Es
desconcertante la política internacional. Y la domestica, y toda aquella
marcada por objetivos inconfesables, aunque de sobra conocidos.
Esta
semana, aunque no hayamos reparado en ello, han continuado los combates en
Libia, un país que desde la caída del dictador Muamar el Gadafi, en el lejano 2011, ha pasado de ser un
ejemplo de “Primavera Árabe”, a otro invierno más del mundo actual, junto a
Siria, Gaza, Ucrania, Nigeria, Afganistán …
Esta semana
ha continuado la carnicería entre decenas de bandas que se disputan los
despojos del país y el petróleo que esconde. Principalmente los nacionalistas
de los de Mahmud Jibril (apoyados
por Emiratos, Arabia Saudí o Turquía) y
los islamistas de Ali Salabi (que reciben apoyo de la “moderna” Qatar).
En medio de
un Próximo Oriente que se descompone ante el avance de islamistas radicales,
ante la desaparición de fronteras bajo el avance del califato islámico y
sumidos en el miedo a que la guerra y la rebelión se extienda a las
petromonarquías del Golfo, Emiratos Árabes (secundados por Arabia y Egipto) han
decidido intervenir en Libia bombardeando objetivos islamistas en Trípoli con
su aviación, en una acción insólita y aun no admitida en público.
El motivo
el tradicional, proteger al “pueblo indefenso” y llamar la atención de la Comunidad Internacional.
Comunidad Internacional significa las potencias europeas y los Estados Unidos.
Ese odiado hermano mayor del que todo el mundo reniega y echa pestes, pero al
que al final siempre recurrimos. Es más, como es este el caso, un hermano mayor
al que recriminamos su lentitud y su falta de implicación, la misma que hemos
reprobado en tantos casos anteriores.
Un análisis
superficial de la situación en Cirenaica y Tripolitania (que ahí está parte del
problema, que Libia no existe, que no es más que un invento poscolonial que ha
unido a dos entidades sociales, tribales y culturales ampliamente
diferenciables, y con poco ánimo de convivencia) evidencia las contradicciones
occidentales, nuestra confusión continua y nuestra extensa capacidad para tomar
decisiones siempre tardías, y llenas de huecos argumentales.
Europa y
Estados Unidos no quieren involucrarse (como ocurrió en 2011) en un
enfrentamiento civil en el que conocemos, y hace tiempo, todas las maldades de
uno, de la misma forma que desconocemos las virtudes del otro. Los mapas,
informes e imágenes que han llegado hasta nosotros revelan la lucha por el
poder en las poblaciones de la costa, las más pobladas, bien es cierto, pero
dejan fuera de nuestro alcance todo el interior del país, cuya actitud
desconocemos. Tanto como el programa, las intenciones y la idiosincrasia de los
distintos grupos enfrentados, incluidos los denominados moderados o
nacionalistas, sobre los cuales hemos extendido una simpatía emocional (son los
más débiles, no son islamistas), pero muy irracional.
No cabe
duda que los yihadistas amenazan Ásia con una dictadura opresora, salvaje y
represiva, de tintes expansionistas y terroristas. Eso ya lo sabemos. Tanto
como lo sabíamos hace un año, dos o quince. Hasta el punto que en la tercera
película de la saga “Rambo”, Hollywood los presentaba como los buenos, en su
lucha contra el expansionismo soviético.
Hemos
abandonado a su suerte a ese pueblo tras la caída de Gadafi, gracias a la
inútil diplomacia europea, y la dejadez de Obama ¿Realmente, que ha cambiado
para que occidente fije otra vez sus ojos en Libia?. ¿Que los muertos salen en
televisión, y antes al pueblo libio se le masacraba con la cámara apagada?. ¿O
que a falta de un visión global de Occidente las monarquías del Golfo y todo su
poder nos exigen jugar nuestro papel de policías a su servicio?.
El problema
radica en que el islamismo es una hydra cuyas raíces se extienden hasta los
barrios de las ciudades europeas y no queremos despertar al monstruo. Y el
problema es que occidente, sin líderes ni ideologías sabe que puede, sea cual
sea el precio, puede acabar hasta con el último rebelde muerto, y revertir la
guerra, y acabar con los yihadistas. Quizá. Pero, si así ocurre, ¿Que pasará
después?.
Destruir un
régimen es fácil, acabar con un ejército del tercer mundo es presa asequible
para nuestra tecnología. Pero construir un estado, edificar una sociedad civil
duradera es complejo, es una tarea de décadas, llena de altibajos y sinsabores.
Y esa paciencia prolongada, como se ha visto en Haití o en Iraq, no suele ser
un rasgo occidental. Serán necesarias inversiones profundas, en educación, en
infraestructuras y en servicios estatales. Unos servicios que no se pueden
reconstruir, pues no existen, ni la cultura que los sostenga.
Me imagino
que ganen los moderados libios o lo haga su contrario, acabaremos como de
costumbre. Contratistas que hacen caja al rebufo de las fuerzas de ocupación o
las imposiciones de la comunidad internacional. El trabajo se dejará a medio
hacer, como en Irak, o en Afganistán o en tantas partes. La sociedad quedará
frustrada y la inestabilidad hará presa del país. O quizá no, ojala. En todo
caso, ¿por que, siguiendo esta lógica, no intervenimos en defensa de los
derechos humanos en Yemen, en Bahrein o no lo hicimos, meses atrás, en el
Sahara Occidental?
Todo el
mundo árabe vive la fiebre de una lucha descontrolada y de objetivos poco
claros, contra gobiernos injustos amparados por nuestros miedos al empuje
islámico o nuestra avidez de materias primas. Gobiernos sostenidos por nosotros
para defender nuestros intereses, no los de sus pueblos. De vez en cuando, por
no se sabe que razón, nos liamos la manta a la cabeza e intervenimos
fugazmente, para dejar, en el mejor de los casos, la situación igual, pero con
más rencor.
En todo
este panorama, lo que me parece más sonrojante, por tocarnos más de cerca, es
la posición europea.
La imagen
de los burócratas de Bruselas balanceándose ante el micrófono, como de
costumbre, entre pausas enfáticas, como de costumbre, mientras, en tono
humanista y desafiante, notifica que está dispuesto a poner en marcha todas las
medidas para la defensa de la paz y la libertad me causa perplejidad y,
vergüenza.
Tanto como
esos grupos de intelectuales que se muestran contra la guerra, aunque depende
de donde y con quien.
¿Que hay en
Libia?. Una guerra (como en Siria), un pueblo oprimido (como en Azerbayjan), un
uso irracional de la fuerza en áreas civiles (como en Yemen), y mucho petróleo
(como en Nigeria). Esto es, un panorama como el iraquí.
Y luego
dicen que la historia no se repite. La de Occidente si, sumido en un bienestar
capaz de atontolinar a sus ocupantes, siempre prestos, ante la imagen brutal de
una guerra a exaltar la libertad y la paz, y luego seguir paseando, olvidando
el horror lejano.
Imagen
líbia.gctoscana.eu
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