Continúan
los combates en Gaza. Desde hace unos días, lo que desde años se ha hecho
rutina vuelve a incendiar Oriente Medio, la ocupación de Gaza por el ejército
israelí llevándose por delante no solo centenares de vidas, sino la esperanza
de vivir en paz de miles.
Desde los
tiempos lejanos en que el presidente americano James Carter, y los lideres
Menean Beguin y Anwar el Sadat consiguieron iniciar un camino de paz entre
israelíes y egipcios, que marcaría el posterior de Rabin (Israel) y Arafat
(Palestina), siempre se supo de las dificultades y penurias que se deberían
atravesar. Pero pocos pensaron que tanta gente se mostraría tan torpe y tan mal
hadada, y que fueran más los obstáculos que las facilidades.
Tras
décadas en el exilio, el poder de la naciente Palestina, alborada bajo la
tutela americana y europea, quedó encarcelado en las ambiciones del partido del
presidente palestino Arafat, el histórico líder de la Organización para la Liberación de
Palestina, grupo que mantuvo el frente militar contra Israel. Su partido y su
gobierno (OLP) mantuvieron ese poder, desde la creación de la Autoridad Nacional
Palestina (ANP) en 1994 en base a una tupida red de corruptelas, relaciones
mafiosas y favores personales, que no solo ha dilapidado fondos increíbles,
sino creado una masa de descontentos entre aquellos que no se han beneficiado
de esa densa corrupción, y de aquellos que por ella, han visto como su país
caía irremediablemente en la pobreza, y ellos con ella. La situación serviría
de semillero a los radicales de Hamas, luego a la guerra civil Palestina, más
tarde a la división del país, su debilitamiento y con él la radicalización
gazati y la agresividad israelí.
Pero los
grandes males también han venido de fuera. El gobierno americano ha demostrado
una falta de miras y de sensibilidad, rayana en la inconsciencia. Los gobiernos
de Bush, primero, y de Obama después, no han realizado un solo gesto o acción
encaminada a resolver la difícil situación palestina, confiando la salvación de
la crisis a una supuesta victoria militar en Irak que aplastaría a los
islamistas de Oriente Medio, dejando libre el camino para la imposición de un
nuevo marco de relaciones y fronteras que facilitara el dominio de la potencia
en esa área geoestratégica.
Muy al
contrario, la presencia militar occidental en Mesopotamia ha desatado un
renacimiento islamista que se ha extendido por toda la región, impulsando el
liderazgo yihadista en Yemen, Siria, Líbano y Egipto (ahora sumido en una grave
fractura civil).
La guerra
se extiende de la mano de fanáticos como el EIIL, Hamas o Hezbollaha,
amenazando no solo a occidente, sino a los gobiernos moderados de la zona, o a
los pueblos que iniciaban, tras años de crisis y guerra, su reconstrucción, la
vuelta a la paz, caso de Líbano, al borde de nuevo de la guerra civil.
Cierto es
que la pobreza y las tensiones religiosas y nacionalistas han sido el vivero de
muchas de las penalidades del mundo moderno, y que las naciones más poderosas
de la tierra estaban obligadas a una intervención terapéutica que estabilizara
el mundo, cortara de raíz las amenazas que Al Qaeda ha simbolizado y diera
satisfacción a una gran parte de la humanidad, sumida desde el siglo pasado en
la miseria y la opresión, causas reales del rearme islamista. Pero nada se
impone, menos desde la fuerza, y menos a una cultura orgullosa de su historia,
pisoteada por los occidentales desde tiempos, y con la punta de lanza de
Israel.
Un primer
mal arranca de la ficticia imposición de una democracia manipulada (Egipto) o
bloqueada cada vez que la libertad del pueblo amenaza con llevar al poder a
grupos islámicos (Palestina tras el triunfo de Hamas, o Turquía). En esos
momentos en que las urnas aupan a grupos contrarios a los intereses
occidentales, estos asfixian a los nuevos gobiernos en lo económico o en lo
militar, o sus cómplices (el ejército en Egipto, por ejemplo) desatan una
oleada de violencia genocida. Es el caso de la corrupción y la represión del
gobierno afgano, que ha propiciado el rebrote talibán, de la violencia anti
sunni en Irak, de la violencia con que el gobierno paquistaní actúa contra las
tribus de la frontera afgana o del brutal terrorismo de estado que los
islamistas soportaron por las fuerzas de seguridad del estado en Palestina,
dirigidas por el temido miembro de la
OLP , el corrupto Dahlan. Una violencia entre palestinos que
es una de las causas de la anarquía palestina que da argumentos a Israel.
Recientemente,
el coordinador de Naciones Unidas para Oriente Próximo, Álvaro de Soto,
denunciaba contundentemente el boicot internacional a los palestinos tras la
victoria electoral de Hamás. La retención de fondos por Israel a la Autoridad Palestina
creó tal frustración y pobreza entre la población Palestina, y tal odio hacia
el gobierno “colaboracionista” de Cisjordania, que ha mantenido un
enfrentamiento fratricida entre quienes se benefician de las ayudas europeas e
israelíes, y quienes no. Un enfrentamiento que parecía superarse por la vía del
acuerdo entre las dos facciones palestinas cuando, es casualidad, Israel ha
decidido intervenir en Gaza.
Las
responsabilidades del drama palestino se extienden a Europa, incapaz de imponer
una actitud común de sus miembros y de hacer valer su peso y su dinero en la
región. A Rusia, más pendiente de evitar un avance de la influencia americana
en al zona, que amenazaría sus rutas de abastecimiento energético, que de
frenar un avance radical que puede amenazar a la larga a sus fronteras. A
Estados Unidos, cuyo gobierno aparece dividido en lo tocante a impulsar una vía
militar o diplomática, y que incluso arma a unos grupos contra otros (incluso
en Irak), constituyendo así cada día un monstruo inmanejable. A Siria que
precisa de las milicias radicales de Hezbollah para ganar su guerra civil a los
radicales sunnies. A Israel, que fía su paz en la matanza interna de su
enemigo, sin darse cuenta que hace crecer un odio que amenaza a su propia
existencia. A nosotros, incapaces de usar nuestro voto y nuestra soberanía para
obligara a nuestros gobiernos a frenar un río de sangre, que arrastra como una
riada, vidas, sueños y miradas.
imagen AFP
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