Como en esas rancias historias de Sáenz de Heredia, en el celuloide blanco y negro del pasado siglo, hace unos días sabíamos que Consuelo Guerri, una de las investigadoras líderes del Centro de Investigación Príncipe Felipe de Valencia había obtenido un premio. Uno de esos magros y mediaticamente intrascendentes premios que se otorgan a los que avanzan entre sombras, tirando de nosotros con esfuerzo para sacarnos de la enfermedad, del atraso o de la ignorancia. El caso es que, apurada como estaba viendo derruirse la obra de investigación que había montado, decidió repartir sus miles de euros entre sus becarios, salvo un poco para comprar probetas, que ya se veía justa hasta en eso. Pero no fue suficiente, ni el dinero, ni el toque de atención público que la noticia escondía.
Dos días después, la misma prensa mostraba el resultado del gesto, tres despachos más allá. Beatriz Pérez, una licenciada en química, en bioquímica y master en biología molecular, celular y genética, se veía en la calle a sus 28 años, en el mismo (CIPF) de Valencia. Trabaja desde hace dos años por 13.200 euros anuales, exigua recompensa que le ha permitido, sin embargo, y al hilo de su tesis doctoral, obtener avances decisivos en el descubrimiento y comprensión del papel de una proteína en el desarrollo de un tipo de tumor llamado linfomas.
Tampoco deberíamos sorprendernos en exceso. Los becarios vienen siendo mano de obra barata en lo que poco que tenemos digno de llamarse investigación, y los profesores que sacan sus laboratorios adelante con dinero de su bolsillo, o mendigando a entidades privadas, un paradigma. De hecho, uno de los máximos investigadores mundiales, Mariano Barbacid, cayo en desgracia la primavera pasada (y aun no sabemos cuanto más abajo caerá), enfrentado con la ministra de investigación Cristina Garmendia por el tema financiero, entre otros. Cristina es, de todas formas, como el perro del hortelano, que ni come ni deja comer. Opuesta a dedicar más esfuerzo a investigación básica, tampoco permitió al famoso director del Centro Nacional de Investigación llegar a pactos con empresas privadas, vía fundación, para que estos financiaran proyectos.
Las dos noticias de Valencia ni siquiera significan que se haya traspasado alguna línea roja. Están todas borradas en el suelo. El gobierno valenciano acopio un buen fajo de billetes europeos para montar y sostener el CIPF, a cambio de apoyar sus proyectos. La euforia duró de 2006 a 2009, año en que, con el dinero gastado en otros menesteres menos honrados, la financiación investigadora se redujo a la mitad, amenazando a casi todos los proyectos en marcha, muchos biomédicos, impulsados, y no es demagogia, para salvar vidas. Fueron los mismos años en los que, por poner un ejemplo, la agencia valenciana del agua dilapidaba millones sin que, a día de hoy, nadie se afane en limpiar esa inmundicia, que al final, pagaran todos los españoles, como el agujero de la CAM, casualidades, otro “negocio” valenciano.
Lo ocurrido con estas dos investigadoras no es solo un problema ético, referido a nuestro futuro, mutilado en las políticas de desarrollo, es hasta legal, que es lo más cómico. Su contrato establece dos años de beca y dos de contratación, en la línea de las políticas ministeriales, ratificadas por las comunidades autónomas de evitar el sinsentido de los contratos temporales encadenados. Da igual, el CIPF ya ha perdido esta semana 104 de sus 250 investigadores, despedidos. Decenas de proyectos y tesis en marcha quedan así truncadas y casi sin posibilidad de reanudarse, con lo que esa vías de investigación no proporcionaran ningún fruto industrial, al menos en España, que fuera seguro que alguien coge el guante de los publicado hasta el momento. La dirección científica ha dimitido, con lo que se carece de rumbo en la institución, y los 90 millones gastados desde 2006 en el edificio, el equipamiento y los procesos investigadores corren el riesgo de perderse para siempre. Un primor.
Es otra cara de ese poliedro que llamamos en España educación, y que no se reduce a los niños de las escuelas (casualidades, Valencia es la comunidad donde más de ellos dan clase en barracones, y desde hace años). Educación también es formación profesional (este año ha habido 4.000 escolares sin plaza, solo en Valencia), y formación superior, e investigación.
Han pasado meses y años desde que la crisis comenzará a barrer nuestras vidas y seguimos sin ser conscientes de que no estamos ante un problema pasajero, un huracán que nos obliga, meramente a escondernos en el sótano y racionar el agua, esperando que todo pase para recolocar los muebles tirados por el viento, en el mismo sitio en que los colocaron nuestros abuelos. Nos encontramos ante el reto de construir un modelo social y productivo nuevo, basado en relaciones de poder distintas. Y para eso debemos aprovechar la situación para acabar con vicios muy enraizados en la política, la sociedad y la educación, por supuesto, pero en la medida que solo nos dediquemos a recortar gastos educativos, nada más, sin ningún atisbo de innovación, ni de mirada al futuro, nos convertiremos en lo que somos, un país de necios que despide a Beatriz y vitorea a Belen Esteban
Dos días después, la misma prensa mostraba el resultado del gesto, tres despachos más allá. Beatriz Pérez, una licenciada en química, en bioquímica y master en biología molecular, celular y genética, se veía en la calle a sus 28 años, en el mismo (CIPF) de Valencia. Trabaja desde hace dos años por 13.200 euros anuales, exigua recompensa que le ha permitido, sin embargo, y al hilo de su tesis doctoral, obtener avances decisivos en el descubrimiento y comprensión del papel de una proteína en el desarrollo de un tipo de tumor llamado linfomas.
Tampoco deberíamos sorprendernos en exceso. Los becarios vienen siendo mano de obra barata en lo que poco que tenemos digno de llamarse investigación, y los profesores que sacan sus laboratorios adelante con dinero de su bolsillo, o mendigando a entidades privadas, un paradigma. De hecho, uno de los máximos investigadores mundiales, Mariano Barbacid, cayo en desgracia la primavera pasada (y aun no sabemos cuanto más abajo caerá), enfrentado con la ministra de investigación Cristina Garmendia por el tema financiero, entre otros. Cristina es, de todas formas, como el perro del hortelano, que ni come ni deja comer. Opuesta a dedicar más esfuerzo a investigación básica, tampoco permitió al famoso director del Centro Nacional de Investigación llegar a pactos con empresas privadas, vía fundación, para que estos financiaran proyectos.
Las dos noticias de Valencia ni siquiera significan que se haya traspasado alguna línea roja. Están todas borradas en el suelo. El gobierno valenciano acopio un buen fajo de billetes europeos para montar y sostener el CIPF, a cambio de apoyar sus proyectos. La euforia duró de 2006 a 2009, año en que, con el dinero gastado en otros menesteres menos honrados, la financiación investigadora se redujo a la mitad, amenazando a casi todos los proyectos en marcha, muchos biomédicos, impulsados, y no es demagogia, para salvar vidas. Fueron los mismos años en los que, por poner un ejemplo, la agencia valenciana del agua dilapidaba millones sin que, a día de hoy, nadie se afane en limpiar esa inmundicia, que al final, pagaran todos los españoles, como el agujero de la CAM, casualidades, otro “negocio” valenciano.
Lo ocurrido con estas dos investigadoras no es solo un problema ético, referido a nuestro futuro, mutilado en las políticas de desarrollo, es hasta legal, que es lo más cómico. Su contrato establece dos años de beca y dos de contratación, en la línea de las políticas ministeriales, ratificadas por las comunidades autónomas de evitar el sinsentido de los contratos temporales encadenados. Da igual, el CIPF ya ha perdido esta semana 104 de sus 250 investigadores, despedidos. Decenas de proyectos y tesis en marcha quedan así truncadas y casi sin posibilidad de reanudarse, con lo que esa vías de investigación no proporcionaran ningún fruto industrial, al menos en España, que fuera seguro que alguien coge el guante de los publicado hasta el momento. La dirección científica ha dimitido, con lo que se carece de rumbo en la institución, y los 90 millones gastados desde 2006 en el edificio, el equipamiento y los procesos investigadores corren el riesgo de perderse para siempre. Un primor.
Es otra cara de ese poliedro que llamamos en España educación, y que no se reduce a los niños de las escuelas (casualidades, Valencia es la comunidad donde más de ellos dan clase en barracones, y desde hace años). Educación también es formación profesional (este año ha habido 4.000 escolares sin plaza, solo en Valencia), y formación superior, e investigación.
Han pasado meses y años desde que la crisis comenzará a barrer nuestras vidas y seguimos sin ser conscientes de que no estamos ante un problema pasajero, un huracán que nos obliga, meramente a escondernos en el sótano y racionar el agua, esperando que todo pase para recolocar los muebles tirados por el viento, en el mismo sitio en que los colocaron nuestros abuelos. Nos encontramos ante el reto de construir un modelo social y productivo nuevo, basado en relaciones de poder distintas. Y para eso debemos aprovechar la situación para acabar con vicios muy enraizados en la política, la sociedad y la educación, por supuesto, pero en la medida que solo nos dediquemos a recortar gastos educativos, nada más, sin ningún atisbo de innovación, ni de mirada al futuro, nos convertiremos en lo que somos, un país de necios que despide a Beatriz y vitorea a Belen Esteban
2 comentarios:
Un magnífico post, toda mi solidaridad hacia los grandes profesionales del CIPF de Valencia.
Si valen los contrarán fuera, si no al paro y a mover el culo.
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