Como la
historia cambia en cada segundo, va a resultar difícil realizar predicciones
sobre un movimiento revolucionario-reformista en marcha en Ucrania, y de origen
y futuro inciertos.
Lo que si
parece evidente, a estas alturas de la narración, es que los hechos que se
precipitan en Kiev y en todo el país están provocados por un cóctel explosivo y
predecible de miseria, nepotismo, manipulación electoral y política y
arbitrariedad, que ha encontrado su contradicción interna en el crecimiento de
sociedades cada vez más formadas, informadas y educadas en ámbitos urbanos en
expansión.
Sociedades
que se revelan contra una descarada perversión del sistema electoral que
defiende la democracia y, sin embargo, pisotea sus valores.
Democracias
ficticias que, como hemos visto en el mundo árabe en los últimos años, tienen
una facilidad pasmosa para perpetuarse, en un curioso sistema de republica
hereditaria. Hechos que se producen (lo hicieron en Siria o en las caóticas
republicas africanas, a la sombra del
apoyo explícito de Europa y Estados Unidos que, como es el caso que nos ocupa,
prefieren pasar página para no enfrentarse al poderoso vecino de turno (sea
China o Rusia, en este caso). Una entrega vil y rastrera en aras de sus cortoplacistas intereses
económicos y estratégicos, apoyando o permitiendo regímenes indeseables e
insostenibles, alimentando así, una hoya a presión que ahora nos estalla en las
manos.
Occidente
nos ha trasladado a los ciudadanos el mensaje claro de que nuestro vigor y
nuestra riqueza radican en la desventura de los demás, y en la existencia de
una serie de sátrapas que gobiernan abusivamente sus estados, como cortafuegos
imprescindibles ante la amenaza islamista, comunista o Dios sabe que. Un grupo
de tecnócratas y despiadados ladrones han encontrado en ese miedo, y en el afán
colonizador de occidente el apoyo necesario para hacer del poder un oficio, y
de la represión una necesidad. Ante tal actitud, solo le ha quedado a esa
población como salida sus ancestrales costumbres.
Las
organizaciones caritativas y solidarias de raíz islámica, por ejemplo, han
ocupado progresivamente esos espacios de ayuda y gestión que el estado, volcado
en el robo y el control policial han abandonado. Así, los hermanos musulmanes
egipcios (los únicos que han ayudado a la gente tras el pasado terremoto) o el
Hezbollah de Gaza y Líbano (los únicos que prestan servicios públicos en esas
regiones) han aparecido como la única forma organizativa valida para sobre
vivir, y el único cauce de protesta y desahogo válido y, por ende, su ideología
la bandera de su lucha por el futuro, y sus líderes, caso de los radicales
Hasan al-Bannā’ y Sayed kutu, sus guías.
Esta
terrible frustración y desesperanza social ha calado, además en sociedades muy
rejuvenecidas, donde sus miembros han podido alcanzar una formación y una
cultura estéril, que asocian su lamentable situación a la cultura occidental,
causante, por interés, de sus dictaduras, fortaleciendo un enfrentamiento
cultural más vinculado al odio, que en al simple hecho religioso.
Pero en
estas revoluciones, esta asomando un fenómeno aun más peligroso y fascinante, y
que ya habíamos observado, por primera vez, en la revolución naranja ucraniana,
que ahora regresa y, en menor medida, en la revolución azafrán de Birmania. La
sociedad ahora es capaz de concitar el esfuerzo y el anhelo de miles de
personas, de manera coordinada y consciente, mediante una información muy
veraz, ajena a todo control aparente, e instantánea. Miles de personas pueden
realizar actos de concienciación y adoctrinamiento, impensables hace años, y de
coordinación de masas en periodos brevísimos de tiempo, gracias a un desarrollo
tecnológico que occidente, curiosamente, les ha entregado, como otra forma de
negocio. La duda esta en quien manipula a quien con estos nuevos medios de
información, tipo Tumblr, myspace, facebook o twitter.
Este
fenómeno histórico ha recibido ya su lógico bautismo periodístico, apodándose
“revolución del móvil y la piedra”, una forma sincrética de referirse a
movimientos sociales capaces de derribar gobiernos con una piedra como arma de
defensa y un teléfono como arma ofensiva. Un teléfono capaz de transmitir al
mundo, en tiempo real, las imágenes, los sonidos y los relatos de lo que ocurre
en cada instante. Una forma rápida de contar su verdad, incontenible para los
gobiernos y capaz de movilizar masas, y sacarlas de su adormecimiento, ante el
impacto incuestionable de la imagen de un muerto, de un policía disparando o de
un gobernante embarcando en un avión camino del exilio. Ante tanta evidencia,
poca manipulación es posible. ¿O si lo es?.
Al
contrario que en siglos pasados, cuando la lentitud de las acciones de rebeldía
y la dependencia de las masas de sus líderes, hacia sencillo el descabezamiento
de los procesos revolucionarios, la inmediatez de los mensajes revolucionarios,
y la multiplicidad de sus fuentes hacen hoy casi imposible la contención de
estos movimientos. Eso sin contar con que los actuales medios de comunicación
eliminan filtros, favorecen la difusión de los abusos en medio mundo, atrayendo
las simpatías de miles de personas y su apoyo, y sin contar con que la
ubicuidad ahora es posible, en reuniones virtuales de decenas de personas, que
desde sus casas comparten descontento y planean acciones que superan toda
reacción.
Y como las
revueltas de estos días demuestran, de poco sirve la acción represora ante las
revoluciones del móvil. Controlar identidades, cerrar proveedores o censurar
información, es estéril, porque los revolucionarios saben cambiar sus ip y
conseguir otras vías de acceso. Eso sin contar con que los gobiernos tampoco
pueden ya cerrar la red, porque seria aislarse ellos mismos, y dejar sin
funcionamiento decenas de servicios que dependen de ella.
Las nuevas
ciber revoluciones permiten, además cambiar profundamente la percepción que los
ciudadanos tiene de los hechos, al desvelarse los más recónditos secretos de
los estados, como ha demostrado wikileaks, al tiempo de derrumbar sus sistemas
de operación, como anonymous y otros ciber activistas han demostrado,
paralizando servicios, empresas y redes.
Pero los
hechos y los procesos rara vez son de una dirección, y más aun, rara vez dejan
de tener consecuencias inesperadas, o indeseadas.
Me ha
llamado la atención el hecho de que junto a la información espontánea que los
internautas han volcado en la red sobre los sucesos de Ucrania, no han sido
raros los casos de fuentes de información que mostraban un nítido esfuerzo por
encauzar las protestas, guiarlas en una cierta dirección y alentar a las masas
en fines que poco casaban con las impresiones que transmitían los ciudadanos en
sus twitter. Así, redes organizadas han incitado estos días a la violencia gratuita y meditada, con enseñanzas
practicas necesarias para causar la muerte entre los agentes del gobierno.
Y es que
ese anonimato y esa ubicuidad que tanto alabamos como muestra natural del
sentir de un pueblo es, al mismo tiempo, un arma ideal para la manipulación más
artera de las masas.
El escritor
y politólogo Nicholas Carr advierte en su último libro de la fascinación y la
atracción que sobre los humanos ejerce la cercanía y la calidez de las redes
sociales y los nuevos medios de comunicación. Medios ampliamente empleados en
estas revoluciones que someten al individuo a un aluvión de micro mensajes
lanzados sin pausa, una saturación de información y una dispersión de la
atención, pendiente como has de estar de difundir y recibir a velocidad de
vértigo, que favorece la distracción, la desconcentración, y la irreflexión.
Tres buenas
herramientas para conseguir que una masa, justamente indignada e impulsada por
el efecto gregario y exultante de la calle y las barricadas, por la excitación
de los sonidos, las luces y las imágenes impactantes de la reyertas, sea
adecuadamente amaestrada, más incluso que en otros tiempos.
Es un hecho
que la vorágine de una información desmedida y fragmentada, y la multitarea que
las redes imponen al individuo (escribir, leer, subir fotos. Flickr, facebook,
twitter..) nos puede conceder más eficiencia en el proceso de información, si
se dan ciertas circunstancias que una manifestación callejera no proporciona.
Tan incontestable como que estos procedimientos masivos e instantáneos de
comunicación nos hacen menos capaces para profundizar en esa información, poco
a poco nos deshumanizan, nos uniformizan, y nos hacen más vulnerables.
Estamos
adorando sin poner un pero, toda esa tecnología que nos ofrece un poder
inmenso, del que antes los ciudadanos carecíamos. Nos proporciona obtener
información y ver el mundo, sin intermediarios (o eso creemos), pero el mismo
concepto que hoy impera en la red, alienta la multitarea y favorece perder la
concentración, y con ella nuestra capacidad crítica. Nos somete a una lluvia de
mensajes que nos acosan por todas partes, y que interrumpen continuamente
nuestros procesos intelectuales. Máxime en plena calle, y bajo una lluvia de
gases lacrimógenos.
Hemos
multiplicado nuestra capacidad de compartir, y la escala de esa colaboración
(Wikipedia es un ejemplo). Podemos influir en mucha más gente, solicitar ayuda
a mucha más gente. Aunar esfuerzos, e intereses comunes, con mucha más gente, y
recibir influencia de mucha más gente. Pero, ¿estamos preparados para gestionar
esa nueva situación, sin perder nuestra libertad de elección y nuestra
conciencia crítica?.
Porque la
esencia de la libertad es poder escoger a qué o a quien quieres dedicarle tu
atención, y los nuevos medios de información están influyendo, y muy
decisivamente en esas elecciones, disminuyendo nuestra propia capacidad para
controlar nuestros pensamientos y nuestra forma de analizar los hechos de forma
autónoma.
Simplemente,
el algoritmo de Google que maneja sus sistema de búsquedas, esta determinando,
cuando buscamos en la red información sobre estas revueltas, a que información
accedemos, y a cual no.
Es evidente
que podemos ganar en libertad, en capacidad de organización ciudadana y en trabajo
colaborativo, dando así una fuerza desconocida a los movimientos sociales. Pero
seamos realistas. Esas mismas armas permiten a gobiernos, personas y
corporaciones ganar más control sobre nosotros al seguir todos nuestros pasos
online y al intentar influir en nuestras decisiones.
Esperemos
que solo sea una teoría, pero el economista Max Otte afirma en su último
trabajo que toda la información disponible no tiene un correlato en nuestra
capacidad de discriminación de esa información, y de asimilación crítica, por
lo que cada vez estamos más desinformados, atendiendo a ese criterio,
sumergiéndonos en lo que él llama el neofeudalismo. Una nueva situación que
esta eliminando a las clases medias y a la intelectualidad, esa que de manera
más humana antes guiaba nuestros pasos, pero desde la razón y la reflexión, no
frente a la violencia de la avalancha.
Lo recalca
Nicholas Carr, “la habilidad de concentrarse en una sola cosa es clave en la
memoria a largo plazo, en el pensamiento crítico y conceptual, y en muchas
formas de creatividad. Incluso las emociones y la empatía precisan de tiempo
para ser procesadas. Si no invertimos ese tiempo, nos deshumanizamos cada vez
más”.
Hay mucho
de creación y libertad en el mundo digital, justo por encima de un gigantesco germen
de destrucción.
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