“Cantar la gallina” es una expresión acuñada en los pueblos de media España, con la que los paisanos expresan de forma carnal y certera, el momento en el que, quien quería eludir la verdad, y hacia del engaño una bandera, se ve obligado, preso de la presión de la realidad, a contarnos como es esta.
Esta mañana, al regresar de clase he visto con pesadumbre las declaraciones de la ministra de economía española Elena Salgado, explicando que el paro que no cesa es algo más que un fenómeno asociado a nuestra crisis, que esta dista de resolverse, y que los sacrificios, no se si a la griega, no han hecho más que empezar.
Una pena el calvario de esta ministra. Una mujer brillante, de gran preparación, capacidad de trabajo y dialogo, obligada a bregar con quien no debe. Porque, si os habéis fijado, España es de esos pocos países, al menos en la era Zapatero, en los que los ministerios de economía, el eje de toda acción gubernamental, como decía Berns-Alstop, no es más que una mera comparsa, eclipsada por la personalidad del jefe de gabinete y unos objetivos políticos de poco recorrido histórico. Ocurrió con el inefable Solbes, preso del entonces guru de Zapatero Miguel Sebastián, y ha ocurrido ahora con Salgado, que humildemente ha aceptado humillaciones, desplantes, desautorizaciones y decisiones que ella sabia equivocadas, y hasta perniciosas, pero que las mandaba el jefe. Hubiera sido más digno dimitir. Quizá, o también más cobarde, o también más indigno. Alguien tenia que hacerlo, y la responsabilidad de partido, o la lealtad personal a veces son malos consejeros, pero son consejeros.
Esta semana ha pasado otro trago, el candidato socialista y los segundos espadas populares se han metido en una nueva refriega, traída por una desgracia más en las estadísticas de empleo. El debate ha sido tan agrio y tan extenso en los medios, que no la ha quedado más remedio que terciar, “cantando la gallina”, como en los lagares y caseríos del norte.
No hemos avanzado nada, el mercado de trabajo está completamente desarticulado, la confianza de inversores y emprendedores por los suelos, la situación de endeudamiento sin resolver, la demanda interna amedrentada, la inversión colapsada, los planes estratégicos (infraestructuras, energía, investigación reforma educativa y profesional) paralizados, la colaboración política deshilachada, el gobierno sin ánimo y sin ideas y el sistema financiero …, que decir del sistema financiero que no sea un taco.
Y es que a pesar de todos los pesares, quizá nuestro sistema financiero era uno de los pilares de nuestra esperada recuperación. Para ello se antojaba imprescindible su saneamiento, para lo cual, un Banco de España exigente y neutral, curtido en la transición ejercía de garante de una salida de airosa de la estructura financiera que, a su vez, tirase de todo la economía productiva, financiando sus proyectos y modernización. Pero la institución que dirige Miguel Ángel Ordóñez ha dilapidado en los últimos tiempos gran parte de su crédito. No ha sabido aconsejar a un gobierno errático y que ha adoptado medidas de estabilización inconcebibles que han acelerado el endeudamiento, dejándonos sin herramientas de intervención. Ha fracasado en sus tareas de prevención siendo incapaz de evitar el colapso del anacrónico sistema de cajas, una institución financiera entregada a los pies del poder político regional que se ha convertido en un agujero económico mayor que el inmobiliario. Pero su fracaso no es solo el de no haber establecido y ejercido con tino medidas para evitar el hundimiento de estas instituciones, sino que, no contento con eso, no ha impedido que la sangría continuase, asistiendo, como hacemos, a la insultante situación de cajas quebradas, como la CAM (condenada a ser regalada a la banca privada, con un buen ajuar adjunto, en ayudas, eres y exenciones fiscales) otras que tras ser capitalizadas y recapitalizadas confiesan su incapacidad para cumplir los requisitos mínimos de funcionamiento (CajaAstur, CajaCantabria y compañía) y otras, reflotadas con cuantiosas cantidades de dinero público que, ahora se descubre, no han servido para sanear las entidades y garantizar a largo plazo depósitos y servicios, sino para engordar las cuentas de directivos, consejeros y demás medradores que siguen campando en nuestra sociedad, que hay tenemos de ejemplo a los consejeros de CAM o Nova Caixa Galicia, que, sin que el Banco de España, ni los partidos ni las autonomías lo impidiesen, han cobrado sueldos e indemnizaciones criminales.
De hecho, y como ha demostrado la crisis del banco belga Dexia, ni siquiera la superación por nuestro sistema financiero de los llamados test de stress garantiza un funcionamiento mínimo de nuestra economía, carcomida cada vez más por una falta de confianza que sustentamos solo nosotros, nuestras instituciones, los fallos de control y administración y las irresponsables declaraciones de nuestros líderes políticos, portavoces parlamentarios y demás hienas que rodean relamidas en 20N.
Salgado sabe que una limpieza a fondo de las instituciones (Banco de España, tribunales, etc) se hace imprescindible, pero carece de tiempo y apoyo. Sabe que nutrir el engranaje de la inspección de hacienda es necesario, pero no tiene tiempo, ni medios, sabe que las reformas profundas, financieras, de innovación del mercado de trabajo y de los servicios son acuciantes para garantizar el futuro, pero no tiene tiempo, ni nada de lo que precisaría. Sabe que no importa quien gane el 20N, que precisamos de un gran pacto de estado que garantice reformas continuadas en el tiempo y apoyadas en la calle, en las autonomías y en los despachos empresariales. Ella lo sabe, pero nadie más parece quererlo oír.
Mientras, esta semana, no sabemos con que apoyo del gobierno, el Banco Popular ha comprado el ruinoso Pastor, y con una prima de beneficio para los inútiles de los gestores de este último, que tras hundir el bando en operaciones inmobiliarias poco lustrosas, van a vender sus acciones con 30% de sobreprecio. Ello en la misma semana en que la agencia de calificación Fitch trasladaba a sus análisis lo evidente. Las autonomías, de un partido o de otro, carecen de una política fiscal estable y saneada (la relación entre su estructura de gasto y sus fuentes de ingresos). La mitad de las instituciones clave del estado (Tribunal Constitucional, de la competencia ...) están en funciones, sin autoridad moral, ni legal casi, por la incapacidad de los partidos para ponerse de acuerdo en las renovaciones. Media administración no sirve para nada (entes audiovisuales, empresas públicas), o esta repetida (observatorios, comisiones de energía ...) o esta sobredimensionada (diputaciones y staffs). Y el sistema financiero es una incognita, cara, pero toda una incognita, nadie sabe hasta donde llega el agujero, que algunos, sus directivos, siguen cavando con pasión, rapiñando, antes de irse, lo último que queda.
Pero nada de eso importa, ahora el objetivo es ganar las elecciones, vencer, conseguir un triunfo y quedarse, ojala no, con solo un cadaver
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