domingo, 13 de abril de 2014

Eguiguren, el hombre que bajo al Tártaro



En treinta y cinco años de socialismo cabe mucho dolor, y mucho heroísmo olvidado. Pocos recuerdan que en 1978, su PSE fue el único partido, con él incluido, que defendió en un clima muy hostil el “si” a la constitución. Quizá se haya olvidado como tuvo que proteger a la viuda del concejal Vicente Gajate tras el entierro, y consolarla cuando poco después sus suegros se suicidaban, hartos de tanto dolor y tanto odio.
Quizás pocos sepan el miedo que inundaba a Jesús cuando en 2006 tuvo que cenar en Oslo con el dirigente etarra Javier López Peña, “Thierry”, poco después del lejano atentado de la T4, para refrenar el instinto asesino de un demente que amenazaba con matar a todo hombre que se le interpusiera, y convertir a España en un Vietnam. Pero Jesús, soportó la vomitiva presencia de aquella alimaña y bebió con él armagnac, porque solo bebido aquel carnicero era capaz de hablar y escuchar algo. Poco después se iniciaba el proceso de dialogo que ha desembocado en la actual situación.

Más de tres décadas aislado, viviendo entre su casa y la casa del pueblo. Siempre escoltado, siempre aislado, siempre encarcelado, siempre criticado y denostado como un traidor amigo de asesinos, y su familia con él. Escuchando lo irracional, explicando lo evidente y viendo odio y desprecio a su lado.

Hay un momento del documental en que, por un instante su voz hace un requiebro. Justo el momento en que él rememora sus conversaciones con Josu Ternera y después con Otegui, un hombre este último, al que Jesús identifica, desde que empezaron sus conversaciones en el caserío de Txillarre de Elgoibar, como el único y fino hilo que une al mundo abertzale con la humanidad. Conversaciones en las que resultaba recurrente el tema de los niños, de los hijos. Para él una obsesión, un tesoro que ha pretendido proteger, buscando un país donde pudieran salir a la calle, y de la mano de sus padres, sin que estos debieran esconderse o dejarles huérfanos, por el mero hecho de querer ser libres. Conversaciones en las que Jesús pudo empezar a ver en los ojos de sus interlocutores las primeras dudas, los primeros remordimientos. Y es que la muerte de un niño pesa mucho, como la terrible imagen de los cadáveres de la Casa Cuartel de Zaragoza, imágenes de inocentes muertos, de más inocentes muertos.




Hace pocos años tuvo que hacer un parón en su actividad, porque la depresión que sufría se hizo insoportable. Hoy ha abierto el camino para abandonar la política, presa de un dolor en su alma, que ya no puede soportar. Eguiguren vive hoy el mismo vacío, la misma soledad la misma e insoportable tristeza vital que otros políticos y policías vascos han sufrido tras estos años dedicados a luchar por la paz, cada uno en su terreno, cada uno en su papel. “Cuando llegó la paz me di cuenta de que se me fueron todas las energías. Ahora empiezas a sufrir las consecuencias. Antes no lloraba. Desde que hay paz me salen las lágrimas por cualquier cosa que recuerdo. El daño lo llevo yo también. Quiero recuperarme de todo esto”, expone en un momento del documental.
Aun recuerda la mirada desvaída de los huérfanos, los ojos prietos de las viudas, la vista aterrada de los perseguidos, las pupilas fanáticas de los asesinos, el caminar hacia la muerte cada mañana de su hijo hertziana y la incomprensión de quienes le pidieron que bajara a los infiernos para llevar sus recados, como Felipe González, el hombre de la foto, que ya no quiere mirarle, ahora no. Y eso es lo que le desgarra.


Yo no soy socialista Jesús, ni soy vasco, ni nos conocemos, pero cada vez que visito Euskadi,  comprendo cuanto debo a los ciudadanos, políticos, jueces, periodistas y policías en estos años habéis hecho frente al terror. Y que al menos os debo miraros a la cara y musitaros “gracias”.

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