El cambio
climático sigue poniendo encima de la mesa cómo gestionar el agua, que dotación
tecnológica precisamos, que trabajo educativo necesitamos y que usos podemos
permitirnos.
El lluvioso
mes de septiembre ha aliviado, en parte, una difícil situación hídrica en España que,
parece, ha salvado el match ball en el último mes, salvo en las cuencas del
Júcar, Tajo y Segura.
Es cierto
que la conclusión de este tipo de situaciones es sencilla, España sufre un
proceso de desertificación a largo plazo que implica un problema a de
abastecimiento en calidad y cantidad. Pero no queremos hoy hablaros de España, esto
es solo un ejemplo de una situación mundial, cada vez más preocupante.
Un problema
que parece tener tres patas para comprenderlo: tecnológica, planificación
económica y educativa.
En lo
último, los avances son lentos, pero continuos. En muchos colegios españoles se
hacen actividades para que los niños pequeños tenga una advertencia de que el
agua dulce se esta agotando o que fábricas y el abastecimiento humano están
contaminando el agua. De igual manera los colegios intentan que sus alumnos
tengan constancia de los diferentes remedios que se han llevado a cabo y que
algunos están en proceso.
Pero no
debemos engañarnos, junto a la educación y el uso de tecnologías que permitan
administrar el agua sin derroches, hay mucha decisión política ineficiente o
inexplicable.
En las
áreas menos desarrolladas del planeta, como explicaba hace tiempo Antonio Embid,
catedrático de Derecho Administrativo de la Universidad de
Zaragoza, el problema estriba en que la población crece mucho más deprisa que
los recursos económicos dedicados a resolver el problema de acceso y calidad. Para
agravar la situación, muchas de las infraestructuras creadas por las ONG, agencias
internacionales y gobiernos, en programas de cooperación, quedarán inservibles
en breve. La crisis del “primer mundo” están reduciendo las ayudas y sin ellas,
el mantenimiento de muchas costosas obras será imposible, como explica Almudena
Arias, de Médicus Mundi.
Hace unas
semanas, expertos de la
Fundación Botín nos explicaban que la tecnología actual
pueden aportar soluciones que garanticen el acceso al agua y al saneamiento de
un número creciente de personas, pero para ello hace falta decisión política, aporte
de recursos financieros y entornos políticos estables, algo inimaginable, por
ejemplo en tres cuartas partes de África y la mitad de América o Asia.
Y es cierto
que estos temas están en la mente de los gobiernos y forman parte de los
Objetivos del Milenio de la ONU
incluyen la sostenibilidad del medio ambiente. Pero Occidente camina despacio, todo
está en estudio y en debate, y lejos de una acción decidida.
En nuestro
primer mundo el problema tiene otro enfoque. Posiblemente, parte de nuestras
dificultades hídricas se encuentran en que alentamos un uso ineficiente del
agua. Lo alentamos porque el uso del agua, en países como el nuestro, está
subvencionado, y nadie toma conciencia de su valor, su importancia y su precio,
y ningún político se atreve a elevar las facturas, ante el precio electoral que
eso tendría.
Por eso, ver
niños derrochando agua en nuestras plazas, tirando globitos llenos de ese
elemento, dejar grifos desesperantemente abiertos o realizar tareas domésticas
o industriales, claramente derrochadoras, en lugar de buscar alternativas con
ahorro, es lo normal, pues esa actitud, no tiene precio.
A ello se
une una gestión totalmente opaca, en la que, bien se haga la gestión con
empresas públicas o privadas, nadie sabe ni explica cuál es el coste real. Pese
a ello, es seguro que el precio pagado es inferior al real, y que, aún así, la
pobreza está llegando incluso al uso del agua.
Un dato, según
la Asociación
Española de Operadores Públicos de Abastecimiento y
Saneamiento (Aeopas), los cortes de agua por impago ascienden ya a 300.000 al
año.
Si eso es
así, un problema a resolver, es quién pagará las inversiones necesarias para
mejorar la gestión y el uso de este bien, si ya hay gente que no puede pagarle.
Todos
coinciden en que toda la población debe tener acceso garantizado a un mínimo
vital diario (al menos 40
litros , según Naciones Unidas), pero ¿quién debe
pagarlos?, ¿toda la sociedad, el usuario?, ¿un mínimo libre y el resto cada
familia?.
Como en
todo, antes de decidir, es necesario conocer y tener clara la situación, pero, en
países como España no existe un regulador general de los servicios de
abastecimiento y saneamiento, ni una ley que de transparencia a este servicio
público, con lo que tampoco conocemos la eficiencia de la administración. Hoy, algunas
ciudades españolas se oponen a la gestión privada del agua.
Pero ¿Por
qué la gestión pública (no el dominio) es mejor?. La verdad es que no tenemos
datos para opinar, más allá de saber que la gestión, hasta ahora pública, es en
la mayoría de los casos ruinosa. La infraestructuras son viejas, la
concienciación casi nula y la mentalidad la de que es preferible tirar el agua
a gastar en mejorar su uso. Aunque, eso si, la opinión de la población sobre la
gestión privada tampoco es para tirar cohetes.
Ahora que
no tenemos dinero, muchos ayuntamientos se quejan de que no tienen recursos
para nuevas tuberías porque recaudan menos de lo que gastan. Es cierto que
España es un país donde la gestión privada está por encima de la media europea (30%)
y mundial (10%), con un 50%, sobre todo gestionado por dos empresas, FCC y Aguas
de Barcelona, pero hay que analizar más. Lo único que sabemos, según denuncia
la organización Embid, es que las empresas privadas son más opacas en su
información que las públicas, y eso que estas últimas no dan ninguna.
El gobierno,
ante estas evidencias, inició ya hace años la aprobación de los llamados planes
de cuenca (en el Ebro, por ejemplo) donde se recogen de manera precisa millones
de euros en inversiones (en depuración, en reutilización…).
Pero el
problema no solo es dinero, sino la forma de gestionar todo este entramado. Nuria
Hernández, de la
Fundación Nueva Cultura del Agua, denuncia que en España, ante
cualquier problema (inundaciones, sequías, regadíos ineficientes) se da la
misma respuesta, hormigón y gruas, “Cuando una y otra vez vemos que no es la
solución”. Un ejemplo son los llamados filtros verdes para la depuración de
aguas residuales. “Más baratos, flexibles y sencillos”, dice Hernández, “pero
resulta que las diputaciones y las confederaciones no saben gestionar estos
contratos porque no son hormigón.
Un último
problema reside en decidir para que queremos el agua. Frente a la creencia
general, el mayor uso en España no esta en los hogares y las industrias, si no
en el turismo y los regadíos, con el agravante de que estos últimos están
subvencionados y pagan un ínfima parte de lo que gastan. Y los primeros
realizan en ocasiones ofertas basadas en un uso del agua que no nos podemos
permitir (campos de golf, tratamientos de hidroterapia, etc), que es dudoso
sean sostenibles.
Imagen Lucas Criado
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