Llegue a la
vida con el único ánimo de ayudar al bien. Forme una familia para crear vida. Miro
cada mañana a mis amigos con el estímulo de hacerles felices. Llegué a la
educación con la ilusión de contribuir a trasladar al ámbito educativo y a los
miembros de nuestra comunidad una serie de valores que deben imperar en la
escuela que queremos construir, que la sociedad debe aprender de nuestras aulas
o sobre las que quienes habitan estas deben reflexionar, a partir de todo
cuanto se produce en nuestro entorno, en el afán de ayudar a los ciudadanos que
formamos.
En mi ánimo ha sido un tema recurrente la reivindicación de quienes forman una
de las profesiones más nobles del mundo, la de maestros. Y tengo motivos para
verlo así. Siempre he sido consciente que era muy improbable de pudiera
encontrar alumnos como mis niños, y más aun compañeros como los míos.
En ambos
casos siempre he compartido mi vida con gente que ha sido y es mejor que yo. Y
eso es una suerte. Han sido muchos años compartiendo días con niños y niñas
maravillosos y con profesores extraordinarios, que acostumbran a hacer de su
profesión un sacerdocio en el que en el altar apenas hay sitio para más que sus
alumnos. Así que admirar su trabajo, y ensalzar sus virtudes no podía faltar en
mi experiencia.
Pero
también han sido años plagados de errores personales. Muchos, y muy sangrantes,
que así son los que se cometen con personas, máxime si son mejores que tu.
Quien actúa
ante los demás debe ser lo suficientemente inteligente para no dañar a quien tanto
tiene que ver con lo que intentas enseñar.
En caso
contrario, si dañas a quien no te interpreta correctamente o a quien espera
tanto de ti, eres un miserable, o un estúpido.
Es evidente
que cuando se malinterpreta tu vida y tus intenciones la culpa no es de quien
te acompaña, si no de ti, que has sido incapaz de transmitir un mensaje con
claridad, que no has tenido la inteligencia de reflexionar atinadamente y que no
has sabido actuar con la meridiana claridad de quien debe alumbrar el camino de
otros, y junto a quienes también dejan la vida en encandilar esa luz.
En
educación solo debemos contemplar una opción, el éxito con nuestros alumnos y
el profundo respeto con quien es tu compañero en esa tarea. Si no es así, si
haces daño (aunque no sea tu intención), si provocas dolor (aunque no lo
pretendieras), si te equivocas en tu objetivo (aunque ni siquiera pensaras que
eso podría ocurrir), sobras.
Cuando se
vive entre otros y para otros, en tu aula o en tu familia debemos meditar cada
palabra, cada gesto, cada pausa, valorando que pueden entender los demás, y que
pueden interpretar, aunque tú no lo desees.
Si no eres
capaz de lograrlo, donde mejor puedes estar es lejos, apartado de las personas
cuyo honor insultas. Cuando tu vida en una falta continua, aunque no abrigue
esa intención, hay que expiar el delito, cuando se cometen mil un errores (aunque
no se pretenda), también, cuando no eres útil ni haces feliz a los que te rodean, más aun.
Nunca he pretendido ofender a nadie (aunque he sido
tan estúpido de lograr), ni causar daño, antes bien, alabar y ayudar a la gente
que me rodea, en mi calle, en mi familia, en mi colegio, en mi profesión.
Decían los
atenienses que para quien es tan necio, tan miserable o tan entupido como para
no saber ser útil ni feliz a quien le rodea, el mejor premio, es el silencio y el desprecio. Y para quien causa el mal, el
destierro.
Imagen
Memory Void, Múseo Judio de Berlín.
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