domingo, 31 de enero de 2010

Altamira, un hilo de sombras


Eso de que el buen paño en el arca se vende es un refrán que no parece ir con Cantabria, que desde hace años parece fiada en su futuro y su riqueza al turismo. Tanto, que Altamira se ha convertido en estas últimas semanas en base del debate político y ciudadano en la región, anteponiéndola, por momentos, a problemas que, aparentemente, parecen más serios y perentorios. Siendo mala, podría decirse que con Altamira y el Racing le ha venido Dios a ver al gobierno, y autoridades en general, manteniendo, en parte, a la opinión pública con la oreja ocupada.

Y digo en parte, porque resulta curiosa la proverbial pasividad de nuestra tierra en lo tocante a los temas importantes que afectan a nuestra vida. La semana pasada un diario regional abría a toda portada con opiniones y declaraciones sobre Altamira, y con un despliegue gráfico y de texto inusual, recabando opiniones y presionando sobre la reapertura de la cueva. Algo en la línea de los regionalistas y otros grupos que se mantienen en competición permanente de quien es más cantabro, de quien visita más aldeas en fiestas, quien camina mejor en albarcas y quien engulle más sobaos. Que lastima que cuando las explotaciones ganaderas languidecen, las grandes empresas despiden a docenas, los dependientes agonizan o la educación hace aguas, no se tenga ese remango. Con todo, mientras la élite pelea por la reapertura de la cueva, el común de los mortales tampoco parece que haya salido de su desidia y su apatía habitual sobre el tema, la misma que mantenemos hacia Valdecilla, la antigua Firestone, la ruina ganadera, la capitalidad cultural de Santander o las consecuencias del POL sobre honrados propietarios de viviendas, temas que con ser serios y trascendentes apenas son merecedores de una frase suelta de un cargo menor de la administración, y dos columnas en alguna página perdida en ese laberinto a peso en que se ha convertido el Diario.
Pero claro, Altamira es distinto a todo eso. La cueva no solo reúne valores culturales incuestionables, cosa que, me temo, a la mayoría de los que deciden poco importa. La cueva es un símbolo. Representa la identidad de una región cuyos gobernantes se dedican más a defender la autonomía, vía insistir en que somos diferentes al resto, que a crear, aun admitiendo que ha creado mucho en estos años. La cueva es parte de un entramado empresarial dedicado al turismo, un modelo de negocio regional cada vez más predominante, que nos hace caminar hacia una peligrosa dependencia.
Esta muy bien en convertir a nuestro presidente en tertuliano habitual de los medios, en patrón del gremio de taxistas de Madrid, en anfitrión perfecto de todas las cenas de gorroneo de FITUR o en anfitrión de ex presidentes mundiales, que estamos convirtiendo Comillas en un geriátrico político, pero Altamira es distinto.
La cueva es patrimonio de la humanidad, y Cantabria debería haber ejercido, ya hace años, un liderazgo inequívoco en su conservación y gestión, como propietaria última de los terrenos y ese capital cultural. No se entiende, más bien da lastima, la imagen esta semana de el director General de Bellas Artes y Bienes Culturales, José Jiménez, compareciendo en una tierra lejana para decirnos lo que va a ocurrir aquí, con lo nuestro, mientras Sergio Sánchez Moral, el técnico del CSIC responsable de la investigación científica proseguía con el oscurantismo típico de estos años.
La comunidad que ahora artificialmente protesta por el impulso de un medio de comunicación y algunos políticos, debería haber tomado cartas en el asunto, hace mucho, al ver como el principal activo cultural de la región, su santo y seña, quedaban en manos de un técnico de Madrid, un discreto director de Museo en Santillana, y un ministerio de cultura devaluado y que solo tiene ojos para defender a la SGAE y a la industria audiovisual. Si había un patronato, y en el estaba representada Cantabria, ¿por que no hemos cogido sus riendas, por que no hemos presionado, por que no hemos tomado decisiones?. Por la misma razón por la que nuestras comunicaciones ferroviarias son una mierda, incluida la estación de Tanos, que ahora dicen que la van a pintar, después de anunciar hace meses que se iba a construir una novísima estación en los Ochos. Por la misma razón por la que no hay un plan de rescate ganadero. Por la misma por la que la administración regional no ha tomado cartas en el asunto de aliviar la agonía de las PYMES, ahogadas en parte por los impagos del gobierno de Revilla. Por la misma, por la desidia. Por un criterio de gobierno basado en la fanfarria, las obras faraónicas y efectistas, como el palacio de Moneo, y las grandes declaraciones engoladas.
Me alegro mucho que un chaval de 18 años, que le da patadas al balón en el Racing, se haga millonario. Me alegro de que 300 personalidades hayan comido de gorra a cuenta nuestra en FITUR. Pero el gobierno, y la prensa que le palmea debe estar a otras cosas. No podemos ponernos a discutir que Altamira no es más que una cueva sobre cuya pared hay finísimas láminas de hierro que componen pinturas. Una bellísima estructura, pero muy frágil, pendiente siempre de al humedad, el calor y una banda de microbios come hierro que a penas conocemos, por todo lo cual no podemos convertir Altamira en un parque temático masivo. Todo eso es indiscutible. Tanto como que la neocueva, pese a sus miles de visitantes ha sido mal gestionada y tiene muchas lagunas y poca iniciativa. Tanto como que tenemos una política cultural marcada por criterios empresariales y turísticos, y un gobierno patriótico y con comisuras de farándula pero con poca personalidad, y un concepto de fidelidad a Zapatero, admitiendo todo lo que el gobierno central dispone o precisa, enfermizo.

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