Hoy he visto en la televisión las manifestaciones de jubilados pidiendo justicia, poco antes de un “Sálvame” lleno de personas artificiales, y me han venido a la memoria mis tiempos de COU.
Recuerdo
como si fuera en este instante, aquel mes de mayo en que me preparaba para
salvar el último obstáculo hacia mis sueños.
En un mes
marcado por la llovizna me sumergía cada mañana en el proceloso mar del
razonamiento filosófico. Era la asignatura, de largo, a la que dedicaba más
tiempo y dedicación. No se si porque mi sobresaliente me daba confianza, porque
la materia me resultaba más abordable y asequible, o por la tímida y gigante
personalidad de mi bendito profesor.
Nunca hasta
entonces creí que pronunciaría esta frase, pero me resultaba inconcebible el
que al cabo de unos días ya pudiese cobijarme tras su inteligencia. Sabía que
le echaría en falta. Mucho, más de lo que él creía.
Iba a ser un
dolor severo no soportar sus inesperados cambios de carácter, tan pronto osco,
tan pronto calido. Su duro discurso, violento a veces en sus riñas, presas del
cariño que nos tenía y el interés que por nosotros le impulsaba de continuo.
Sus predicas matutinas, que convertían, a veces, sus clases en un mitin contra
todo que agrede lo humano, la razón, la verdad y la honestidad.
Aquella semana,
nos soltó otra de las suyas. Tocaba repasar a Ortega, y ni le nombramos.
Disertó contra lo divino y lo humano durante casi cuarenta minutos. Ante
nuestra atención más solícita. Gesticulando, moviéndose, manejando sus manos
como en el vuelo de un fénix. Golpeando nuestras conciencias. Sentía que nos íbamos,
y no quería desperdiciar un segundo en seguir sembrando. No le importaba el
temario, su objetivo, estaba claro, no era la filosofía, éramos nosotros.
La mañana
deambuló entre dos palabras. Dos pilares que debía sostener nuestra vida, desde
ese momento ya cercano, en que abandonáramos su nido.
“Ser
rebeldes, esto es, obrar y hablar según vuestra conciencia, y aquello que es
justo, aunque resulta a los demás incómodo”. “Y ser pudorosos”. Pudor, que
palabra en estos tiempos.
Mi profesor
de filosofía decía que el pudor es la actitud que emana de la honestidad moral
del individuo. Pero no como una forma de esconder el cuerpo y solo insinuar el
deseo, sino como una actitud de cautela, de reserva, de modestia, de
compostura, de prudencia que evite que un apetito desmedido o un sentimiento
exacerbado pueda herir, dañar o enervar a los demás, máxime cuando estos no
alcanzan lo que el destino nos ha deparado a nosotros, y ni siquiera alcanzan
el mínimo que la justicia demanda para cada uno.
Reconozco
que me fui aquel viernes del instituto con la inquietud de haber recibido un
dardo, más aun, un mensaje, en espera de que hiciera mella en mi alma. Y le
esquive, no le supe comprender. Pero es obvio que algo había escondido. Mi
profesor nunca disparaba al aire, siempre directo al corazón. Aquella noche le
entendí.
Volví
pronto a casa, eran días para descansar y estudiar. Me difumine en el sofá y
espere mi castigo, un programa del corazón a falta de mejor forma de fustigarme.
Uno de los
platos estrella de aquella noche era una entrevista a la ex mujer de José
Frade, un productor cinematográfico lanzado a la fama mediática por sus amores
con la Vedette Norma
Duval. El angelito se llama Adriana Rothlander y, claro, se despachó a gusto
con D. José. Mucho contó de las miserias del productor, la mayoría no las
recuerdo después de tantos años, pero si recuerdo una frase que aquella noche me
sacó de mi letargo, como si hubiera recibido la sacudida de un látigo.
Entre el
fervor de los periodistas presentes, más aun, entre su encorajinada
solidaridad, teñida de indignación hacia Frade, la pobre mujer relataba entre
sollozos como a penas podía mal vivir, con la exigua renta que le pasaba su ex,
tan solo 6.000 euros. No me lo podía creer. Para dejarlo aun más claro, una de
las “periodistas”, insistió con cara llorosa, “eso significa, que si quisieras
hacerle un regalo a tu nieto, o irte a la peluquería, no podrías, con esa
miseria”. La entrevistada, con aplomo, contestó que no, mientras relataba como,
incluso, en algunas ocasiones, debía ayudar a su servicio doméstico, muy
mermado ante sus escasos medios, poniendo la mesa. Algunas de esas periodistas
habitan hoy en “Sálvame”, y algunos de los personajes, persisten en sus
miserias.
Al fin
comprendí a mi profesor. Ya sabía lo que era el pudor. Ante miles de españoles
con dificultades severas para desarrollar una vida normal, ante miles de viudas
que viven con 400 € mensuales, ante un país en el que muchos autónomos ven
hundirse sus sueños y arrastran impagos millonarios, una mujer acostumbrada a
no dar golpe y vivir en el mayor relajo, se queja ante España de que vive en un
chalet de lujo, con servicio doméstico y un millón de pesetas al mes de
pensión. Posiblemente su tradicional nivel de vida le ha impedido madurar,
sopesar la vida discriminado lo grave, de lo serio, de lo importante y de lo
superfluo.
Es posible
que esa mujer sea miembro de esa parte de la raza humana que derrocha dinero y
recursos, no como ostentación, ni hedonismo, sino como una forma de rechazar al
resto de los humanos. Gastan y gastan para estar, tener y mirar lo que otros
no, es una forma de timidez, o de rechazo a lo humano o de exclusividad. No son
capaces de relacionarse, ante su inmensa debilidad, y se esconden de nosotros,
viven en guetos, pero por encima de nuestras cabezas.
Pero los
que dirigen los medios de comunicación, al iniciar un programa deben
reflexionar sobre el necesario pudor que debe envolver sus acciones. Una
actitud que necesariamente debe provocar las conciencias para arrancar de ellas
el conformismo y alentar la lucha por la justicia, no provocar, en tanto en
cuanto insultan la inteligencia de los demás, colocando en un peldaño superior
de gravedad, situaciones que no son más que grotescas muestras de lo imbéciles
que son algunos humanos. La falta de pudor se convierte así en una manera de
destruir la escala de la moral natural, descolgando los sufrimientos reales de
la gente, a la categoría de fantasías, y a quienes los sufren en seres
imaginarios, cuando la ficción, insultante, esta en estos programas.
Es como si,
es un suponer, nuestro presidente del gobierno, tuviera que dirigir un país
sumido en la crisis y el sufrimiento de sus conciudadanos, y no solo no
solucionara los problemas, misión para la que ha sido elegido y el
voluntariamente ha aceptado, si no que, además, hiciera ostentación de despilfarrar
el dinero, por ejemplo, en un cinturón de hermes de 600 €, un 50% más de lo que
cobra en un mes una viuda o un trabajador eventual a tiempo parcial. Menos mal
que es solo un suponer.
Me temo
que, como dijo aquella mañana mi profesor de filosofía, falta mucho pudor, y
más aun, mucha rebeldía.
Imagen, el
Periódico
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