lunes, 4 de enero de 2010

Conciencias selectivas




No se si os ha ocurrido alguna vez. Tengo tanto interés en escribiros sobre este tema, y tanta rabia acumulada sobre su desenlace, que no he conseguido en días que me fluyan las palabras. Solo encuentro un lenguaje torpe.

Sin embargo aún siguen en mi memoria las imágenes del aeropuerto de Lanzarote, en el que la activista saharaui Haidar emprendió una huelga de hambre para reivindicar sus derechos fundamentales, entre ellos, el de regresar a su hogar, reunirse con su familia y expresarse libremente. Las imágenes de aquellos días están repletas en mi memoria de signos de solidaridad, entre los que destacan, y de eso se encargaron bien los medios de comunicación, la permanente presencia pública de las autoridades de exteriores y, como no, del gremio de actores, siempre presto a donar su imagen para todo causa humanitaria o de justicia que ellos valoren precisa. Lástima que entre sus prioridades humanitarias y su efervescente lucha por la justicia no este la defensa de la gente humilde, menos llamativa y glamurosa, que duda cabe, pero al fin gente.
En esta navidad, cada año menos blanca en su alma, los aeropuertos no nos han dado tregua, y en los días finales de año pusieron telón y platea a un nuevo episodio de reivindicación, condenados, como parece, a convertirse en los foros de la globalidad.
En este nuevo episodio no fue una mujer la que pretendía, en buena ley, volver a su hogar, sino miles. Familias enteras, en su mayoría gente modesta y humilde, quedaron atrapadas sin poder volver a sus casas, por un conjunto de errores, de los que el máximo responsable, nos hacen ver, es la compañía air comet.
Miles de personas que confiaron en una compañía privada que operaba en el mercado, sin que ninguna de las autoridades encargadas de vigilarle avisaran a estos usuarios de los graves riesgos que corrían al confiar su dinero y su futuro en ella.
Su futuro, si, y no me pongo melodramático. Muchos de los usuarios afectados son emigrantes que, residentes en España, han regresado a sus países de origen para reencontrase con sus familias, y de cuyo regreso depende que no pierdan su trabajo en esta España de la crisis. Ahora sus billetes de avión no valen nada y su capacidad económica pone en riesgo su vuelta a nuestro país.
En este lado del Atlántico la cosa no es muy distinta. Frente a personas que pretendían, los menos, viajar por placer y han visto arruinadas sus vacaciones, hay un buen número de ciudadanos que iniciaban su vuelta sin retorno a sus países de origen, fracasado su sueño en España.
Yo me imagino que esta gente esta luchando por una causa justa, que tiene derechos, que tienen dignidad. Creo entender que no es justo ni humano tener días enteros a una familia tirada en los pasillos de Barajas, sin ningún tipo de atención. Al contrario que con la señora Haidar ha habido poco esfuerzo diplomático para resolver la situación, siendo los afectados de varios países, ni ha habido ninguna presencia de actores y artistas dispuestos a reivindicar los derechos de estas personas o atacar a los responsables.
Algún tumulto aquí, o allende el océano. Algún reportaje en la televisión, que son historias estas muy navideñas, al estilo de aquel Chencho de la película “La gran familia”, perdido en Madrid, y luego el silencio.

Y es que toda sociedad, junto a la dirigencia legal encargada de administrar sus bienes y sus cuitas, dispone, cuando es madura y civilizada, de una elite moral y legitima, encargada de ejercer las necesarias labores de conciencia colectiva y de contrapesar y, en su caso, espolear a administraciones que suelen tender, casi siempre, al más placido sueño y la menos edificante rutina. Quizá uno de los males de España, y con su soledad lo denunciaron Ortega, Unamuno o Gelman, es la falta de esa conciencia colectiva. De esa elite moral. Las referencias nunca faltan, y son esenciales para mantener viva una sociedad, en tanto que proyecto común. Pero las actuales han resultado más que una luz, la boca de Hades. Una parte sustancial de nuestro país admira y nutre su espíritu de Belén Esteban o de cualquier Maquinavaja que surja, admirados iconos de una sociedad rebelde y criticona, insatisfecha y presta a arrojar piedras al dictado de sus gurús y consumir, bienes o anti ideas, sin moderación ni recato, como demostró el reciente linchamiento moral de un ciudadano acusado injustamente de violar a su hija, hecho del que aun esperamos una profunda reflexión y enmienda. Barajas ha sido otro episodio de ese desarme moral que sufrimos y al cual nos entregamos cada día más.

España llora y se moviliza ante la muerte sobre la hierba de un futbolista, el jamón robado a Andreita por su padre en su comunión o la lucha oscura de una activista saharaui, de cuyos ideales apenas sabemos o estamos interesados. Pero cuando cientos de familias ven sus casas derribadas por la rapiña y la desvergüenza de decenas de ayuntamientos, cuando cientos de familias quedan desamparadas en un aeropuerto porque una empresa que consiguió, no se sabe como, una licencia del gobierno, les abandona a su suerte o cuando barrios enteros se llenan de droga o de prostitución, los actores no se ponen una pegatina, ni emplean su capacidad de arrastre y altura moral.

La élite nacional, esa que tampoco hemos visto en Copenhague, tiene una conciencia selectiva, un corazón bicolor, como todos nosotros, encerrados en una vida escueta, de la que solo a veces nos saca un sobresalto, un gruñido de Guillermo Toledo, de Jordi González o de Jose Luis Rodríguez. Y luego a dormir, hasta que los actores manden.

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