Tras 35
sacrificados años, totalmente entregado a fastidiar al prójimo, Teodoro Obiang
Nguema, nos ha regalado a los españoles el inmenso honor de manchar nuestra
reputación con una presencia masiva en pocos días. Funerales de estado,
conferencias de la UNED
y actos del Cervantes incluidos.
Setenta y
un años después de su nacimiento, ni el cáncer de próstata que padece ha
ablandado a este dictador inmisericorde, capaz de suspender la pena de muerte
en su país, un día después de ejecutar a todos los condenados que se hacinaban
en cárceles.
Tras un
chapucero y sainetesco proceso descolonizador (como todos los nuestros), Guinea
cayó en manos del maléfico Francisco Macias, primer presidente de Guinea
Ecuatorial, que recibió los poderes del entonces ministro de información y
turismo Manuel Fraga Iribarne, el 12 de octubre de 1968. Aquel día, el diario
‘ABC’ glosó así ese día histórico: “En este crepúsculo vespertino tropical, con
olor a maderas preciosas y rumores de selva exuberante, sentimos que la Hispanidad se ensancha
y crece. Es la hora radiante y feliz de Guinea. Es lisa y llanamente una hora
más en el reloj del glorioso destino de España”. Amen
Macias, a
quien el inclasificable ministro de Felipe González, Fernando Moran, definió
como “un ególatra con manifiestas tendencias esquizofrénicas”, fue derrocado
por su sobrino Teodoro Obiang en 1979, en lo que él califico como un golpe de
libertad. Pronto el pueblo añoraría al tío.
Obiang
representa la tradición africana segregacionista y tribal. Miembro del poderoso
clan de los Mongomo, ha dedicado su vida a proteger sus intereses y los de su
clan. De hecho su ascenso al poder no solo respondió a una ambición personal,
sino una respuesta del clan a las atrocidades de Macias, que comenzaron a hacer
presa en su propia gente.
Lo triste
es que el Obiang al que repudiamos es un
hijo de nuestra propia incapacidad para sembrar y para recoger. Curiosamente,
Teodoro realizó su carrera militar y su formación en España, en la Academia Militar
de Zaragoza, en la que se graduó como sargento en 1964. Cuando ejecutó el golpe
de estado, y el vergonzoso juicio contra su tío que dio paso a una purga
inhumana, lo hizo tras pedir aquiescencia al rey Juan Carlos, y al entonces
primer ministro Adolfo Suárez, que dieron sus parabienes. Desde entonces, y sin
ningún pudor, el enchufismo, el saqueo de los bienes del estado, la marginación
de la sociedad y el salvajismo con la oposición han sido crecientes. Y todo
ello dentro de la mas estricta legalidad, amparada en una constitución aprobada
de forma fraudulenta, y que tiene párrafos tan espeluznantes como aquel que
dice que “el presidente de la
República no podrá ser perseguido, juzgado ni declarar como
testigo antes, durante y después de su mandato”.
¿Y
nosotros?. Aquí, esperando a los Reyes Magos, como siempre. Porque España no
solo no ha hecho nada por su ex colonia, no solo no ha intervenido y ejercido,
como otros países europeos, un ascendiente moral y una responsabilidad política
sobre el territorio, sino que presa de un complejo de inferioridad histórica, y
de una actitud temerosa, débil y vacilante ha abandonado a su suerte al pueblo
guineano, tal como hizo con el saharaui. Y no solo eso, sino que ha actuado con
cobardía y bajeza moral contra la propia oposición al régimen, tal como Felipe
González demostró en el caso Micó, entregando al dictador al sargento Venancio
Micó, acusado de conspirador, o como Aznar y Zapatero han actuado con el líder
opositor Severo Moto, tratado más como un delincuente. Aunque, en honor a la
verdad, con los métodos de buena parte de la oposición guineana se puede
escribir una novela.
Y es que
aquí no ha habido diferencias políticas ni partidistas, hemos hecho el ridículo
a coro, durante años. La falta de política exterior es una causa, nuestros
complejos coloniales otra, y el miedo a que otras potencias nos sustituyan en
el mercado guineano otra. Y casi seria mejor que nos sustituyesen a la vista de
nuestro historial de subvenciones a fondo perdido.
Pero no, ni
intervenimos, ni nos vamos, aguantamos de forma perseverante humillaciones y
pagamos.
Desde la
muerte de Franco, las relaciones con Guinea han estado plagadas de incidentes.
España nunca negó la “ayuda al desarrollo” donada a las dictaduras, primero de
Macías (1968-1979) y luego de Obiang. Pero hay que remontarse a 1991 para datar
la última visita oficial de un presidente español a la ex colonia, en este caso
Felipe González.
Dos años
después, en 1993, fue expulsado el cónsul español en Guinea, acusado de
“injerencia en los asuntos internos del país”. En respuesta, el Gobierno
español redujo la ayuda y hecho por un tiempo las credenciales al embajador
guineano. El presidente José María Aznar se encontró varias veces con Obiang,
aunque nunca de manera oficial. En 2003, la ministra de Exteriores Ana Palacio
visitó Malabo, y el actual ministro, Miguel Ángel Moratinos, hizo lo propio en
febrero de 2005 y en octubre de este año.
Es cierto
que Guinea ha ido asumiendo un papel relevante en la zona desde los años 90. Su
calma política (como para no), y la aparición en un lugar geoestratégico de
importantes yacimientos de petróleo y gas han hecho del país una fruta
apetecible. Pero mientras franceses y americanos consiguen los contratos de
prospección, nosotros mantenemos una política de ayudas a cambio de nada, y que
encima siempre acaban lejos del pueblo, y cerca de la banca suiza, o de los
vicios de Teodorin, el heredero, muchacho capaz de gastarse un millón de euros
en un solo fin de semana en coches de lujo y champaña. Hoy, y a pesar de la
ingente renta que deja el petróleo, el 80% de la población vive en la pobreza,
y el país ocupa uno de los últimos puestos en el Índice de Desarrollo Humano de
la ONU.
En un
reciente reportaje para el Mundo, Javier Espinosa, definía la casa de Teodorin,
el poderoso e insaciable Ministro de bosques de Guinea, hijo del dictador,
heredero del régimen y paladín de latrocinio aldeano, como una mansión de altos
muros, tras los que se abre una gran piscina decorada con estatuas, dos canchas
de tenis y un imponente chalé. Con tan solo 32 años, este joven educado en
carísimos colegios y academias de Francia y Estados Unidos, ha atesorado todo
un pequeño imperio donde caben desde compañías madereras hasta productoras de
música, una línea de aviación o una emisora de radio y televisión. Todo en un
país sumido en la pobreza. Pero es que el muchacho, creéroslo, es en su país un
ídolo de masas, que probablemente arrasaría en unas elecciones libres. Teodorín
se ha convertido en un símbolo preclaro del desarrollo contradictorio que se
observa en Guinea Ecuatorial al socaire del boom del petróleo que comenzó en
1992.
Por primera
vez en décadas, en las dos principales ciudades del país (Malabo y Bata) se
multiplican las obras públicas en carreteras y edificaciones. La maltrecha sala
de llegadas del aeropuerto capitalino (en realidad el almacén de la época
colonial) será sustituida en breve por una nueva Terminal que se sumará a la
lujosa zona vip construida en cristal. Dos flamantes hoteles se encuentran en
vías de conclusión en esta misma ciudad. El Gobierno ha adquirido un DC-9 para
las líneas aéreas nacionales. Se habilita también un nuevo puerto en Luba, en
la isla de Bioko. En todo este escenario, Teodorin se ha erigido en el líder de
la campaña “Guinea es una obra”, o algo así (seguro que en su casa tiene un
póster de Julián Muñoz).
Junto a
todo eso (madera, obras y saqueo), Teodorin hace dinero con Geasa (una compañía
de aviación), Radio Asonga (emisoras de radio y televisión en Malabo y Bata) y
su última creación: TNO Entertainment, una productora musical instalada en
Beverly Hills (EEUU). Solo su teléfono, de última generación, cuesta en Guinea
495.000 francos CFA. Un taxista gana sólo 200 francos CFA (0,30 €) por trayecto
y el sueldo mínimo se sitúa en torno a los 75.000 francos CFA (110 €).
Pero no es
solo dinero lo que aquí se discute, también poder. Así, Radio Asonga no es solo
un negocio, sino que se ha convertido en el símbolo del proyecto político de
Teodoro Nguema, que se apoya asimismo en la Asociación de Hijos de
Obiang (Asho), una organización juvenil fundada a raíz de las elecciones
municipales de 1995 que ganó la oposición. «Tengo el apoyo del pueblo. Podemos
decir que toda Guinea está conmigo», ha dicho recientemente Teodorín.
Con ese
respaldo detrás Teodoro Nguema ha decidido plantear un primer ataque contra el
poderoso círculo que rodea a su padre. Personajes como el influyente Armengol
Ondo. O el general Antonio Mba, director general de la Seguridad Nacional ,
que respondió de manera explícita el 12 de junio cerrándole la emisora de
Malabo y ordenando que se le retirara la escolta oficial. Y es que Teodorín no
se ha cansado de “denunciar” el «dominio» que, dice, «ejercen los generales»
sobre Guinea Ecuatorial, acusándolos de haber «secuestrado el régimen».
En medio de
todo este sainete, España no solo se ha mostrado incapaz de actuar para
defender a la población, con la que, como potencia colonial, tenemos una deuda
histórica, sino incapaz de defender nuestros intereses y de dar una imagen al
mundo de nuestra estrategia y objetivos. ¿Quién invito a Obiang a Madrid?.
¿Quien no previo el rechazo del parlamento?. ¿Quién metió en un brete a Rajoy y
al Rey, con semejante individuo?. ¿Para que hemos permitido entrar en España a
este personaje, para luego despreciarle y situar a nuestra diplomacia en la
encrucijada?. Claro que si no tenemos idea de que es España, como vamos a
tenerla de lo que es el mundo.
Imagen
100r.org / Pablo Manriquez – un.org
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