Algunos
lazos rosas, carteles, dípticos, anuncios, charlas, cuestaciones, políticos,
concentraciones, periodistas, declaraciones y jinetes de caballo ganador. La
semana de .. siempre trae una sacudida que despierta conciencias, y saca del
baúl problemas escondidos en las sombras de los desdichados que las padecen. Y
también una buena dosis de folclore e imaginería, imprescindible para calmar
nuestros remordimientos.
Hace una
semanas portamos lazos rosas, para recordar a las mujeres presas del cáncer de
mama.
Yo no. No fue
un desden, ni una pose vacua de
rebeldía. He preferido cambiar la tela del pecho por la sonrisa en el alma, por
la caricia en el rostro, por dedos entrelazados y un escuchito cómplice con
“que guapa estas hoy”. Y he decidido mantenerlo, más allá del día de…. Es lo
que me están enseñando un ejército de mujeres con bata blanca o traje verde,
que cuidan y miman a estas mujeres con todo el amor del que son capaces.
Una de
ellas ha sido, Lola. Es ruda como un minero y osca como los acantilados de
Langre. De mirada felina, raro es que algo se la escape. Con mi mujer, a la
dispensa la quimio es intensa. Se que busca forjarla, hacerla dura y crear un
callo que la impida derrumbarse en cada una de esas ocasiones en las que la
enfermedad la dice al oido “ríndete”.
El martes
discutí con ella por quien sabe que, en la 26, una de esas habitaciones donde
el dolor se mide con un gotero. Junto a mi mujer una de las camas estaba vacía,
y la otra también, y a su vera, en el butacón que la corresponde, sentada
Soledad.
Como es
costumbre, Lola la preguntó como se encontraba, a gritos, en uno ejemplo más de
esos tópicos que hacen de la vida hospitalaria un exceso. Mucho calor, voces
muy altas, purés copiosos y litros de suero. Pero Soledad no contestó. Y mira
que Lola es pertinaz en sus quejas, y en sus recados, y hasta en sus cariños,
por arpilleros que sean.
Pero
Soledad no contestó. Siguió con la mirada perdida en el puerto, en el devenir
de sus grúas, en el curso de alguna gaviota ociosa o en alguna gabarra camino
del desguace. No puede descubrir en ese momento con cual de las tres cosas se
estaba identificando.
A las dos
era la hora de irnos, llevé a la mitad de mi corazón a casa y la deje un
instante. Tenia que volver a la 26.
Llamé a su
puerta, salude, me senté en el borde de su cama y aparte una bandeja de comida
sin tocar, aun tapada, junto al embozo de la sabana.
La tarde
fue avanzando, y tan solo hizo falta una caricia para abrir aquel muro de
silencio. Hablamos despacio, desgranando a cada hora una historia de tantas,
con nombre, apellido, rostro y recuerdos, pero más cotidiana de lo deseable.
Sole vive en Treto, en un barrio cercano a Colindres. Su marido, Arsenio,
trabaja en la Bosch ,
al tiempo que ambos llevan unas tierras y venden la leche, verduras, huevos y
conejos, como tantas familias de las zonas rurales de Cantabria. Así, con mil
horas a la espalda, han sacado a sus hijos adelante, les han dado carrera, y
les tienen “bien colocados”, en Madrid y Barcelona. Tienen nietos, tres, y un
pecho henchido de orgullo por haber cumplido su “misión en la vida”. La víspera
de Santiago, Sole se notó un bulto en un pecho, y tomó, en ese instante,
conciencia de que la muerte había llamado a la puerta. Desde entonces la han
visto cinco ginecólogos. Dos analíticas, unas placas, una resonancia y tres
mamografías después, quien la sigue, que es difícil saberlo, la mandó al
hospital.
Ante las
dudas, la salida era una biopsia, le dijo el último médico, uno de tantos ante
los que se ha desnudado en cuerpo y alma, y en cuyas manos se ha entregado, en
una lucha por la vida, aunque no la suya, “no me queda más remedio que luchar y
vivir, que será de Senio si se queda solo, si no sabe ni donde se guardan los
calcetines”. La ingresaron, la pincharon con una aguja, “de las de hacer
punto”, en el pecho, “a cara de perro”, y con el pecho aun sanguinolento de la
estocada la dijeron que tenia mala pinta.
Quince días
después, la llevaron a quirófano, en la idea de abrir en profundidad, analizar
y decidir. En la misma mesa el cirujano, otro distinto, decidió la mastectomía,
y despacharla para la habitación. La mañana siguiente, con las vendas puestas,
otro gine del equipo se recostó junto a su cama, en esas rondas en las que uno
expone sus vergüenzas a una decena de aprendices, que siguen como polluelos a
la clueca, ante el pavoneo, a veces, del admirado médico. Apoyado en la esquina
del armario, como sin darle importancia, la dijo que la habían amputado un
pecho, que en cuanto pudiera andar tenía que irse para volver, cuando la
tocara, para darse la quimio. Y todo dicho de un golpe. “Señora usted tenia un
cáncer, no una caja de bombones”, fue la respuesta a sus sollozos.
Seguro que
los trabajos de Josep Baselga en Vall de Hebrón salvan vidas, y que los avances
de Massague también. Pero bajo esa medicina científica de alto nivel, tras esos
avances macro médicos que tanto nos iluminan el rostro, hay vidas y personas,
cuyo corazón late desbocado ante la incertidumbre de que será de sus vidas y de
los que las acompañan. Inculcan en las facultades, a médicos y enfermeras, la
necesidad de ser fuertes, de marcar distancias con el paciente, para no caer
ante el embate de su enfermedad y sus dramas, nosotros también. Pero nadie nos
recuerda que la humanidad la debemos llevar grabada a fuego, antes incluso de
ponernos la bata.
No es un
caso este, elevable a categoría, más bien quiero creer que este trato al
paciente es una excepción, pero si el caso de Sole, y uno solo que quede debe
ser erradicado.
Terapias
genéticas, fármacos a la carta, detectores tumorales. Todo eso son avances que
deben despertar nuestro regocijo. Pero hay algo antes, que el día del cáncer de
mama, debe colocar en primer plano.
Cada
afectada, cada enferma, es un ser humano presa del miedo, una mujer que precisa
medicinas y rapidez en su cura. Y ayuda psicológica y medios para afrontar su
nueva vida. Y antes que eso, una voz templada y cercana que le recuerde la
verdad, “coge mi mano y te arrebataré de la parca, porque no estas sola, ni
nunca dejaré de decirte que te quiero”.
Y ese es el
gesto diario de miles de profesionales de la sanidad, e igual que reivindico a
Sole, les reivindico a ellos, junto a un gracias, que nunca se acaba.
Imagen
zoomnews.com
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