domingo, 2 de marzo de 2008

Sin notas no hay paraiso


Que frágiles somos, y que delicado equilibrio debemos mantener entre nuestros deseos de amar y el compromiso diario que debemos renovar a cada instante con nuestro futuro.
Yo solo pienso en él, y ellos solo piensan en mí. Pero la luz que cada mañana me rescata de mis sueños trae, como un viento frío, una oleada de quejas que convierten la levedad del día, en una odiosa rutina. Tiempos de exámenes, días de esfuerzos, jornadas plagadas de riñas y choques entre quienes solo miran al futuro, y siembran en mi, una cosecha que es mía, pero a la que renunciaría mil veces.

Es quizá solo el larvado trabajo de la química que acelerada, recorre mi sangre, quizá sea solo esa dolorosa antesala que me conducirá a la madurez. Pero hoy, en este momento de mi vida, solo deseo amar. Solo deseo una palabra, solo una caricia, solo un susurro, solo una mirada, y solo de él.
Pero una jaula dorada te atenaza cuando tan solo tienes dieciséis, y tan solo un pasaporte te deja, y a ratos, volar libre, que el cielo tiene sus peligros y el milano se cierna sobre las niñas desde la sombra.
Pero no es sencillo avanzar y mirar hacia tan lejos, cuando tanto se ha vivido, cuando tan cerca esta lo que deseas, y cuando tanta renuncia te exige el hacer todo aquello que te predispone al futuro, lo reconozco, te abre puertas y te cierra sin embargo la que te permite amar.
Se de sobra mis tareas y labores. Se de mi compromiso con mi familia, y de todas aquellas cosas pequeñas que hacen mover el mundo a nuestro alrededor. Tareas domesticas, exámenes del instituto, comportamientos exquisitos. Se me exige ser mayor, asumir responsabilidades y cumplir con un trabajo, que poco sentido tiene en este instante. Pero yo solo quiero amar, y entregarme a la vagancia, y poco pensar y nada hacer, y solo sentir. Vivimos con contrato de obra, revisable cada tres meses, firmado en un papel, con la firma agria de mi tutor. Su nota marca mí día a día, mis salidas, mis caprichos, mis pequeñas libertades, el paraíso que solo vivo con mis amigos, y en mis playas. Estoy segura que me quiere y que bajo su encendida mirada de ira cuando las cosas salen mal, inverna el deseo de triunfo de quien nada gana con mis derrotas. Se que disfruta con nuestros éxitos, y que por ese rostro ajado y casi siempre inexpresivo habrá corrido rápida, como para no ser vista, una lagrima por mi, un dolor por nosotros. Lo se, se de la intención de casi todos los que me rodean. Como se que es una batalla perdida, en la que saldré herida del campo de batalla. Aunque saldré, y posiblemente gracias a él y a mis padres. Se que al final no seré en Waterloo Napoleón, sino Wellington. Pero dejaré sobre el campo, ensangrentadas, muchas ilusiones de juventud, y perdidos muchos amores. Siento que debo renunciar, y no hay remedio, a una parte de mi vida, aquella en la que mi corazón deseaba amar, y se tuvo que contentar con escribir nombres en un cuaderno, a escondidas, ante lo imposible de vivir con la intensidad que mi alma pedía, obligada cada día a olvidar, enseñada en que el camino es cada día volver a empezar. Porque sin notas, no hay paraíso.

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