Hacia poco
que María había llegado a Madrid cuando un amigo la recomendó el “Galeote”, una
pequeña tienda en medio de Chueca, donde era fácil encontrar “velvias”, unos
carretes de diapositivas caros y escasos, que esta vieja tienda del centro de
Madrid atesoraba. Fue así como descubrió la zona mas mestiza de la ciudad.
“No era en
aquella época el único argumento para acudir al que había sido uno de los
barrios más peligrosos de Madrid. Dos calles más allá, casi en el corazón de la
droga, se alzaba Berkana. Desde su inicio un lugar de culto. Cuando traspasabas
la puerta de cuarterones de cristal de aquella pequeña tienda violeta, tras
pasar bajo el palio de sus dos banderas arco iris, te topabas con la sonrisa
tímida de Mili Hernández, una curtida activista homosexual que había dado el
paso de creer en Chueca, no como una reserva india para apestados del mundo
hetero, sino como una tierra libre, en medio del libre Madrid.
Entonces,
aun era motivo de ataques ser maricón, y de gruñido ser lesbiana. Verte con
ellos, te hacia sospechosa. Lejos aun quedaban las leyes y comportamientos
sociales que normalizarían en los años siguientes la vida de este grupo de
ciudadanos. Pero ahí estaba Mili, poniendo cara al acoso de la policía, la
maledicencia de parte del vecindario o el abandono de los políticos.
Con su pelo
corto y su cara ajada por la lucha y desbrozada por la mala fe de muchos, te
abría en su casa el portón del castillo de los sentimientos escritos. En los
años del aznarismo, Chueca no era solo la tierra prometida de los gays, sino
una tierra amable, donde la noche era la disculpa y el día una conquista
plural. Para muchos estudiantes vascos lugares como la casa de Mili nos
ofrecían la posibilidad de encontrar gente con quien hablar, sin oír por la
espalda el “otro etarra de mierda”. Un lugar donde encontrar libros poco
accesibles fuera del barrio. Y junto a ella el quiosco de Margacha, donde
encontrar prensa y revistas de casa, nada fáciles de conseguir fuera de allí.
No era una zona acotada por el halo del sexo, sino por la bandera de la
libertad de conciencia, impresa en cada numero de “Shangay”, la revista gay que
nos permitía a los heteros adentrarnos en un mundo cultural y cosmopolita que
nadie afrontaba como sus páginas. Y a Mili le siguieron otros.
Otra mujer,
Mayka Contreras, siguió el desembarco. Su bar, el “Trucco”, otro de los mitos
de la zona arco iris, sentó otra piedra en el edificio. “Era una pena ver como
el barrio se llenaba de ellos”, decían los más pobres de mente, “pero mejor
ellos que la droga”. Luego vendrían Loren y su “Suiss”, José Barbarroja y el
“Black and White”, y tantos otros.
Recuerdo la
primera vez que fui con Javi de copas. A duras penas le metí en “Ras”, un local
de ambiente, pero lleno de heteros, donde se podía oír la mejor música del
nuevo Madrid de fines de los 90. Una charla con José Cobo, que te encendía los
ojos con sus mil historias, dos copas y a bailar a Rockola. No era como ahora
un barrio gay. Solo era un barrio de personas, y todos estábamos a gusto.
Fueron años duros para ellos. Los que acudíamos desde fuera debíamos hacerlo en
grupos para evitar el acoso de los camellos y las bandas de chorizos, aquellas
a las que pocos como Muñoz Molina se atrevían a fustigar, pero aquellos
aventureros merecían la pena. Era una lucha incierta por salvar una parte de
Madrid del abandono y de la droga, en la que nadie colaboraba, empezando por el
ayuntamiento, que salvo pegas nunca puso nada. Pero como dice Miguel López, el
director de “Zero”, “Los gays somos muy cabezones, y la ilusión de construir
nuestra casa, y de levantar un Village neoyorkino en pleno Madrid era muy
grande”. Quizá solo se quedó en un nuevo Soho, pero eso ya es mucho.
Hoy Chueca
es una trinchera colorista contra la homofobia, un bastión en la defensa de la
diversidad, pero también una maquina de hacer dinero camino de convertirse en
una frikilandia arco iris vestida para el esparcimiento de turistas. Y aquí los
pioneros han vuelto a la revolución, como en los tiempos en que peleaban contra
polis y yonkis. El barrio esta limpio, hay un clima de libertad y progreso como
en pocas zonas, pero como nos contaba recientemente Mili Hernández, los
actuales lideres del movimiento gay medio aparcado la defensa de los derechos y
las libertades por la economía de mercado. Es muy cuestionable la capacidad de
estos líderes del movimiento para representar la pluralidad del colectivo de
gays lesbianas y transexuales.
Las
actuales organizaciones adolecen de una representatividad escasa, de falta de
democracia interna, de incapacidad para frenar el descenso de militantes, y
para convertir un discurso político domesticado y resignado, en una lucha
adelantada valiente. Y de eso mucha culpa tiene una izquierda que más que
representar la defensa de los derechos de esos ciudadanos ha intentado
representar los suyos entre ellos. Del otro lado, poco cabe esperar, salvo que
la actual alcaldesa les intente cortar las alas a base de reducir sus decibelios
en las fiestas.
Es
discutible la consistencia y la ambición de las campañas de prevención en el
VIH, es discutible el trabajo que se esta haciendo con los inmigrantes, y es
discutible la labor en temas sanitarios o educativos. Pero no solo eso. El
barrio de los sentimientos libres ha dado paso a calles marcadas por el exceso
estético, la pluma fácil, el vodevil forzado y las tiendas de marca.
Estos días
se celebra el “orgullo”. Una oportunidad reivindicativa única. ¿Se usa el
evento para una andanada a favor de la libertad de conciencia?. El ayuntamiento
que nunca ayudó, más bien todo lo contrario, ha retirado casi todas las ayudas
y tirado de ordenanzas municipales para limitar sus efectos en la calle. Una de
las voces más sensatas, la de Alfonso Llopart, el fundador de “Shangay”, ha
tenido que poner colorada a la alcaldesa y su equipo, hasta en su terreno, el
sagrado mercado. “Se está desaprovechando una gran oportunidad para promocionar
Madrid como meca turística del mundo gay, fidelizando a esa clientela”.
En medio
Antonio Poveda propaga a los cuatro vientos que el día del orgullo gay es “la
fiesta de Madrid. Ni San Isidro, ni la Paloma , ni nada”. Menos mal que el nuevo rey no
ha metido (aun) la pata como el anterior, cuando en plena feria del libro, hace
pocos años, le espetó al alcalde al oído, frente a la caseta de una conocida
editorial gay “¿esto es una librería de mariquitas verdad?”.
No hemos
avanzado nada, o muy poco, porque por encima de las leyes y los discursos
flamantes están los comportamientos, las mentalidades y las pautas sociales, y
eso sigue en precario.
Miguel
López, el director de “Zero”, uno de los que trajeron el glamour y la libertad
al barrio, junto a los fundadores de “Isolée”, el restaurante “Bazaar”, la
video cafeteria “Diurno” o la óptica “Toscaza”, definía Chueca “como un gran
armario, oscuro. Recuerdo que la primera vez que entré en un local de ambiente
me eché a llorar”.
Él
compartió el pasado del barrio junto a jóvenes no homosexuales que tomaron
contacto con estas calles y decidieron hacer algo para cambiar las cosas. Gente
con miles de ideas capaces de crear un lugar integrador. Hoy, una segunda
revolución clama desde las losetas de Chueca, porque si algo no cambia pronto,
su espíritu morirá.
El barrio
es una milla de oro, barrida por los intereses económicos, donde la
especulación urbanística es una de las mas brutales de Madrid, dejando campo
abierto a franquicias y grupos pudientes, a la par que frena la posibilidad de
llegada de nuevas ideas, de jóvenes innovadores y colectivos que aporten la
esencia de la aventura emprendida en los 80. Hasta las alabanzas y las ayudas
económicas del poder político apestan a domesticación.
Hoy
Conchita Wurst ha dado, desde Chueca, la portada a todos los medios. Cada
noche, habrá miles de curiosos y turistas que acudirán al barrio de fiesta, con
la adrenalina suelta por adentrarse bajo las farolas del morbo. Pero cuando
todo acabe, dentro de unas semanas, Chueca seguirá su camino hacia un nuevo
parque temático.
En su
oleada de modernidad obligada, el mercado de San Antón, en Augusto Figueroa,
murió. El viejo mercado de sabor castizo dejó paso a un centro de terrazas y
delicatessen. Los viejos locales de moda se han convertido en inaccesibles,
especialmente ciertos días de la semana. Muchos de ellos están copados por
despedidas de solteras, que buscan en el barrio la pluma divina que les
divierta, de esa manera festiva que solo los “mariquitas” saben conseguir, con
sus fastuosas y glamorosas fiestas.
Estos días,
en mis noches lejos de Madrid, estoy leyendo “El elogio de la sombra”, un
delicioso libro de Junichiro Tanikazi que un día me recomendó Mili, en el que
explica que los occidentales nos dejamos deslumbrar por la luz y por los
objetos brillantes, mientras los orientales encuentran la belleza en los
efectos de sombra. Debe ser eso Mili, debe ser eso.”
Imagen
musievietal
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