martes, 17 de marzo de 2020

El Génesis, según Salgado




Decía mi profesor de filosofía que estamos obligados por ley de vida, a dar pasos, pero que todos nuestros pequeños pasos debían conducir a un mismo fin.  Esa ha sido la filosofía doctrina que ha marcado la vida y la obra del fotógrafo socio documentalista Sebastiao Salgado (Aimorés, Minas Gerais, Brasil, 8 de febrero de 1944). Un hombre que, al margen de su profesión ha demostrado que pequeños pasos, de muchas personas, pueden cambiar el mundo.
 
Salgado, considerado uno de los mejores fotógrafos del mundo, ha cubierto algunos de los grandes dramas de la edad contemporánea (Afganistán, Ruanda, Sahel) al tiempo que ha descubierto la riqueza de nuestro planeta y sus gentes. Esa es la causa de sus numerosos premios (Premio Príncipe de Asturias de las Artes, 1998 por ejemplo), que le han permitido actuar con libertad e independencia desde su propia agencia fotográfica (Amazonas Images) que ha documentado y mostrado su obra artística y ciudadana en magníficos libros como “Otras Américas”, “Génesis” o “Éxodos”.

A medida que su obra y su fama crecían Salgado ha ido tomando un sesgo más activamente comprometido en su obra. Un ejemplo es su apoyo al “Movimento dos Sen Terra” brasileño, que lucha por una reforma agraria y un cambio social que haga posible un desarrollo más justo y sostenible. El hombre y la naturaleza, una de las claves más importantes de la obra de Salgado.

Así, en 1998 comenzó a sentar las bases, junto a su mujer Lélia Deluiz Wanick, de una institución sin la que no podemos entender la lucha contra la destrucción ambiental de nuestro planeta, el Instituto Terra.


En esos años, Salgado compró una vieja hacienda en su tierra de origen Aimorés, en el estado brasileño de Minas Gerais, con la intención de devolver la tierra a su estado en el Génesis. Así nació el Instituto Terra, una organización ambiental dedicada al desarrollo sostenible del Valle del Río Doce, un lugar profundamente deforestado y que gracias a Terra hoy ha sido declarado Reserva Privada del Patrimonio Natural (PNHR) y donde más de 8.500 hectáreas han vuelto a su estado original gracias a la reforestación, mediante la plantación de más de cuatro millones de plantas de múltiples especies nativas del bosque atlántico de Brasil, que primero crecen en sus viveros y luego son devueltos a la madre tierra.


El éxito ha sido tal que un perdido ecosistema ha tomado forma en Aimorés, con flora y fauna propias de ese lugar, con una cadena trófica, a día de hoy, completa y con agua que fluye de nuevo en sus manantiales gracias a la recuperación de una tierra devastada por el pastoreo de las grandes haciendas.

El instituto ha definido sus objetivos como la restauración del ecosistema, la producción de plántulas del Bosque Atlántico, los programas de divulgación ambiental, la educación ambiental y la investigación científica aplicada y la protección de las condiciones de vida de la población rural de la región.


Salgado ha fotografiado, paso a paso como crecía la vida en esa cuenca brasileña, como se extendía el verdor, al tiempo que fotografiaba zonas aun vírgenes, aquellas que él quiere restablecer, como una forma de saciar su ansia de justicia por todos los desgarradores conflictos que se ha visto obligado a presenciar en medio mundo.


Una de las personas que más sabe de este proyecto es Jaeder Lopes, biólogo e ingeniero agrónomo que ejerce como gerente de esta ONG, quien avisa que esta reforestación no va a ser sencilla, pues es una lucha para abrir espacio a las especies autóctonas frente a la colonización de las gramíneas del pasto para ganado, que llegan incluso a matar a árboles que están naciendo. Y es que una vez que el territorio ha sido devastado por el hombre, la recuperación ambiental obliga a este a usar toda su tecnología, para superar los obstáculos que él mismo ha creado.

Así, el trabajo en los viveros es fundamental. Los viveros se orientan al sur, para recibir más luz, las plantas reciben micro nutrientes, con nitrógeno, fósforo y potasio y elementos que favorecen su crecimiento, como zinc, magnesio o azufre. Junto a ello el control de plagas animales o vegetales es esencial. Y pese a todo ese cuidado el trabajo puede no dar fruto, si el agua no llega, algo propio en gran parte del año en esta zona subtropical.

Pero Terra no es solo un instrumento para recuperar la tierra, sino también para recuperar a sus gentes, creando en ellos conciencia y ciencia para revertir el terreno muerto en selva y convivir luego con ella, mediante una economía sostenible.

Hoy ya hay 500 productores rurales implicados en el proyecto y se han recuperado 1.000 manantiales de los 375.000 que se pretenden recuperar en las próximas décadas, hasta regenerar por completo el territorio.

En estos años, el Instituto Terra ha formado a 72.000 personas muchas de las cuales han comenzado a poner en práctica en sus haciendas la filosofía de este proyecto.

Lo curioso es que toda está magna obra se ha financiado en buena parte desde España, un país asolado por la desertización y los incendios. El gobierno asturiano ya financió en 1998 las acciones de Terra en Brasil con una ayuda de 1.248.984 euros que han servido para poner en marcha un Centro Avanzado para la recuperación ambiental y el desarrollo sostenible, en el que se forma a técnicos agrícolas ambientales para coordinar las labores de reforestación. Desde 2002, la segunda parte del proyecto de reforestación ha contado con otros 660.000 euros del gobierno del Principado. Algo que, aunque agradecido, ha dejado perplejo a Salgado que opina que lo mismo que él está haciendo en Brasil se podría hacer en España, crear vida poco a poco, aunque sea a través de pequeños pasos, de mucha gente.




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