas muchas de las cuales han
comenzado a poner en práctica en sus haciendas la filosofía de este proyecto.
Lo curioso
es que toda está magna obra se ha financiado en buena parte desde España, un
país asolado por la desertización y los incendios. El gobierno asturiano ya
financió en 1998 las acciones de Terra en Brasil con una ayuda de 1.248.984
euros que han servido para poner en marcha un Centro Avanzado para la
recuperación ambiental y el desarrollo sostenible, en el que se forma a
técnicos agrícolas ambientales para coordinar las labores de reforestación. Desde
2002, la segunda parte del proyecto de reforestación ha contado con otros 660.000
euros del gobierno del Principado. Algo que, aunque agradecido, ha dejado
perplejo a Salgado que opina que lo mismo que él está haciendo en Brasil se
podría hacer en España, crear vida poco a poco, aunque sea a través de pequeños
pasos, de mucha gente.
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