Dicen que
por la mirada se descubre el entresijo humano. De la misma que forma que dicen
que esa misma mirada delata a una mala mujer. No se, la mayoría de las habitan
Moncloa no tienen esa mirada lasciva, esos ojos enarcados y esas comisuras
entreabiertas en plan “cómeme”, y sin embargo lo hacen, nos devoran. Esta lo
tiene todo, la fama, el cartel y la mirada. Pero no es mala, antes al
contrario, dicen los entendidos que esta muy buena. Tanto que pasa por ser una
de las reinas del gonzo, un nada sutil estilo cinematográfico en el que los
protagonistas exhiben sus atributos sexuales mostrando de forma explicita la
interacción de estos de forma reiterada, placentera y compulsiva. Vamos, lo que
aquí llamamos practicar sexo.
Dicen que
Sasha entró en esto del porno a los 18 años y que ha sido una de las actrices
que “más se ha entregado”, que más al límite ha llegado y que menos ha fingido
ante una cámara. Cuestión de profesionalidad. Pero nada de eso presenta un
interés desmedido en su historia, antes bien, no es más que un exceso
accesorio.
Dicen sus
biógrafos que Sasha, la chica que insinuantemente nos mira, se sale, entre
otras cosas, del patrón de esta industria. Nada de silicona, nada de caderas
circulares, nada de uñas a la francesa. Tampoco responde al típico perfil de
chica inculta de barrio que entra en el mundo del sexo por inmadurez,
desencanto vital, marginalidad inducida o una cadena de circunstancias
incontrolables que atrapan al individuo sin posibilidad de elegir tu destino.
No, nada de eso. Sasha es educada, interesada por la cultura, sumergida en el
mundo cambiante de la cultura más vanguardista, lectora ávida de Sastre y
Dickens, sensible a su tiempo, dominadora de su vida, inquisitiva, irónica,
sagaz y voluntaria, pues decidió entrar en esto (vaya verbo) por puro afán y
meditada y planificada actitud. Recién alcanzada la mayoría de edad ahorro, se
mudó a Los Ángeles y comenzó su ascensión implacable al olimpo vaginal.
En 2007 era
Marinna Ann Hantzis, una joven tejana de ascendencia griega. En 2008 era la
estrella Sasha Grey. En 2009 era portada de la revista Rolling Stone, tocaba en
grupos musicales de vanguardia con Thobbing Gristle y tras triunfar en
perfomance y happening variadas fundaba su propia productora, para dejar de
enseñar el viaducto y crear “nuevas oportunidades para jóvenes con ambición”.
Por hacer, hasta se ha permitido parodiarse a si misma y vilipendiar a su
propio mundillo, en una encumbrada serie “Él séquito” que la ha convertido poco
menos que en una artista de culto.
Tras dos
años de investigación interior Sasha regresa de la mano del, no menos,
inquietante Nacho Vigalondo, el discutible (por su tendencia a empatar sin
medida) cineasta cántabro que la exhibe en su nueva excentricidad, “Open
Windows””, en la que la inimitable Sasha comparte cartel con Elijah Word.
No es la
primera vez que Sasha se inmiscuye en el otro cine, puesto que ya había tenido
puesto en el reparto en algunas películas de Steven Soderbergh, ese director
oscarizado, tan aficionado a la mezcla habilidosa de rarezas cinematográficas
de poco presupuesto y grandes superproducciones.
Nada o poco
hay de criticable en que la chica se haya dedicado al cine de bajo presupuesto
en vestuario, ni tampoco en que ahora se esfuerce en labrarse un puesto en el
comercial. Pero siempre surgen en estos casos muchas preguntas, no tanto por la
propia protagonista, sino por como su devenir revela como somos a nivel
colectivo y que misteriosas y, en ocasiones, rastreras fuerzas, nos impelen.
Puestos a
llamar la atención Vigalondo no tuvo reparos en hacer chistes en su día sobre
el holocausto judío, y publicarlas en su twitter, y en analizarlas en su blog.
Y claro, incluir en el reparto a una actriz porno reconvertida da mucho juego
promocional. Quizá pocos se hubieran fijado en el nuevo proyecto del cineasta
si su afiche no tuviera ese gancho. O quizá si. Y es que las páginas dedicadas
estos días a la muchacha y al muchacho hacen replantearse que inescrutables
criterios persisten en los medios para alabar y difundir sin tino las obras de
artistas, literatos o artistas plásticos varios, mientras se silencian otras.
Podemos estar cinco días viendo en la tela los posados promocionales de
Penélope Cruz y no saber nada de la obra
intimista, vigorosa y comprometida de Carmen Elalde. ¿Qué quien es esa?, pues
ahí tenéis el ejemplo de lo que digo.
Con todo,
Sasha lo sabe, sabe que si media humanidad no la hubiera visto primero el culo,
ahora nadie se interesaría por su cara. Y es que emplear a la mujer como
mercancía es un arte muy versátil y que emplea muchos medios. Y si Sasha ha
sido elegida por sus valores interpretativos y sus cualidades artísticas, pues
estupendo, pero en ese caso, que puede ser, no se entiende el afán de los
medios es exaltar sus orígenes y su cualidad como mujer dominadora de su
destino, una rareza en un mundo, el del sexo, hecho a medida de los hombres y pensado para la vil
explotación de las mujeres. En todo
caso, en un mundo donde la prostitución, con o sin cámaras delante, es una
lacra más que alimenta la vejación y el maltrato a la mujer, extendiendo la
idea de que solo somos un simple objeto creado para el uso y disfrute de los
hombres, presto a ser liquidado cuando a estos estorba o place, combinar
inteligencia, libertad, ser empresaria de carne femenina y estrella porno todo
en uno, no parece muy acertado. Y sin embargo Vigalondo lo graba y muchos
medios lo venden.
Imagen
hypebeast.com
No hay comentarios:
Publicar un comentario