Nada es
negro y nada es blanco, solía decirme, en tiempos, mi profesor de filosofía.
Hay grises, amarillos, marrones, azules y rojos. Es cierto que nuestra
desafortunada ministra ha comparecido de luto para decirnos que estamos en
problemas, pero en esta crisis hay más colores.
Más de un
mes llevamos discutiendo en España por la manera en que hemos abordado la
amenaza de la fiebre hemorrágica sobre algunos de nuestros compatriotas. Un mes
llevamos discutiendo sobre la conveniencia o no de repatriar a dos españoles
que se han dejado la vida protegiendo a los más débiles en África. Se fueron y
trabajaron durante años no solo en la ayuda a aquellas personas, si no a
nosotros, haciendo de muro de contención, en tierras lejanas, de enfermedades,
pobrezas, emigrantes y radicales, mientras nosotros les abandonábamos allí, les
ofrecíamos un apoyo tan pobre como sus países o les mirábamos con desden porque
eran religiosos, curas.
Quince días
discutiendo que ha hecho mal una enfermera para ponernos en peligro. Que eso es
lo que más nos duele, no su vida. Quince días discutiendo, en el fondo, porqué
alguien es tan ignorante de ofrecerse voluntario para ayudar a un peligro
llamado hombre enfermo.
Una semana
llevamos discutiendo como cortar la cabeza de la ministra de sanidad y toda su
banda. Una semana diciéndonos a nosotros mismo (en el fondo es eso), como hemos
permitido insensibles que mareas de batas blancas se hayan sentido solas cuando
reclamaban en la calle atención para un sistema sanitario que se empobrecía.
Que reducía personal, que dejaba de invertir en formación e investigación, que
desmantelaba instalaciones, como el hospital de referencia de infecciosos
Carlos III, que desoía directivas europeas para ahorrar, o que no hacía nada
para reducir la brecha entre comunidades autónomas en la atención sanitaria a
los ciudadanos, en una España (y esa es una parte del problema) donde el
ministerio de sanidad no sirve para nada ante la decoordinación entre
administraciones (y la polémica hace unas semanas entre el Madrid del PP y La Mancha del PP sobre atención
de enfermos y el pago de ella, es solo un ejemplo. Y mientras, una mayoría de
españoles votando a los mismos que ahora criticamos. Esa es la realidad.
Todo lo
demás, casi es anécdota. El tamaño de los trajes, su grosor, la negligente
actuación ante las primeras llamadas de la enfermera o si la ambulancia que la
llevó desde Alcorcón o el rellano de su escalera son un criadero de virus, es
casi lo de menos.
Y no hay
mucho más que decir, o más bien hay poco que se deba decir, porque cualquier
razonamiento puede sonar a disculpa, puede resultar un agravio, al dar más
relevancia al sufrimiento de un perro, la ansiedad de unas madres de colegio o
la paranoia de unas vecinas que a lo realmente importante, han muerto dos
hombres buenos, esta muy grave una mujer buena y nuestra administración (que no
es tan buena) esta muy herida, cada vez más lacerada por escándalos y malos
ejemplos. Y ese debe ser el destino final de nuestras reflexiones, evitar más
males.
Nada va ya
a impedir el inmenso dolor de la familia de esos dos misioneros. Y nada va a
resarcir el dolor de esa mujer entregada a su trabajo en un hospital.
Los medios,
no se porque no me sorprende, no han ahorrado carnaza. Hasta el extremos de
publicar hoy una imagen de la enfermera, tomada con teleobjetivo, entre tubos y
dolor, en su habitación, junto a quien, en ese momento, la cuidaba, envuelto en
plástico. Una imagen que se une a la de anoche, donde en la Sexta Noche , un
presentador azuzaba el odio y la desesperación de un desorientado hermano de la
enferma.
Alguno, en
un alarde de ingenio, se ha permitido criticar a los ricos, poderosos y
corporativos sanitarios. Normal, hay mucho de político en este asunto.
Todos los
días hay errores en el sistema sanitario español. Pero ninguno de esos errores,
negligencias o muertes evitables han acaparado nuestra atención hasta ahora, ni
se han resuelto con tres dimisiones, ni gracias a horas de repetitivo análisis
televisivo.
Cientos de
españoles pleitean durante años para conseguir justicia con la administración.
Por un error médico, o de la justicia, o porque te tiran la casa.
Poco
sabemos aun de lo que ha llevado a un error tan grave y tan inexplicable. En
realidad no es solo un problema de inexperiencia o de falta de concentración.
Lo que si
es meridianamente claro es que un servicio como el de infecciosos, y más ante
una infección como esta, no es el lugar idóneo para una auxiliar sin
especialización, donde hasta las rutinas, la de quitarse o ponerse un traje lo
son, tienen su ciencia.
Vivimos,
también, en una España donde lograr entrar en una facultad de medicina o de
enfermería es una heroicidad, dadas las notas que piden. Y luego, cuando has
entrado te marean con troncalidades, cursos y largos itinerarios académicos (os
recomiendo que leáis el artículo de eolapaz sobre la ley de la troncalidad). Al
final tenemos un sistema que forma a talentos desperdiciados, mal pagados,
subempleados o parados, muchos de los cuales se encuentran en el sistema
sanitario en continuo movimiento por secciones, departamentos y hospitales.
Alguien
pensara que así saben de todo. Igual así acaban no sabiendo de nada.
Me imagino
que para un médico, o para otro profesional, no es lo mismo atender
documentación, que hacer curas a un quemado, que recomponer un hueso o que
tratar una infección de alto riesgo. Hay gente que lo hace, en las urgencias,
pero eso no quiere decir que sea lo idóneo. En enfermería, a diferencia de
medicina, no existe una reglamentación de especialidades, que los colegios
llevan pidiendo años. La respuesta a esa petición unánime fue un decreto de
2004 que establecía siete especialidades de enfermería, que el gobierno ni ha
desarrollado, ni aplicado ni introducido en las enseñanzas de esta carrera.
Hablamos de
que a esta chica se la incluyó, como voluntaria, en un trabajo de élite, sin
formación específica y sin supervisión, mientras que un médico en sus primeros
años esta siempre bajo control de un facultativo con experiencia. Y no estoy
hablando de este caso concreto, solamente. Lo que estamos viviendo con estos
profesionales en la gestión del virus del ébola, se vive a diario, en
situaciones menos dramáticas y menos exigentes, pero cada día nos enfrentamos,
cada día, a situaciones para los que no estamos preparados. Aunque hasta ahora
no hayamos reparado.
No es una
disculpa, ni una acusación contra los políticos que no han resuelto estas
situaciones, es solo una reflexión sobre que debemos corregir. Un aspecto
crucial sobre el que muchos estudiantes reclamamos una actuación, como por
ejemplo en nuestra oposición a la ley de troncalidad.
El problema
es que los errores de protocolo de los que se habla estos días son más
cotidianos de lo que parece. Pero se tapan, se soluciona in extremis, o el
cuerpo del paciente aguanta más que el de un paciente de ébola. En todo caso,
el sistema es tan bueno o tan malo como hace días. No podemos escurrir el bulto
ahora en vaguedades, echando la culpa al abstracto, habrá que averiguar que
paso y asumir responsabilidades, pero averiguarlo. Ni tapar el tema, ni fusilar
al primero que se pone a tiro.
Solo me
quedan dos reflexiones. Compadezco al final a quienes cargarán con la culpa de
lo que ha ocurrido y de la gestión ello, y compadezco el dolor de las familias
que sufren la enfermedad. El castigo para los políticos encargados de construir
y guardar un sistema encomendado a la vida, pero que solo se preocupan de la
suya es inevitable, y para los profesionales que no supieron estar a la
altura, también. Al final hemos
enterrado algo más que a dos misioneros, y mantenemos en cuarentena, algo más
que aun grupo de buenas personas.
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