Vivimos
tiempos revolucionarios en la educación. Aunque quizá las palabras más
adecuadas sea inquietos, ansiosos y, por desgracia, confusos.
El tema de
moda en las últimas semanas ha sido el nuevo planteamiento de los centros de
los jesuitas catalanes. Un cambio radical (o eso parece) en la estructuración
de la práctica diaria, con una fuerte apuesta por la iniciativa del alumno a la
hora de aprender y (como no) por la tecnología, el becerro de oro de la
educación.
Un cambio
que no se si podríamos calificar de imposible, porque parte del intento de
hacer convivir un espacio abierto y relativamente libre de aprendizaje, con una
estructura global en todo el estado que es más férrea aun que en el pasado.
Temarios cerrados, sistema de evaluación homogéneos, pruebas externas de
convalidación … Es difícil conseguir que un alumno vuele libre para al final
obligarle a hacer un examen del que luego dependerá su futuro. Hasta tal punto,
que la nueva experiencia de los jesuitas se ha visto obligada a crear un
algoritmo para convertir la realidad del aula a la ficción administrativa, otro
alarde de aplicación tecnológica.
Planteado
así, toda nuestra educación sigue manteniendo un punto de engaño. Innovamos,
cambiamos, mejoramos trabajamos con los alumnos para a continuación traducir
ese trabajo a un código que sea admitido por directores e inspectores.
Intentamos crear nuevos caminos para que los alumnos contextualicen su
aprendizaje y se actualice en el de la escuela, hasta que en el horizonte
aparece la selectividad, las pruebas de diagnóstico (y ahora las nuevas pruebas
de nivel) para abandonar todo apresuradamente y preparar a los alumnos para
superar un examen. A eso se reduce todo al final. Así que durante años, muchos
profesores se esfuerzan por educar en un mundo ideal (en el buen sentido) que
nada tiene que ver con lo que va a encontrarse fuera del aula (pero dentro del
sistema educativo).
Ese carácter
guerrillero de muchos docentes es compartido incluso por la administración. No
son pocos los esfuerzos de la administración educativa, o de instituciones no
públicas, que no concuerdan con la capacidad real de educar o con las
exigencias finales de esa misma administración.
Un ejemplo
es el proyecto Agrega una herramienta muy potente para compartir y emplear en
el aula recursos didácticos, tanto en los formatos uniformes habitualmente
empleados por los docentes (imágenes, video, textos), como proyectos que
integran a todos ellos. Es una funcionalidad más interesante, puesto que
permite crear o emplear secuencias de aprendizaje, tanto en webs, como en LMS
(moodle es el más utilizado en educación), como en aquellos espacio educativos
creados o gestionados con CMS (como joomla, muy habitual en muchos espacios
educativos).
Este tipo
de secuencias de aprendizaje no están totalmente generalizadas en las
plataformas que usamos para educar, por lo que encontrar un repositorio con
estas características (en estos formatos, con este sistema de etiquetado y de
búsqueda), es un paso importante para la difusión de esta herramienta de
aprendizaje, que apoya el trabajo de aula, la extensión más allá de ella del
aprendizaje y la autonomía del alumno para desarrollar su propio entorno de
aprendizaje, bajo la tutela de su profesor.
Descubrir
todas sus posibilidades, como con cualquier medio tecnológico, es una labor de
tiempo, de lectura y de trasteo personal, con lo que pretender que herramientas
como esta resulten efectivas sin medios añadidos, tiempo de preparación,
formación previa del profesorado y falta de sistemática global resulta atrevido.
Con todo
hay varios aspectos que ofrecen un obstáculo para los profesores que estamos
poco avezados en la tecnología. Uno de las barreras que se presentan a los
profesores que se inician en el manejo de las TIC no solo estriba en el propio
dominio de las herramientas, sino en su terminología, en ocasiones difícil de
abarcar (LOM, Scormo, CMS, LMS …)y que aparece para muchos como un elemento
disuasorio para acceder a ella. La tecnología, creo, debe hacer un esfuerzo por
presentarse con un lenguaje más accesible para el común, o con medios y
tutoriales que faciliten el acercamiento. En esa línea, encontrar un recurso es
sencillo en la web, emplearle, “llevarle” a otro medio, al entorno habitual del
profesor, no siempre lo es. De hecho, una vez descubierto el recurso es posible
que el profesor acceda a una pantalla donde las opciones sean claras para
acceder, exportar o guardar. O bien a una pantalla donde más allá de la
previsualizar, descargar o dar un uso eficiente es tarea harto complicada. O
bien acceder a una pantalla que te indica que el recurso no existe o es
inaccesible. Esa falta de homogeneidad en el itinerario de uso puede convertirse
en un problema. Y aquello, el uso, es otro paso sobre el que reflexionar.
Trabajar sobre un scorm, o simplemente emplearle, requiere un cierto
conocimiento de los recursos abiertos y gratuitos que pone a tu disposición la
web (sterjo, Pro Profs, calameo, lulu ..) y de la pedagogía y la metodología
que exigen estos recursos. Porque emplear REA o TIC en general, no solo implica
enriquecer una forma de trabajo ya en marcha, sino transformarla. Modificar el
papel del profesor, modificar el papel del alumno, desarrollar la competencia
de la lectura interactiva y reconvenir hasta los espacios y los tiempos. Y eso,
creo, debe ser un campo sobre el trabajar al unísono en un país fragmentado en
autonomías, sensibilidades, concepciones y nivel de medios. Nos falta favorecer
la conectividad con comunidades y repositorios en los que decenas de compañeros
están haciendo una labor ingente de formación y co participación (portales de
las CC.AA, comunidades educativas como IneveryCrea o proyectos colaborativos como
en la NubeTic ).
Y es que,
cuando descubres un medio fuerte para educar, las posibilidades crecen a cada
instante, en la misma proporción que los interrogantes, y estos, cada vez son
más grandes.
Imagen
UCO.es
No hay comentarios:
Publicar un comentario