Sin duda, el
envejecimiento, la soledad y la muerte son parte de la naturaleza de las cosas,
y de los hombres. Y sus obras no escapan a esa regla, y eolapaz tampoco.
No se muy
bien como llegue hasta aquí. Era 2005, me encontraba en el tedio de mi
instituto, preparando un trabajo de lengua sobre el mundo de los blogs, uno de
los cuales yo era autora. Tras otear entre las plataformas existentes descubrí,
casi por casualidad, una experiencia educativa diferente. Un profesor de Torrelavega
estaba poniendo en marcha una web educativa que combinaba materiales de estudio,
con una revista digital. Lo más exótico era que en este caso no se producía la
situación habitual, ya de por si novedosa en aquel entonces, de que el docente
creara un medio digital para sus alumnos, capaz de ser usado en clase. Los
alumnos, bajo su batuta claro, creaban ese medio. La revista que entonces se
abría paso recogía artículos de actualidad, apuntes y materiales que elaboraban
sus alumnos, y que luego se publicaban en la web para que todos pudieran
usarlos, opinar o, perdiendo el miedo, seguir sus pasos, y una tutoría
cooperativa en la que muchos ayudaban al resto a través de la red en un vetusto
Chat de cuyo nombre ya ni me acuerdo.
Con todo, la
novedad no acababa ahí. Siendo la web de un colegio, a fin de cuentas, eran
habituales, yo diría que destacadas, las colaboraciones de alumnos y jóvenes de
otros centros, a los que no se nos ponía ningún impedimento para colaborar. Peligroso
verbo porque aquella primera web se editaba a mano, cada semana, metiendo código
html. Una locura
Pronto, con
mucha ilusión, y pocos medios, se fue creando una comunidad digital, de gentes
anónimas, que solidificó el proyecto, lo extendió y alcanzó un cierto
reconocimiento (más bien bastantes premios). A la web inicial se unieron los
grupos en la plataforma ning, los blogs anidados, como el mío, el de Aintze o
el de Álvaro que tenía una radio que emitía desde Tanos. Todos ellos hechos a
los que no se si se ha dado el mérito que tenían. A aquella gente aun le
quedaban fuerzas cada año para hacer un especial, de corte muy profesional, que
presentaban a un concurso de periodismo joven llamado El País de los
Estudiantes. Un concurso en el que durante muchos años fueron reyes respetados.
Han pasado
los años, han llegado algunos premios más y, creo, muchas satisfacciones. Pero los
tiempos han cambiado. Eolapaz es un desconocido en su casa y en su provincia. Muchos
espacios y blogs ya no existen, el dominio .es se perdió por falta de pago y
tras varios parones y amagos de cierre eolapaz sobrevive, pero entre el
silencio y el olvido del lugar donde nació.
Y reconozco
la parte que a mi me toca. Salí del instituto, estudie una carrera, conseguí un
trabajo y me olvidé de aquello que en aquellos años me hizo tan feliz.
Aunque sin
poner rostro, ni recibir el cariño que desprende una mirada, he conocido, en la
distancia de un cable de cobre, chicos y chicas maravillosos, de un colegio,
que por hacer lo que hizo debería ser reconocido, en una aventura en la que fui
feliz. A mi me hubiera gustado ir a un colegio donde hubiera podido hacer
aquellos delirantes videos de la “Séptima” que yo veia cada semana, a mis dieciséis
años en un blog de eolapaz y luego en youtube. A mi me hubiera gustado conocer
a Gabilondo, regalarle polkas en un aeropuerto a Rubalcaba o entrevistar a
cualquier muchachuco esmirriado que era una promesa del surf en Cantabria,
porque, no lo olvidemos, aquella era una web donde compartían bytes
desconocidos con grandes leyendas. Pero yo no lo tuve.
La historia,
decía Víctor Hugo, es el refugio de lo que pudo ser un fracaso, y rehúso serlo.
O lo que es lo mismo, saber retirarse es un don, propicio para mantener la
dignidad.
Muchos de
los objetivos que se pretendían se han alcanzado, de hecho no es infrecuente que
Eusebio, ese profesor al que lei pero nunca escuche, de conferencias,
comunicaciones o artículos para revistas educativas, explicando una experiencia
que le piden que cuente como una experiencia exportable y que puede ser base a
otras. Otras que ellos mismos han experimentado, como su proyecto ártico, aquel
de los códigos QR en las calles
ontemos
nuestra experiencia, en aras de usarla como base a otras, distintas, pero
próximas en sus intenciones. Y esa llegada a la meta debe hacerles reflexionar.
Aunque, a veces, el ser humano reflexiona tanto que se queda calvo.
Vivo lejos
de Cantabria, pero sigo su twitter que ahora se llama hablineses y suelo
visitar eolapaz, por añoranza, para ver su elegante estética, la profundidad de
sus entrevistas políticas y la ingenuidad de sus jóvenes alumnos, escribiendo
sobre arte, historia o lo que les venga en gana, que eso es lo maravilloso de
esa web.
Hoy he leído
en las redes que abandonan el concurso de El País, después de tantos años. No
se el motivo, pero me ha dado pena. Pena porque percibo en ello cansancio y el
fin de una ilusión.
Mantener un
proyecto de este tipo tiene, seamos realistas, sus esclavitudes, y sus miserias.
No ha sido excepcional el toparnos con gente maravillosa, con ciudadanos que se
han asomado a estas páginas y nos han ayudado. También con incomprensiones
destacadas. Con algún medio comercial que nos han dado “leña”, siendo vulgares,
y con algunas injusticias a la hora de valorar este trabajo, en estos tiempos
en que tan necesario es ofrecer espacios de educación y ocio para jóvenes. Una
lacónica carta me explicaba desde Torrelavega este verano, la soledad de las
nuevas redacciones y el cariño que percibían al recoger más premios fuera de su
hogar.
Al
principio, nuestra pequeñez nos hizo invulnerables. Hoy eolapaz es más grande, y
su trabajo es más delicado por más difundido. Fotos de jóvenes que obligan a
largos y tediosos procesos administrativos para no violar la ley del menor, derechos
de autor, entrevistados que de pronto piden la retirada de un artículo porque
no esperaban tanta difusión. Hechos banales para un medio profesional, pero a
veces montañas escarpadas para quienes solo ambicionan leer, escribir y pensar.
No escribo
hoy sobre eolapaz con nostalgia, con tristeza o con distancia. Lo hago sobre
jóvenes. Sobre chicos y chicas ilusionados que un día quisieron, como rezaba el
lema de “nuestro” profesor, contar el mundo que veían sus ojos.
Como decía Albert
Einstein no hay que confundir rendirse con plantear otros objetivos. No es que
eolapaz y el país de los estudiantes deban morir, o quizá si. Pero si es verdad
que proyectos como este carecen ya de sentido, al menos en sus formas actuales.
Y es así no solo en una experiencia colectiva y educativa como esta, sino en
gran parte de la web. Blogs que cierran, periódicos que cobran por contenidos, compras
y absorciones que eliminan a medios pequeños e independientes, leyes que
cierran el campo a blogs, aplicaciones de uso libre, redes sociales de uso rápido,
breve e inmediato de contenidos (en general chorradas) y un largo etcétera.
No somos
los primeros en morir, ni seremos los últimos. Tan solo ocurre que aquella
frase famosa de “contar el mundo desde lo que ven sus ojos” ha perdido ya parte
de su sentido. Porque no hay nada que contar, o porque no merece la pena abrir
lo ojos.
Imagen de
eolapaz, 2010
Este artículo se publicará en la edición nacional de El País de los estudiantes. Adelantamos la publicación en nuestro blog por interés periodístico
Este artículo se publicará en la edición nacional de El País de los estudiantes. Adelantamos la publicación en nuestro blog por interés periodístico
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