El debate
sobre las subvenciones públicas a entidades privadas y sus efectos perniciosos
sobre la actividad económica esta abierto en España, como en otros lugares,
desde los tiempos de Carlos III. En España, el protagonismo se lo lleva,
especialmente Ryanair, una empresa irlandesa de las llamadas “Low Costs” que
atesora algunas ventajas (volar barato) y unos cuantos inconvenientes.
He leído
con atención (porque, entre otras cosas, me gusta como plantea y explica los
problemas), un cuidado y documentado artículo de Pablo Arce en eolapaz, esta
semana, en el que analiza la importancia de que Santander sea base operativa de
esta compañía, y los riesgos de que abandone sus operaciones desde la capital
cántabra.
Es un tema
cíclicamente recurrente. De pronto algún gobierno que había gastado sumas
ingentes en esa compañía (bien en ayudas directas o bien en infraestructuras
aeroportuarias), se da cuenta de que el trato que mantiene con la compañía
irlandesa es poco menos que insostenible, y que los miles de millones gastados
no presentan una tasa de retorno adecuada, si esta existe. La respuesta de la
aerolínea es amenazar con el cierre y el traslado a otro lugar desesperado por
tenerla. Cosa que harán sin miramientos. El último ejemplo en España es
Cataluña, donde el nuevo gobierno regional no pudo renegociar a la baja el
contrato. Ante ello Ryanair decidió reducir ostensiblemente sus operaciones
desde Gerona y cancelar las de Reus. Pero encuentran otra base. ¿Por que?.
Muchos
gobiernos regionales y locales europeos han establecido una rara asociación
entre tener y ser buenos gestores. Tener un hospital regional, una televisión
local, una policía autonómica y un aeropuerto. Pero tras construir el
aeropuerto e inaugurarlo, descubren lo costoso que es mantenerlo, y lo inmoral
y costosamente político, de decirle al ciudadano que los 300 millones de la
infraestructura están criando hierbas. Con eso, y un informe de un amigo del
consejero de turno que hable maravillas del impacto económico de la compañía,
Ryanair aterriza. Cobrando por ello, claro.
El carácter
barato de estos vuelos es discutible, aunque no voy a entrar a rebatir a Pablo
Arce, porque carezco de datos, y la casuística de un aeropuerto concreto no se
si nos saca de algo. Lo que si he podido comprobar es que según estudios de
FACUA, la media del billete de tren Santander- Madrid es de 42 € anuales (según
obtengas el billete un día antes o 365 antes, con descuento o sin él, con ida y
vuelta o no). Y la media, en iguales condiciones, de los vuelos entre esas ciudades
de la empresa del arpa es de 21,90 €, lo que significa 39,5 €. Pues a los
precios, solo es visitar su web, hay que sumarles la facturación on line, las
tasas, los impuestos, el cargo UE261 (¿?) y la tarifa administrativa, si
corresponde. Magro descuento, aunque, ya lo se, hablamos de un viaje mucho más
corto. ¿Por que es más corto?. Claro que si yo voy en tren debo presentarme en
la estación 5 minutos antes, treinta si vuelo, y eso si no facturo. Y además el
tren llega y parte del centro urbano, y Barajas y Parayas están ... lejos. Y ya
se que hay metro (menos en Santander), pero los kilómetros ahí están.
Sin
embargo, obviemos esos datos, centrémonos en comparar el precio que paga el
usuario en esa compañía y en otra. ¿Es más bajo el precio de Ryanair?. Evidentemente
si, si tenemos en cuenta el precio directo pagado. Es más discutible si tenemos
en cuenta el coste indirecto, lo que cada uno estamos pagando via impuestos de
cada vuelo, volemos o no, el coste potencial o de riesgo, si tenemos en cuenta
los riesgos en que estamos incurriendo con esa compañía y el beneficio
diferido, el que supuestamente recibe cada ciudad de acogida, por los pasajeros
que recibe o emite. En esto último no me meto. Simplemente por que los datos
que he encontrado son muy dispares. Varían según la ciudad, y varían según
quien lo estudie. Entramos ahi en un terreno resbaladizo, y doy por buenas las
valoraciones de Pablo Arce. ¿Pero y el coste de riesgo?. Un miembro del
personal de cabina de Ryanair debe sortear, para ser contratado, un curso de
formación de cinco semanas, por el que paga 1.400 libras . Durante
él le dará clase gente de formación no contrastada, no hará apenas prácticas,
le contaran obviedades y hará un examen solo teórico que realizará con apuntes.
De hecho, me ha sorprendido que hablando con tres azafatas todas hayan
coincidido en dos ideas fuerza de su formación. Cuando se inicia un vuelo hay
que localizar a los pasajeros que parezcan más aptos para que, en caso de
accidente, puedan abrir las puertas y dirigir a los demás (muy fuerte). Y
segundo, un avión en tierra no produce. Toda la operación de embarque y
desembarque debe hacer se en menos de 25 minutos. Resultado, personal cansado,
trabajadores de handling que incurren en errores graves, baños y cabina sin limpiar
y mecánica sin revisar. Y eso implica un riesgo, que llegado el caso, y Dios no
lo quiera, asumiríamos económicamente todos. Dos ejemplos. Uno el trato que
recibe el pasajero (el pasaje no importa una vez que compra el billete, solo
importa hacer vuelos, por eso haces largas colas dado el escaso personal, te
miden las maletas, para hacerte pagar si excede un centímetro, te rechazan si
la tarjeta de embarque no coincide en una letra v o b con tu dni, ahora
pretenden aumentar los asientos de los aviones de 189 de los 737-800, como
marca la normativa, a 195 eliminando los baños, etc). Dos, desde el uno de
enero, según aviación civil Rayanair ha tenido en España 152 incidencias (sobre
todo en los flaps y en los conductos de aceite). Según la OCU , las denuncias triplican
ese número de incidencias.
Y luego
está el tema de la eficiencia. Un mercado subvencionado es un mercado
intervenido, y no libre, donde la competitividad es nula o baja, y la falta de
lucha económica impide la mejora y la reducción de costes dentro de unos
límites. Porque, claro, poco puede hacer un gobierno para controlar estos
abusos, cuando estos se hacen gracias a que él los subvenciona. Todos sabemos
como funciona un mercado monopolístico u oligopolístico, y si no, fijaros en la
telefonía, el gas o la electricidad.
Es cuestión
de elegir. De momento lo que hemos hecho es apostar por aeropuertos llenos de
jóvenes durmiendo en el suelo para no pagar un hotel antes de su vuelo de
mañana (vaya turismo de más impacto), control de calidad mínimo, tripulaciones
mal pagadas y mal preparadas, trato basura al cliente y falta de competitividad
y, gracias a eso, volar a precio directo bajo.
Imagen ABC
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