sábado, 23 de febrero de 2008

El honor de servir



No soy escritor, no dispongo del don de la palabra y es por eso que les pido disculpas de antemano si el tiempo que emplean leyendo mis reflexiones les resulta poco o nada productivo.


Fue Aintze Zaratagabaster la que me pidió que les redactara este pequeño artículo y hay peticiones a las que uno no puede, ni debe negarse.

Por lo que he podido comprobar son ustedes estudiantes. Jóvenes que se encuentran en la edad de decidir por que caminos ha de discurrir su vida, su futuro laboral. Tal vez sea un poco pronto para asumir esa responsabilidad y estoy seguro que esto les abruma, pero la sociedad en la que actualmente vivimos hace que este proceso sea inevitable, tan inevitable como la necesidad de madurar a marchas forzadas aun cuando lo que sin duda se prefiere, es disfrutar de la juventud ocupándose de asuntos más triviales.

Desgraciadamente eso es así y antes de que se den cuenta, les pedirán que sean adultos cuando ustedes lo que desean es seguir siendo niños, la sociedad manda. Una sociedad de la que son parte y de la que habrán de participar de una forma más activa en un futuro no muy lejano, es por esto que antes de decidir sobre su futuro laboral, les pediría que se paren a observar por un momento la sociedad que les ha tocado vivir y se pregunten ¿cómo puedo mejorarla?.

De ustedes se espera que sean mejores personas que sus padres, que todas las vivencias acumuladas por generaciones pasadas les sirvan para mejorar el presente y que sean capaces de transmitirlas a quienes vengan tras sus pasos a fin de mejorar el futuro. Es a partir de este principio que me veo en la obligación de transmitirles mi experiencia personal, de hacerles partícipes de una serie de vivencias que espero, les sean de utilidad a la hora de tomar sus propias decisiones.

Los humanos somos los grandes perjudicados de un proceso de alienación auto impuesto, que nos ha llevado a basar exclusivamente nuestro modus operandi en el pronombre personal “yo”. Se ha primado la desaparición del interés colectivo, de un “nosotros”, a favor del vocablo egoísta por antonomasia, el cual ha permitido a la mayoría individuos cerrar los ojos y aparcar a un lado sus mejores sentimientos. Este proceso nos ha llevado a convertirnos en una sociedad débil, en una sociedad aletargada cuyo principal aliciente es el del beneficio personal, que señala con incredulidad y hasta cierto punto con sorna, a aquellas personas dispuestas a dar su esfuerzo de forma altruista.

Es de eso precisamente de lo que les quiero hablar, de servicio público. De cómo algunas personas han hecho de esa necesidad de servir a la ciudadanía un modo de vida, una profesión con la que además de sentirse orgulloso, ganarse el pan de cada día. De sentir que se puede mejorar el mundo, que nuestro paso por la vida tiene sentido y de desarrollar en todas sus facetas nuestra capacidad de amar al prójimo.

Decía Edmund Burke que “lo único que se necesita para que triunfe el mal, es que los hombres buenos no hagan nada” y es posiblemente esa, la frase que mejor podría enmarcar estos sentimientos y todo aquello que deseo transmitirles. Sin duda es ese el pilar básico de mi planteamiento, el amor, no solo a la persona que uno ha elegido para compartir alegrías y penas o a la familia, sino el amor hacia quienes más lo necesitan, hacia las personas que han visto desestabilizado su orden cotidiano por la aparición brusca de un hecho infausto. El amor por la vida, por el bienestar y la seguridad de los ciudadanos, el amor por...

Estoy seguro que entre ustedes no solo hay personas dispuestas a ser economistas, ingenieros, abogados... también habrá quién entienda perfectamente las sensaciones de las que les hablo y que desee convertirse en unos años en bombero, sanitario, policía, militar, etc... en un servidor público y desde aquí no puedo más que animarles a hacerlo. Les aseguro que encontrarán a lo largo de su trayectoria profesional infinidad de momentos difíciles, pero también les aseguro que sin duda alguna, estos se verán contrarrestados por momentos de alegría y por la sensación reconfortante que se desprende del servicio al ciudadano.

Lo que también encontraran son cientos de miradas. Miradas cargadas de alivio cuando les vean aparecer, y será ese, el alivio de quien más lo necesita, el mejor pago a todos sus esfuerzos y el aliciente que les llevará día tras día a desear hacer mejor su trabajo. Un trabajo que les permitirá sentir que en su vida hay algo bueno aunque en el resto de aspectos no les vaya demasiado bien. Doy fe.

En mi caso lo que empezó como una actividad voluntaria enfocada a la atención sanitaria de emergencia, se ha convertido en una profesión, en un modo de vida que me permite pagar mis facturas y a la vez mantener la conciencia en límites aceptables. Trabajo en uno de los servicios de emergencia extrahospitalaria más reconocidos de España y de la Unión Europea, cada día prestamos socorro a más de doscientas personas cuando más lo necesitan, lo que nos convierte a mis compañeros y a mi en privilegiados. En unos privilegiados que sienten cada vez que se ponen su uniforme, el honor de servir.

I. R.

SAMUR, Madrid

I.R., como desea aparecer en este artículo, es un hombre íntegro. Un regalo del cielo para todos quienes hemos tenido la suerte de mezclar nuestra vida con la suya. Miembro de uno de los servicios de emergencia más importantes de Europa, es al tiempo educador, y un ciudadano, que por ejercer de tal a cada instante, hace cobrar a sus opiniones, la virtud de un magisterio.

Nuestro agradecimiento, el de la redacción de eolapaz, y de sus amigos, por esta colaboración.

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