Me ha
parecido una niña preciosa, y su madre también, aunque no veamos su rostro,
oculto tras un saco azul que la soberbia masculina la ha impuesto, y cuya razón
se nos escapa. Aterida de pobreza y desprecio, con su hija aferrada a sus
manos, por todo atillo, ambas, la niña y quien también lo es, posaron al
fotógrafo de AP así, en un campo de refugiados de Afganistán, mirando a la
nada, o quizá a todo, pero en todo caso más allá de nosotros, transparentes
como somos, en nuestros vicios, nuestros intereses y hasta nuestros olvidos,
para ejemplo, ella misma.
Entre lonas
azules de la Naciones
Unidas , entre el desanimado deambular de las gentes
abandonadas en este, o cualquier otro campo de desamparados de cualquier
guerra, el fotógrafo sintió el enigma, entre esas figuras ordenadas y
uniformes. Incluso aquí, en el último lugar de la nada, algún alma utópica
monta una escuela, un lugar recóndito entre la pereza de vivir de estos
lugares, donde un misionero, un cooperante o incluso un iluso, enseña, transmite
y hace soñar a un grupo de niños, en ocasiones con un palo que escarba en una
tierra reseca a modo de pizarra. Pero ella no estaba en ese lugar. El fotógrafo
disparo su fusil de imágenes y luego pregunto. “¿Por que no estas en la
escuela?. Porque soy niña”.
Así de
simple, así de terrible. Terrible porque el reportero de AP ya había oído esa
respuesta, en un lugar lejano, junto al Himalaya. Lejano, pero igual de triste
y desolado.
Y es que,
da igual la aldea o el cielo que la cobije. La miseria estira su capa sobre el
planeta, pero en algunos lugares ni siquiera tiene tela, es un descosido
enorme, que lo engulle todo. Porque hasta en la pobreza, hay clases. Y la niña
de la foto, las niñas de la foto, mejor dicho, son de la peor, o de la mejor,
según se mire, de las de las mujeres que son niñas
Desde
nuestra perspectiva europea es difícil comprender una situación cotidiana que
condena al atraso y la opresión a millones de seres humanos. Pero la realidad
se resume en la respuesta de esa niña madre. En la actualidad, 62 millones de
niñas no van a la escuela, entre otros motivos porque las familias de lugares
como este, como aquel o como el de más allá deben priorizar sus escasos
recursos. Los programas educativos no cubren todos los gastos de la formación de
los jóvenes, entre ellos la perdida de brazos que aporten a la economía
familiar, aunque sea a través de tareas tan nimias como recabar el agua que, de
otra forma, no llegará a los hogares. Y en esa escala preferencia tienen
prioridad los varones. Y eso, sin un esfuerzo material educativo intenso es
difícil de cambiar. Porque es difícil convencer a una familia que es necesario
invertir en la educación de una niña cuyo único futuro es, en esas culturas y
sociedades, casarse y tener hijos. Las familias de los lugares extremos, como
este campo de refugiados, no dedican ni una brizna de hierba a una niña, como
tampoco lo harán en cualquier aldea perdida en la pobreza. Menos aun en
educación. Es una inversión inútil, todo recursos empleado en ellas acabará en un
cementerio o, aun peor, en la familia de su marido. Incluso en las sociedades
en desarrollo, las nuevas clases urbanas y enseñadas ven estéril criar una
niña. Es alumbrar, alimentar y hacer crecer a un ser humano que nunca podrá
ocupar los cafés, ni los mercados, ni las calles, ni los puestos de decisión.
Nunca tendrá fama, ni honra ni relevancia. Su familia nunca podrá encontrar
recompensa alguna a sus esfuerzos por ella. Así que la ecografía, el invento
europeo que pretendía salvar vidas, servirá aquí para encontrarlas, y descubra
que se escriben en femenino, ahogarlas.
No se si
solo se quedará en un gesto, pero atendiendo a esta realidad, Naciones Unidas
ha declarado estos días el 11 de octubre como Día Internacional de la Niña.
Así, a
primera vista, parece un gesto inútil más. Uno de esos días contribuyentes al
dispendio y el folclore, y poco más, máxime si pensamos que la celebración se
unirá a otros días conmemorativos, como el del niño o el de la mujer. Pero eso
solo es a simple vista. La fecha es un paso más en el proyecto iniciado por la Fundación PLAN , en
50 países, bajo el título “Por Ser Niñas”, y que busca acabar con su
discriminación, las de niñas como estas, los seres más pobres entre los pobres,
por que por carecer, carecen hasta de interés en sus comunidades, hasta el
punto de convertirse su nacimiento, para muchos padres en una maldición, en una
risotada del destino, en ese infame circulo de la pobreza que atrae a tu casa
cada vez más bocas que alimentar.
La campaña
ha intentado hacernos tomar conciencia de que si para muchos seres humanos
nacer es un castigo, al entregarlos a un mundo condenado, nacer mujer es
sentenciar a esas niñas a una condena en vida plena de privaciones y llena de
violaciones de derechos básicos que, aun en su pobreza, nunca sufrirán los
varones.
Si las
miras fijamente, en esa mirada perdida puedes ver la dos millones de niñas que
sufren cada año la ablación genital; la de 25.000 niñas que son casadas cada
día, siendo menores, con hombres mucho mayores que ellas; la de 12.000 niñas
que son violadas cada día, en muchos casos por sus propios familiares; la de
9.000 niñas que son vendidas cada día en algún mercado de esclavos del mundo,
especialmente para el servicio doméstico de países de la Península Arábiga
o Singapur; la de 30.000 niñas que son cada día asesinadas, simplemente, muchas
tras dar su primer suspiro, nada más nacer.
Y quizá por
eso miran al infinito, porque han nacido mujeres, y por ello han nacido a la
muerte y el sufrimiento.
Míralas
bien, aprecia su belleza, que es la de la humanidad verdadera, porque si
parpadees, al abrir de nuevo tus ojos, ya no estarán, se las habrá llevado tu
indiferencia.
Imagen
virazz.com
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