En treinta
y cinco años de socialismo cabe mucho dolor, y mucho heroísmo olvidado. Pocos
recuerdan que en 1978, su PSE fue el único partido, con él incluido, que
defendió en un clima muy hostil el “si” a la constitución. Quizá se haya
olvidado como tuvo que proteger a la viuda del concejal Vicente Gajate tras el
entierro, y consolarla cuando poco después sus suegros se suicidaban, hartos de
tanto dolor y tanto odio.
Quizás pocos sepan el miedo que inundaba a Jesús cuando
en 2006 tuvo que cenar en Oslo con el dirigente etarra Javier López Peña,
“Thierry”, poco después del lejano atentado de
Más de tres
décadas aislado, viviendo entre su casa y la casa del pueblo. Siempre
escoltado, siempre aislado, siempre encarcelado, siempre criticado y denostado
como un traidor amigo de asesinos, y su familia con él. Escuchando lo
irracional, explicando lo evidente y viendo odio y desprecio a su lado.
Hay un
momento del documental en que, por un instante su voz hace un requiebro. Justo
el momento en que él rememora sus conversaciones con Josu Ternera y después con
Otegui, un hombre este último, al que Jesús identifica, desde que empezaron sus
conversaciones en el caserío de Txillarre de Elgoibar, como el único y fino
hilo que une al mundo abertzale con la humanidad. Conversaciones en las que
resultaba recurrente el tema de los niños, de los hijos. Para él una obsesión,
un tesoro que ha pretendido proteger, buscando un país donde pudieran salir a
la calle, y de la mano de sus padres, sin que estos debieran esconderse o
dejarles huérfanos, por el mero hecho de querer ser libres. Conversaciones en
las que Jesús pudo empezar a ver en los ojos de sus interlocutores las primeras
dudas, los primeros remordimientos. Y es que la muerte de un niño pesa mucho,
como la terrible imagen de los cadáveres de la Casa Cuartel de
Zaragoza, imágenes de inocentes muertos, de más inocentes muertos.
Hace pocos
años tuvo que hacer un parón en su actividad, porque la depresión que sufría se
hizo insoportable. Hoy ha abierto el camino para abandonar la política, presa
de un dolor en su alma, que ya no puede soportar. Eguiguren vive hoy el mismo
vacío, la misma soledad la misma e insoportable tristeza vital que otros
políticos y policías vascos han sufrido tras estos años dedicados a luchar por
la paz, cada uno en su terreno, cada uno en su papel. “Cuando llegó la paz me
di cuenta de que se me fueron todas las energías. Ahora empiezas a sufrir las
consecuencias. Antes no lloraba. Desde que hay paz me salen las lágrimas por
cualquier cosa que recuerdo. El daño lo llevo yo también. Quiero recuperarme de
todo esto”, expone en un momento del documental.
Aun
recuerda la mirada desvaída de los huérfanos, los ojos prietos de las viudas,
la vista aterrada de los perseguidos, las pupilas fanáticas de los asesinos, el
caminar hacia la muerte cada mañana de su hijo hertziana y la incomprensión de
quienes le pidieron que bajara a los infiernos para llevar sus recados, como
Felipe González, el hombre de la foto, que ya no quiere mirarle, ahora no. Y
eso es lo que le desgarra.
Yo no soy
socialista Jesús, ni soy vasco, ni nos conocemos, pero cada vez que visito
Euskadi, comprendo cuanto debo a los
ciudadanos, políticos, jueces, periodistas y policías en estos años habéis
hecho frente al terror. Y que al menos os debo miraros a la cara y musitaros
“gracias”.
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