miércoles, 12 de noviembre de 2014

La sanidad se viste de negro



Nada es negro y nada es blanco, solía decirme, en tiempos, mi profesor de filosofía. Hay grises, amarillos, marrones, azules y rojos. Es cierto que nuestra desafortunada ministra ha comparecido de luto para decirnos que estamos en problemas, pero en esta crisis hay más colores.


Más de un mes llevamos discutiendo en España por la manera en que hemos abordado la amenaza de la fiebre hemorrágica sobre algunos de nuestros compatriotas. Un mes llevamos discutiendo sobre la conveniencia o no de repatriar a dos españoles que se han dejado la vida protegiendo a los más débiles en África. Se fueron y trabajaron durante años no solo en la ayuda a aquellas personas, si no a nosotros, haciendo de muro de contención, en tierras lejanas, de enfermedades, pobrezas, emigrantes y radicales, mientras nosotros les abandonábamos allí, les ofrecíamos un apoyo tan pobre como sus países o les mirábamos con desden porque eran religiosos, curas.

Quince días discutiendo que ha hecho mal una enfermera para ponernos en peligro. Que eso es lo que más nos duele, no su vida. Quince días discutiendo, en el fondo, porqué alguien es tan ignorante de ofrecerse voluntario para ayudar a un peligro llamado hombre enfermo.

Una semana llevamos discutiendo como cortar la cabeza de la ministra de sanidad y toda su banda. Una semana diciéndonos a nosotros mismo (en el fondo es eso), como hemos permitido insensibles que mareas de batas blancas se hayan sentido solas cuando reclamaban en la calle atención para un sistema sanitario que se empobrecía. Que reducía personal, que dejaba de invertir en formación e investigación, que desmantelaba instalaciones, como el hospital de referencia de infecciosos Carlos III, que desoía directivas europeas para ahorrar, o que no hacía nada para reducir la brecha entre comunidades autónomas en la atención sanitaria a los ciudadanos, en una España (y esa es una parte del problema) donde el ministerio de sanidad no sirve para nada ante la decoordinación entre administraciones (y la polémica hace unas semanas  entre el Madrid del PP y La Mancha del PP sobre atención de enfermos y el pago de ella, es solo un ejemplo. Y mientras, una mayoría de españoles votando a los mismos que ahora criticamos. Esa es la realidad.

Todo lo demás, casi es anécdota. El tamaño de los trajes, su grosor, la negligente actuación ante las primeras llamadas de la enfermera o si la ambulancia que la llevó desde Alcorcón o el rellano de su escalera son un criadero de virus, es casi lo de menos.

Y no hay mucho más que decir, o más bien hay poco que se deba decir, porque cualquier razonamiento puede sonar a disculpa, puede resultar un agravio, al dar más relevancia al sufrimiento de un perro, la ansiedad de unas madres de colegio o la paranoia de unas vecinas que a lo realmente importante, han muerto dos hombres buenos, esta muy grave una mujer buena y nuestra administración (que no es tan buena) esta muy herida, cada vez más lacerada por escándalos y malos ejemplos. Y ese debe ser el destino final de nuestras reflexiones, evitar más males.

Nada va ya a impedir el inmenso dolor de la familia de esos dos misioneros. Y nada va a resarcir el dolor de esa mujer entregada a su trabajo en un hospital.

Los medios, no se porque no me sorprende, no han ahorrado carnaza. Hasta el extremos de publicar hoy una imagen de la enfermera, tomada con teleobjetivo, entre tubos y dolor, en su habitación, junto a quien, en ese momento, la cuidaba, envuelto en plástico. Una imagen que se une a la de anoche, donde en la Sexta Noche, un presentador azuzaba el odio y la desesperación de un desorientado hermano de la enferma.

Alguno, en un alarde de ingenio, se ha permitido criticar a los ricos, poderosos y corporativos sanitarios. Normal, hay mucho de político en este asunto.

Todos los días hay errores en el sistema sanitario español. Pero ninguno de esos errores, negligencias o muertes evitables han acaparado nuestra atención hasta ahora, ni se han resuelto con tres dimisiones, ni gracias a horas de repetitivo análisis televisivo.

Cientos de españoles pleitean durante años para conseguir justicia con la administración. Por un error médico, o de la justicia, o porque te tiran la casa.

Poco sabemos aun de lo que ha llevado a un error tan grave y tan inexplicable. En realidad no es solo un problema de inexperiencia o de falta de concentración.

Lo que si es meridianamente claro es que un servicio como el de infecciosos, y más ante una infección como esta, no es el lugar idóneo para una auxiliar sin especialización, donde hasta las rutinas, la de quitarse o ponerse un traje lo son, tienen su ciencia.

Vivimos, también, en una España donde lograr entrar en una facultad de medicina o de enfermería es una heroicidad, dadas las notas que piden. Y luego, cuando has entrado te marean con troncalidades, cursos y largos itinerarios académicos (os recomiendo que leáis el artículo de eolapaz sobre la ley de la troncalidad). Al final tenemos un sistema que forma a talentos desperdiciados, mal pagados, subempleados o parados, muchos de los cuales se encuentran en el sistema sanitario en continuo movimiento por secciones, departamentos y hospitales.

Alguien pensara que así saben de todo. Igual así acaban no sabiendo de nada.

Me imagino que para un médico, o para otro profesional, no es lo mismo atender documentación, que hacer curas a un quemado, que recomponer un hueso o que tratar una infección de alto riesgo. Hay gente que lo hace, en las urgencias, pero eso no quiere decir que sea lo idóneo. En enfermería, a diferencia de medicina, no existe una reglamentación de especialidades, que los colegios llevan pidiendo años. La respuesta a esa petición unánime fue un decreto de 2004 que establecía siete especialidades de enfermería, que el gobierno ni ha desarrollado, ni aplicado ni introducido en las enseñanzas de esta carrera.

Hablamos de que a esta chica se la incluyó, como voluntaria, en un trabajo de élite, sin formación específica y sin supervisión, mientras que un médico en sus primeros años esta siempre bajo control de un facultativo con experiencia. Y no estoy hablando de este caso concreto, solamente. Lo que estamos viviendo con estos profesionales en la gestión del virus del ébola, se vive a diario, en situaciones menos dramáticas y menos exigentes, pero cada día nos enfrentamos, cada día, a situaciones para los que no estamos preparados. Aunque hasta ahora no hayamos reparado.

No es una disculpa, ni una acusación contra los políticos que no han resuelto estas situaciones, es solo una reflexión sobre que debemos corregir. Un aspecto crucial sobre el que muchos estudiantes reclamamos una actuación, como por ejemplo en nuestra oposición a la ley de troncalidad.

El problema es que los errores de protocolo de los que se habla estos días son más cotidianos de lo que parece. Pero se tapan, se soluciona in extremis, o el cuerpo del paciente aguanta más que el de un paciente de ébola. En todo caso, el sistema es tan bueno o tan malo como hace días. No podemos escurrir el bulto ahora en vaguedades, echando la culpa al abstracto, habrá que averiguar que paso y asumir responsabilidades, pero averiguarlo. Ni tapar el tema, ni fusilar al primero que se pone a tiro.

Solo me quedan dos reflexiones. Compadezco al final a quienes cargarán con la culpa de lo que ha ocurrido y de la gestión ello, y compadezco el dolor de las familias que sufren la enfermedad. El castigo para los políticos encargados de construir y guardar un sistema encomendado a la vida, pero que solo se preocupan de la suya es inevitable, y para los profesionales que no supieron estar a la altura,  también. Al final hemos enterrado algo más que a dos misioneros, y mantenemos en cuarentena, algo más que aun grupo de buenas personas.


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