Desde la antigüedad se designa con este nombre a los ciudadanos pobres que únicamente con su prole podían servir al Estado.
Desde el siglo XIX el término se identifica con quienes no poseen propiedad y están al margen del sistema político y los valores de la burguesía.
Los proletarios estaban concentrados en las ciudades, donde se ubicaban las industrias, diferenciándose claramente de los trabajadores agrarios por su forma de vida e intereses. Padecían duras condiciones de trabajo (larga jornada laboral, falta de higiene) e inseguridad (paro, inexistencia de seguro médico, de desempleo o jubilación). La concienciación de su precaria situación los condujo a la protesta y la reivindicación organizadas, pero también a la alienación y la desesperanza: algunos se sumieron en el alcoholismo, el juego o la delincuencia.
Al carecer de propiedades, se veían obligados a vender su fuerza de trabajo a cambio de un salario.
Desde mediados de siglo fueron encuadrándose en organizaciones con fuerte ideología (socialista o anarquista) que exigían no solo las mejoras de sus condiciones de vida, sino la transformación de la sociedad y las relaciones económicas, políticas y económicas
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