Hay algo inquietante en la obra del narrador chino Mo Yan, el flamante Premio Nóbel de Literatura 2012. Y ello tanto por su espectacular forma de contar la realidad y sus desgracias, como por su facilidad para generar incomprensión en su obra, o que descubran sus defectos, todo según se mire.
La última pedrada que le ha caído desde el bando del, también chino, Liao Yiwu, que ha calificado la obra de Mo como colaboracionista con el poder del comunismo chino, unas criticas que se unen a voces tan autorizadas como la del disidente Ai Weiwei. Liao, es famoso por su poema “masacre”, que se convirtió en su día en una predicción exacta de la matanza de la Plaza de Tiananmen. Un crimen del régimen no denunciado por Mo, explican varios intelectuales, que han acusado siempre de tibia y ajena a la realidad la obra del nuevo Nóbel.
A simple vista (podéis leer las primeras obras de Mo en Seix B arral), la obra de Mo Yan refleja un mundo inexistente y poco comprometido, pero solo a simple vista. Lo que es cierto es que el jurado sueco suele hilar fino, reflejando a veces en los premios la situación política y social del país del premiado, y a veces una calidad inigualable. En este caso yo creo que ambas cosas, y una tercera, el ser chino, porque no reconocer en el premio el potencial del gigante de Asia, no sería acertado.
Mo no es tan conocido fuera de su país como Weiwei y otros disidentes, en ocasiones conocidos por eso más que por su calidad. No es tan explícito, y no parece tan vanguardista. Pero solo es una apariencia. Además, recordemos que el premio tiene entre sus razones dar a conocer obras y autores de gran entidad literaria que, por las razones que fuera, no habían alcanzado el reconocimiento universal que merecían.
Lo que es claro es que Mo domina como pocos el lenguaje, las sutilezas de las palabras, los paralelismos, los lenguajes escondidos, la didáctica para, a partir de los cercano, aunque sea en forma de tradiciones y mitos, hacernos reflexionar sobre lo más profundo. Y ello con una sonrisa, porque si por algo destaca su obra es por la sutileza, por una delicada habilidad para esconder una hiriente sonrisa sobre su entorno.
Quizá todo eso haya pasar desapercibido para algunos el carácter crítico de su obra, desmedidamente burlona, claramente satírica y acidamente absurda, cualquier Jardiel Poncela de ojos rasgados. Y a las pruebas me remito. “No hables”, esa es la traducción de su pseudónimo.
A medio camino entre la magia de Garcia Marquez y la distorsión analitica de Kafka, Mo ha tejido en sus obras un universo basado en las tradiciones chinas y sus leyendas, enlazado con un humor duro y sin concesiones, que provoca la sonrisa, y deja el pozo de la preocupación por lo que queda en el fondo de sus relatos. La tradición de critica social arrfanca en el siglo pasado de otro gran renovador de la narrativa Lu Sin, que supo adaptar a ese ambiente cultural las obras y la fuerza descriptiva de Joyce y de cuyo esfuerzo proviene la poderosa libertad de la renovación de procedimientos de escritura y estructura novelesca que alcanza a conseguir Mo Yan. En su novela La república del vino encontraremos un extraordinario monólogo de Ding, su protagonista, de indudable estirpe joyceana.
Lo que está claro es que los que han podido leer sus obras constatan la tristeza por las reformas de Deng Xiaoping en “baladas de ajo”. Reconocen la denuncia sobre las condiciones de los campesinos en “Sorgo Rojo”. O no pueden negar el descarnado retrato de las calamidades de la vida de la mujer en China (“Grandes pechos amplias caderas”) o el desgarrador relato de la corrupción gubernamental (“La república del vino”).
Que China iba a llevarse este año el Nóbel era una posibilidad elevada, alentada por las potencialidades del mercado asiático (que los intereses editoriales no andan lejos), pero algunos confiaban en un candidato con un perfil más político, como el de Gao Xinjiang. Al final el Nóbel ha sido más literario.
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