Había
nacido en Galicia hace 79 años y era, para todos, uno de los artífices de
nuestra memoria colectiva a través de investigaciones concienzudas, veraces y
desapasionadas de nuestra historia del siglo XX. Hoy ha muerto, pero sus libros
y artículos quedan ahí, para que los intereses de unos y otros no consigan deformar
nuestra mente ni nuestra capacidad de conocer y analizar la realidad.
Juliá había
investigado y profundizado en temas clave de nuestro pasado, como la figura del
presidente Azaña, las victimas de la Guerra
Civil , el socialismo, sindicalismo y republicanismo, el Frente
popular, la ciudad de Madrid, la
República , la dictadura y la transición a la democracia. Pero
siempre entorno a las raíces y consecuencias de una guerra que para él dejó una
herida abierta en la sociedad española por su carácter de destrucción del
contrario, de exterminio del disidente, de aniquilación de las ideas no
oficiales. En un bando, y en todos.
Su trabajo,
respetado y premiado le habían convertido en una firma habitual de la
prestigiosa editorial Galaxia Gutenberg, al tiempo que era catedrático de
Historia Social y del Pensamiento Político de la UNED y doctor en Sociología
por la
Universidad Complutense de Madrid y habitual ponente en
congresos y conferencias de en universidades europeas y americanas. Historiador
riguroso y académico de prestigio había convertido “los periodismos en su casa”,
siendo numerosos los artículos publicados en prensa, especialmente en el diario
El País. Había recibido en 2005 el premio Nacional de Historia con una de sus
obras clave y de imprescindible lectura para la comprensión de nuestro complejo
país: "Historias de las dos Españas".
Quizá una
de sus contribuciones más importantes al pensamiento español fue la dirección
de la edición de las obras completas de Manuel Azaña. Siete volúmenes que
condensaban el pensamiento de uno de los españoles que más le influyeron.
Su labor
como ensayista nos deja una obra fundamental para la política”Elogio de Memoria
en tiempo de Historia”.
En los últimos
años había fijado su atención en grandes “secundarios” de nuestra historia,
pero no por ello menos necesarios para nuestra memoria, como “Camarada Javier
Pradera”, sobre el líder comunista de la posguerra. O recopilaciones como “Nosotros
los abajo firmantes” una historia de España a través de manifiestos y protestas,
1896-2013, que recibió el Premio Internacional de Ensayo Caballero Bonald; y “Transición.
Historia de una política española, 1937-2017” premio al libro del año Francisco Umbral.
Pero Julía
era algo más que minucioso analizador del pasado. Era un historiador consciente
de que la realidad es vertiginosa y que por ello, la historia se escribe a cada
instante, conectando hábilmente la realidad fugaz con el pasado mostrando
nuestras debilidades, las raíces de nuestros fracasos, y siempre luchando
contra aquello que más daño hace a la memoria colectiva y el reconocimiento de
lo veraz: los prejuicios. Y contra ellos, una fuerte carga moral en cada una de
sus frases.
Su
capacidad de análisis y reflexión se basaba en una desmesurada capacidad para
encontrar la verdad y los hechos hasta el un fugaz escrito en una servilleta de
papel, para luego convertirlo, con su gran dominio del idioma en una reflexión profunda.
Julía eludía
las simplificaciones, por lo que su obra es compleja y alejada de
justificaciones deshilachadas para justificar un presente que nunca le acabo de
convencer. Puso su mirada, tambien, en lo que el llamaba la generación de los
hijos, de los perdedores y de los ganadores, que desde muy pronto entendieron
que era necesario enterrar el odio. Y ello porque a Juliá, más allá de la
historia, como ente globalizador y sus episodios le importaban las personas, sus
complicidades, su afán de luchar, su inteligencia para interpretar lo que
ocurría.
La
responsabilidad de los sujetos individuales “no puede diluirse en la cuenta de
las culpas colectivas, que son de todos y, por eso, no son de nadie”, llegó a
escribir.
Para las
nuevas generaciones, a las que solo su muerte, la vida nos le ha presentado, Santos
Juliá fue un intelectual responsable, un constructor de argumentos a partir de hechos
rigurosamente contrastados. Un hombre honesto, pese a que no siempre recibiera parabienes
a sus conclusiones.
Como escribía
hoy en El Páis, José Andrés Rojo:” Ahora que se ha ido, su silencio cae como
una losa y ya no hay manera de volverse para preguntarle cómo ve lo que está
pasando. Así que este país se queda todavía más solo, huérfano y abandonado por
los mejores en unos momentos complicados”.
Imagen El País
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