domingo, 16 de octubre de 2011

Otra rebaja de rating



La semana ha sido aciaga. A la rebaja de calificación de la deuda española le ha sucedido la rebaja de calificación, por parte de las agencias de rating, de los bancos españoles, pero no uno ni dos, sito casi todos, en lo que más parece un cuestionamiento de todo el sistema bancario español.


¿Es un ataque frontal contra la estabilidad y la economía española?. ¿es una muestra más del pérfido poder las agencias de calificación?. Estas no son unos angelitos, y un día habrá que plantearse hacer algo con ellas, aunque sea pecado. Pero seamos realistas, la verdad no se esconde. Esa idea europea de crear sus propias agencias, solo es una manera de matar al mensajero y crear agencias que, más que europeas, sean dóciles. Standard & Poor´s, o Fitch, no están contando ninguna mentira, ni maquinando ningún complot, solamente nos están explicando como somos, un desastre. Pero, vayamos por parte, expliquemos que esta pasando.

La decisión de las agencias de rebajar el nivel de la deuda soberana de España (no la deuda privada, sino la emitida por el estado), mantiene a nuestro país, aun, en situación de solvencia, pero con cada vez más avisos de que la situación de fondo sigue sin corregirse, lo que podría llevar al impago, el futuro, pero podría. Ello obliga, cada vez más, a ofrecer a los inversores, eso que llamamos mercados, intereses más altos para convencerles de que se olviden de esos recelos y nos presten dinero, más caro, claro.

¿Por que?. Lo que las agencias nos están diciendo es que España no crece, no aumenta su riqueza, no genera renta suficiente para sus habitantes, y que esa situación, lejos de cambiar, tiende no empeorar (lo que significaría que el ciclo esta vivo), sino a estancarse, a cronificarse, lo que indica falta de vida. Lo decía esta semana el catedrático de la empresa Emilio Ontiveros, citando al Financial Times. España vive una combinación venenosa en su economía. No crecemos. Para paliarlo, España, como otras economías, ha decidido afrontar programas de austeridad lacónicos, eternos, en lugar de afrontar de un tajazo sus despilfarros. Con ello hemos paralizado la inversión durante meses, hemos cortado un flujo importante de renta, el del estado, hemos recortado las fuentes tributaria de este, sus ingresos (por falta de actividad económica), con lo que el estado no puede afrontar muchas de sus obligaciones, por ejemplo el empleo público (menos contrataciones, menos convocatorias de oposiciones, menos bajas y jubilaciones cubiertas y menos eventuales, la educación es un ejemplo. Y ahí viene nuestro segundo problema, el empleo, mejor dicho, el desempleo. Su dimensión, su continuidad y la falta de capacidad para reducirle hacen ver a los inversores y las agencias la falta de viabilidad de nuestra economía, que no emplea todos sus recursos y que se ve obligada a asistir a un volumen muy elevado de población que consume recursos del estado (pensiones, subsidios, servicios públicos..) pero que no crea ni contribuye.

Un tercer problema se ha unido a esos dos. España posee una economía muy bancarizada, queremos decir, una economía en la que el ahorro de los españoles, y el crédito de las empresas son pilares fundamentales de la actividad. Pero ambas variables se acercan peligrosamente al colapso. Los bancos han invertido el ahorro en prestar créditos que, o bien no se pueden devolver, pues la falta de actividad se lo impide a los que los solicitaron, o están invertidos en activos que no es posible convertir en metálico, o al menos no en el valor que tenían inicialmente. Todo el mundo piensa, llegados aquí, en las inversiones inmobiliarias. Demenciales, sin garantías y poco pensadas. Cierto, pero el problema, el cuarto, ahora es otro. Los bancos tienen parte de sus activos y depósitos (inversiones de largo, planes de pensiones, fondos) invertidos en deuda pública. Hasta ahora (los famosos fondos FIAMM, fondos de inversión en activos del mercado monetario) se consideraban de riesgo cero. Nadie podía pensar que un dinero “prestado” a un gobierno, fuera irrecuperable. Pues no es por hurgar en la herida griega, irlandesa o portuguesa, pero si, puede ser que si tengan riesgo y mucho. Con lo cual, ¿quien va invertir o quien va a decir que los bancos son empresas fiables?. Desde luego, con este panorama, las agencias de calificación, que ya metieron la pata en 2007, cuando no aventuraron los riesgos del sistema hipotecario norteamericano, no vana volver a errar. Esa es la base de las palabras del presidente del banco Popular esta semana a El País, que denunciaba el absurdo de que el estado recapitalice bancos, en riesgo por prestarle dinero previamente a él.

Todo este negro panorama tiene sus motivos para agravarse. Como no. Debéis tener en cuenta que los bancos europeos, los importantes, son sistémicos. Quiere eso decir que son bancos con ramificaciones, filiales e intereses en varios países (Un ejemplo es el grupo Santander, implantado en varias grandes economías). Por ello, los problemas de un banco se irradian a todas las economías. Si un banco francés tiene mucho dinero invertido en deuda griega, y eso le hace débil, se lo hace a todas las marcas de su grupo, que actúan en varios países, y custodian activos e inversiones de clientes de varios estados, por ello amenazados. Ante esto, las soluciones parciales no son muy efectivas. Europa necesita una solución global, que solo el gobierno europeo puede afrontar. Pero tal cosa, un gobierno europeo, no existe. Europa tiende a ir siempre por detrás de los problemas, en lugar de ser previsora, y cuando estos estallan, enmarañarse en discusiones y vacilaciones, poco menos que eternas. Un ejemplo. Los bancos han colocado el dinero de sus clientes en activos (pisos, deuda pública, bonos de empresas ahora en quiebra) que valen menos de lo que se supone. Así que si sus clientes van al banco a retirar esos fondos, el banco no se los podría dar, no a todos, porque la conversión del activo en dinero presenta un desfase. Solución. Una seria que los bancos cubriesen ese desfase pidiendo créditos. ¿A quien en este mercado generalizadamente encogido?. Otra es ampliar capita. ¿Quien va a invertir en bolsa, si casi no hay dinero, y si mucho miedo?. La tercera es inyectar dinero público, que el estado cubra esos desfases y “preste” a los bancos o reponga sus descubiertos. Pero para eso hay que saber cuanto falta en sus balances. O dicho de otro modo, ¿cuanto valen realmente sus activos?. Ese cálculo no se ha hecho, o no se ha hecho con rigor y sinceridad, por negligencia, por inutilidad, por no crear más pánico o por los intereses creados de los bancos, con muchos amigos en todas partes. Un ejemplo son los famosos test de stress, que, se supone, determinan la solvencia bancaria. Se hicieron con resultado positivo antes del verano, y ahora resulta, pocos meses después, que el que no esta en quiebra (Dexia), casi (B. Pastor) o bajo sospecha. Por ello los planes europeos de garantía y recapitalización bancaria han fracasado (el llamado Basilea III), y lo han hecho tras enterrar miles de millones en la banca, pero a cuanta gotas. Y ha fracasado, que es lo peor, perdiendo parte de ese dinero en las manos de ejecutivos desaprensivos, que amparados en la falta de control, se han llevado parte de esos rescates bancarios en forma de pensiones, bonus e indemnizaciones.

Un espejo donde mirarse es Estados Unidos, donde el gobierno desembarcó en los bancos en masa, soluciono el problema de un tajazo, permitió fluir el crédito y controló las entidades. Hoy siguen en problemas, pero son otros, entre ellos nosotros. Europa tendrá que afrontar esa intervención masiva, y definitiva, y lo tendrá que hacer a cambio de algo. El dinero del contribuyente no puede regalarse. Los bancos deberán sanear sus organizaciones, ganar en eficiencia, ser más austeros y permitir el control del estado, que deberá vigilar su dinero. Y por ahí va parte de la propuesta del presidente europeo Durao Barroso, con la estamos, evidentemente de acuerdo, salvo en un extremos. ¿Es razonable que los bancos ayudados no den dividendos hasta que no devuelvan el dinero público recibido?. Parece ético, pero poco económico. Es tanto como cerrar el camino a la inversión privada. ¿Quien a va a invertir en una empresa que no da beneficios?.

En ese tortuoso camino España tiene poco que decir en algunos aspectos. Por ejemplo, mientras Europa no se sanee, la crisis bancaria sistémica nos va a machacar, y la crisis de las economías centrales europeas, en parte afectadas por la deuda griega, nos va a pasar factura, porque si nuestros vecinos no tienen una economía saneada, nos compraran menos, y nuestras exportaciones son principalmente a Europa, con lo que nuestro déficit exterior aumentará.

Pero si hay otras cosas que podemos hacer. Podemos y debemos, acometer una política fiscal que grave más las operaciones especulativas que las productivas. Podemos, debemos, ganar en competitividad (investigando e innovando) para ganar otros mercados exteriores. Podemos, y debemos luchar contra el paro, para activar el consumo interno, y eso precisa políticas activas de empleo, intervención productiva del estado, formación y otro mercado de trabajo. Podemos, y debemos, sanear un mercado financiero muy grande (bancos, cajas, cooperativas de crédito), donde sobran entidades, donde hay que buscar sinergias entre ellas, donde es exigible más control sobre sus directivos y donde hay que encontrar un equilibrio entre entidades y clientes, en un mercado hipotecario que ha sido parte de nuestro problema, y que ahora es la ruina de miles de familias, “hipotecadas”, nunca mejor dicho, de por vida.


Pero sobre todo eso hay una urgencia mayor. Nuestro endeudamiento no parte del estado centrar, sino de las autonomías, en manos de una clase política que atesora la moral y el conocimiento económico en las nalgas. En 1987, Brasil padeció un problema similar de endeudamiento de sus estados federados. La solución fue el control del estado central y el dialogo colaborador. Hoy nuestros políticos emplean el Consejo de Política Financiera, órgano de coordinación de las autonomías, para discutir, para protestar no asistiendo o para hacer batalla política. Así es imposible. Mientras la clase política no haga ejercicio de sensatez y moralidad, no anteponga al ciudadano a su interés por el poder, va a ser imposible.

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