Hay algo
fascinante en las mujeres. Un universo pergeñado de vida, a la que marcan con
el diapasón de su alma.
En la foto
hay dos buenos ejemplos de mujeres especiales y admirables. Parece que miran a
puntos opuestos, pero no, es que la mirada de una mujer es muy amplia, ve más
allá de lo cercano y siente hasta lo recóndito.
La mujer de
la izquierda se llama Diana. Un nombre latino que define a quien lo porta como
la princesa que es capaz de iluminar. Y así es mi vecina del aula 3, elegante y
noble como una princesa, enemiga de la oscuridad, como un candil.
Mi vecina
de la 3 es una mujer que esconde tras su aparentemente frágil perfil, a una
mujer llena de energía, firmeza, cariño y compasión. Por que eso que hoy
llamamos empatia en realidad es compasión, si lo entendemos como actuar de
forma apasionada e intensa con todo lo que emprende, con todo lo que toca, con todo
lo que la reta, con todos los que dependemos de ella.
Mi vecina
de la 3 tiene como lema esa palabra que pende tras ella, compromiso, una
vinculación intensa con sus niños, a los que escucha, aconseja, mima y hasta
sufre junto a ellos, haciendo propio todo cuanto les anima o les desarma el
alma.
Mi vecina
de la 3 es bella. Por fuera es evidente, por dentro atesora todo lo que provoca
la envidia de quienes no lo poseemos. Sabe escuchar, sabe decir, sabe reñir,
sabe llorar, sabe defender a sus niños y hasta ser firme con ellos.
Mi vecina
de la 3 sabe acariciar solo con su mirada, sabe mostrar su talento en cada decisión
que toma, sabe erguir un cuerpo quebrado, sabe frenar un corazón desbocado, sabe
iluminar donde aparece, con voz que transmite calma y cura cualquier
desconsuelo.
Mi vecina
de la 3 se llama Diana y es una mujer maravillosa, como su compañera de imagen.
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