Corría 2007
cuando el jurado de los premios Pulitzer 2007 seleccionó la imagen que os muestro,
del fotógrafo de AP, Oded Bality, una imagen sublime que ya había sido premiada
en los World Press Photo, de ese año.
Una imagen
desde luego que no deja indiferente a quien la observa y que, desde luego,
narra, aun hoy, una de las múltiples aristas de ese poliedro de sangre en que
se ha convertido Oriente Medio. En la mejor línea de los “300″ de Frank Miller,
y como si de las Termopilas se tratara, una mujer palestina hace frente en un
inerme y vano esfuerzo a una marea negra de policías judíos, dispuestos a echar
a bajo su casa, morada, según ellos, de algún terrorista árabe.
Sobre la
poderosa diagonal que centra la foto, un farallón de piedra sostiene a cientos
de impávidos espectadores, que asisten impasibles a la desigual lucha, como si
de un espectáculo virtual se tratase. Es desde luego un retrato del alma
humana, tan acostumbrada al sufrimiento ajeno, envuelta en una fría distancia,
cuando no en una carcajada.
Sin
embargo, la foto, que levantó una comprensible polémica, no esta exenta de
ciertas críticas, de ciertas conjeturas, o, cuando menos, de ciertas dudas.
Como bien
han apuntado algunos medios, la desproporción entre los atacantes y la mujer y
el hecho de que esta se encuentre en el lateral de la foto, unido a la poco
clara posición de empuje de esta sobre los escudos policiales (mucho más en
línea que ella, con lo cual cabe dudar a quien empuja el primer policía),
llevaron a opinar a varios analistas en publicidad, que la foto bien podría ser
un montaje. Y es que desde Okinawa, los americanos ya no nos cogen de susto en
nada.
No es una
novedad. Pero si un claro ejemplo de una sociedad que ha dejado atrás, ya hace
tiempo, sus escrúpulos, desguazando su escala de valores. Y eso incluye a los
guardianes. Porque un periodista, un publicista o un educador son un guardián.
Una mujer o un hombre que asume la responsabilidad no solo de exponer su forma
de ver las cosas, sino de hacerlo conforme a los intereses de su conciencia o
de la comunidad en que vive, ajeno por tanto a todo afán solo particular, en
cuyo beneficio albergara la damnificación del mundo en el que vive.
Hace unos
días, un conocido que trabaja en la boca del infierno (es constructor quiero
decir), se jactaba en una reunión del dinero que iba a ganar destrozando una
zona del litoral de Asturias. Era la proclamación de un asesinato consciente y
premeditado, ayudado por algún judas que en esa zona medirá su alma en dinero y
le habrá facilitado cuantas ayudas legales sean pertinentes para acometer su
felonía.
Volviendo a
la foto, cuan poco analíticos somos y cuan fugaces son nuestros sentimientos.
Es más que una foto, un cliché. Una verdad a medias. Bien pocas simpatías
siento por el gobierno de Israel, pero hemos de reconocer que la complejidad
del problema no permite una simplificación como esta, en la se presenta con
toda su fuerza despiadada al opresor carcelero, anónimo y escondido tras su
armadura negra, frente a la soledad de la victima reconocible y de manos
desnudas. Es como un cuadro de Goya, como un coro de belcebúes, como un
reportaje de un espectáculo teatral al que asisten sin pestañear un lejano y aburrido
grupo de espectadores. Han pasado siete años, y los protagonistas son los
mismos, las heridas iguales y nuestro carácter simplificador y abúlico, similar
Es más una
foto de nosotros mismos, asistentes mudos a todo lo que acontece en nuestro
país, que un retrato de la bíblica Palestina.
Pero así
somos, y así estamos.
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