Hay que
considerar que el arte es tan imprescindible como indefinible. Es la virtud, la
magia y hasta la servidumbre de lo inmaterial. Las discusiones entre que es
realmente creación y que un burdo engaño son sempiternas. Estos días asistimos
a un nuevo ejemplo de estas situaciones.
Boa Vista
Brasil, la ciudad de los mil sonidos y las mil contradicciones. El lugar donde
todo es magia y donde la corrupción es una de los más voraces e inhumanas del
país, celebra estos días La
Muestra de Arte de Mamam, una de las más importantes y
afamadas del país.
Entre las
obras expuestas una destacada muestra de las creaciones del artista local Gil
Vicente, un discreto creador que ahonda en las fronteras entre la incorrección
política, el escándalo in disimulado y la provocación gratuita.
El motivo
de tanta publicidad “Inimigos”, una serie de carboncillos realizados entre 2005
y 2006 cuyo motivo son los autorretratos del autor “ejecutando” a diversas
personalidades mundiales, caso de George Bush, baleado de rodillas con las
manos atadas en la espalda, del ex primer ministro israelí Ariel Sharon, la Reina Isabel II de
Inglaterra, Kofi Annan, o el presidente de Irán.
Todos
asesinados a tiros, salvo Lula, el presidente brasileño, destacado en su
degollamiento. Toda una distinción, que el autor lamenta, porque no quiso nunca
hacer diferencias entre los objetivos de su ira.
La iglesia,
grupos pro derechos humanos, la orden de abogados brasileños y algunos partidos
políticos que hablan de la inoportunidad de la exposición, en este mundo tan
cargado de violencia y sujeto de múltiples atentados, han pedido la retirada de
la obra, como ya hicieron en la 29 Bienal del país carioca. Cosa que no va a
ocurrir pues, como ha dejado el comisario de la exposición esta se caracteriza, y siempre lo ha hecho en
sus sesenta años de existencia, por la independencia de los artistas y el respeto
escrupuloso a la libertad de expresión. El comisario, Arnaldo Farias, ha puesto
sobre la mesa un argumento aun de mayor peso. Si todo lo que incomoda a
nuestras conciencias fuera prohibido, Edipo Rey ya estaría descatalogado.
Puestos a
argumentar, Gil Vicente, el magnicida de lapicero, no se ha quedado atrás,
defendiendo que la ocurrencia le vino a la mente cuando cayó en al cuenta de la
culpabilidad de estos sujetos en la gran cantidad de males que padece el mundo.
Es más, si la gente sencilla muere, ¿porque han de ser ellos inmunes al dolor y
la muerte?. Más aun, el arte, como elemento de la conciencia colectiva debe ser
denuncia, y esta a su vez innovadora, ¿o no lo fueron los bodegones en su
momento, al romper con la temática religiosa imperante?.
Bien es
cierto que todas las fases y escuelas artísticas han nacido de la superación de
un concepto, de una estética y de una técnica. Pero aquí hablamos de un hombre
que dibuja a carboncillo, cosa que en León y As Pontes puede ser revolucionario,
lo digo por el tema de los decretos de protección del carbón nacional español,
pero fuera de ahí, nada tiene de innovador.
Bien es
cierto que Boa Vista siempre se ha caracterizado por su espíritu rompedor, como
cuando en 2008 prohibió la pintura y otras manifestaciones artísticas
tradicionales, para denunciar el vacío creativo y reivindicar el cambio
artístico. Pero me temo que la obra de Gil Vicente no cabe, en su hedionda
magnificencia, ni en aquel famoso lema de “Siempre hay un vaso de mar para navegar”.
Por si
acaso alguien entrevé otras lecturas más tiernas en esta historia, el autor ha
dejado muy clara la composición. Pretende una profunda denuncia de una recua de
políticos ladrones asesinos y miserables, y los ha retratado no en forma de
amenaza, sino como un asesinato consumado. Solo ha ahorrado el después, para
que su rabia no se convierta en una mancha de sangre, grotesca y meramente
estética, “el impacto esta en el concepto, no en la imagen, aunque el alma
necesita imágenes para pensar”.
Todo esto,
que no escapa de la categoría de la anécdota, incluye, para mi, lecciones y
reflexiones importantes. Coincido con el autor en que resulta curioso que
escandalice más el juego pictórico de una amenaza a quien, tan solo con una
palabra, decide el destino y la vida de miles de personas, que la muerte real y
el sufrimiento cientos de estas. Si, es triste. Pero es cierto.
Sin
embargo, esa reflexión tan acertada debería llevarnos a no caer en los valores,
no hablo de las formas, que precisamente se denuncian.
He visto una
grabación de un viejo programa de la cadena española cuatro, denominado “After
hours”, un programa dedicado a exponer salvajadas de todo orden y aberraciones
sexuales de todo pelo. Eso si, con la mayor naturalidad del mundo, que para eso
somos europeos y vamos de iguales, liberales, y buenrolleros por la vida.
No voy a
entrar aquí a dar detalles de lo mostrado en el programa, que tengo lectores
menores de edad, pero el caso es que lo más aberrante no eran las imágenes,
sino el tratamiento, con la misma naturalidad con que Karlos Arguiñano hace
unos espaguetis al pomodoro.
Como
explicaba en su momento Juan Manuel de Prada, el hecho destacable no esta en
las imágenes, sino en la pasión humana actual por abrir la compuerta de
nuestras cloacas, convirtiendo todo lo que esta al otro lado de la frontera de
lo que nos hace humanos, en cotidiano, normal y aceptable.
Cuando
alguien debería decirles a esos “creadores”, mire usted, eso no es normal, la
gente no puede obtener placer sexual infringiendo un gran dolor a otro ser
humano, aunque este sea tonto y se deje.
No es
normal que un hombre arrase con el futuro de miles de familias y las deje en la
calle, aunque ese hombre sea un alcalde y esas gentes idiotizadas le hayan
votado.
No es
normal matar a un sujeto, indefenso o no, de un tiro en la nuca, aunque sea un
criminal y tú estés lleno de odio.
Y no lo es
porque eso abre la puerta de nuestros instintos, vaciando por el desagüe
nuestra racionalidad y nuestra sensatez dejando nuestra existencia a merced de
la visceralidad de masas e individuos, en un mundo sin ley, que es precisamente
el que la democracia ha luchado por desterrar.
Siempre
hemos sido perversos, por eso nos hemos dado una ley, no hemos permitido que
nos la impongan, pero nos la hemos dado, y además ajena a éticas y religiones
particulares. Una ley de todos. Una ley para confinar en lo profundo de
nuestros instintos todo lo que saliendo de nosotros, destruye a los demás y
hace diana cotidiana en la justicia, la igualdad y la paz. Pero ahora, en esta
sociedad aburrida y plena de medios materiales, ha surgido el deleite por sacar
lo hediondo de nuestra alma, nuestras debilidades al fin, de su encierro, para
perseverar en el morbo gratuito con su exposición, sin más fin ni fundamento
que enseñar lo benéfico de nuestro cruel repertorio de inmundicias y
atrocidades, como si tanta hambre y tanta guerra no hubieran sido suficientes,
mostrando la muerte, la opresión y la violencia como aspectos naturales de la
conducta humana.
Y eso es
perceptible en la obra de Gil, y en el cine, los videojuegos y las modas
actuales, hasta el punto de que hoy no es raro ver a un adolescente partirse de
risa viendo una película de nazis matando judíos. No entrevén ya el trasfondo,
solo la espectacularidad de la imagen.
Somos
sociedades libres, se puede hacer. Más vale, dirán algunos, asumir ese riesgo
que limitar nuestras ansiadas libertades. Quizá, pero sepamos que eso tiene un
precio muy costoso. Es alimentar un monstruo, especialmente en las nuevas
generaciones, carentes de referentes y de medidas experimentadas de
sufrimiento, como han padecido otras sociedades del pasado. Un monstruo ávido y
hambriento, que cada día demandará más ración de exageración, morbo y éxtasis,
infectando cada sueño, cada conciencia y cada sensibilidad, hasta hacer
insensibles nuestros sentidos, sin percatarnos que el monstruo nos engulle a
nosotros.
PD. Te
quiero Barcelona, No tendremos miedo
Imagen TheBlogIsMine
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