Una memorable novela épica del inglés Patrick O´Brien sirvió a Peter Weir para firmar, en 2003, la premiada Master and Commander. Un retrato, en clave personal, de la Europa de 1805, en la que una Inglaterra sitiada y aislada por el avance de Napoleón convertía el mar en el escenario de sus últimas esperanzas. En tales circunstancias, el capitán inglés Jack “El afortunado” Aubrey, es enviado por el almirantazgo al otro lado del mundo, para hacer frente al Acheron, un corsario francés, en un combate desigual, en el que la pequeña fragata inglesa luchará, a través de dos mares, para interceptar y capturar al enemigo, en una misión que puede determinar el destino de una nación o destruir al capitán y a su tripulación.
Como en toda obra humana, la moraleja esta a ras de superficie. La narración deja al entendimiento del espectador que parte de la historia esta movida por el sentido del deber y el componente colectivo de nuestros actos, y cual por el orgullo y la ambición personal del capitán Aubrey. Ese impulso que, en ocasiones, evita que desfallezcamos y hace que nos enfrentemos a retos, a todas luces imposibles, para los cuales fiamos nuestro destino a esa fuerza recóndita que todos confiamos albergar, a ese derecho a la gloria que todos ambicionamos poseer, a esa llamada al reconocimiento colectivo y ese aplauso agradecido que todos desearíamos, alguna vez, oír ante nuestros ojos. Y al final Jack “El afortunado” ganó, pues aunque su destino era incierto, y sus maestros, mentores y camaradas le enviasen a un desesperado intento de supervivencia colectiva, su fe y su astucia, pudo más que las evidencias de una derrota prevista.
Solo es una fábula, pero que se repite, cual letanía, en muchas generaciones. Hoy hemos visto en IFEMA el primer fotograma de esta nueva versión de la obra de O´Brien.
Creo que pocos españoles no estarán de acuerdo, en lo sustancial, con los planteamientos maestros de Alfredo “el afortunado”, el político español más longevo en esto del gobernar, tanto que no es anecdótico apodarle “El superviviente”, pues más que un título, ello se ha convertido en un rasgo de su carácter, aun más, de su política.
Compromiso con el país, orgullo nacional, lealtad al grupo/partido, dialogo, consenso, defensa de las estructuras que funcionan, racionalidad administrativa, fomento de la participación ciudadana, defensa del débil y ajuste del rico, potenciación de sanidad, educación y dependencia, ayuda a los jóvenes, aumento de competitividad y solidaridad intergeneracional e interclasista han sido los ejes de un discurso bien armado, sólido en lo dialéctico y magistral en lo publicitario.
Ha sido de agradecer el tono. Ninguna, o casi, referencia a la oposición en una exposición sostenida en los viejos valores de la transición, dialogo y consenso sin exclusiones, lo que anticipa, o así lo queremos ver, una etapa política alejada del insulto y el enfrentamiento, de la persistente mirada al ombligo, para comenzar a hablar de los ciudadanos y, recabadas sus ideas, transmitirlas a los mecanismos del poder.
Pero tampoco conviene entrar en éxtasis, ni hacerse falsas ilusiones. Lo de hoy ha sido una arenga a las tropas derrotadas para que no abandonen el barco por la borda, ha sido un guiño a la esperanza a un electorado de izquierdas desmovilizado, un mensaje emocional y desarmado a un centrismo harto de perder futuro y nivel económico, un ruego de vuelta al redil a una juventud camino de las posiciones anti sistema y una bocanada de oxígeno a unos cuadros desesperados y en el paro, tras la primera pulida de los populares a sus ancestrales puestos de trabajo en ayuntamientos y autonomías. Y poco más.
Curiosamente, y como si de un karma compartido se tratase, a la misma hora, y en lugares poco distantes, Rajoy hablaba, en la clausura de los cursos de FAES, en tono menos belicoso que de costumbre y aportando, raro en él, medidas concretas que, casualidades del destino, eran las mismas que en ese instante preconizaba Rubalcaba, el contrato dual, modelo alemán 1980, para compatibilizar trabajo y formación de titulados universitarios y de formación profesional. Otra evidencia de que a falta de ideas, nada es mejor que fiarse de mama Merkel.
Lo que ha quedado claro es que Rubalcaba no se va a contentar con hacer de comparsa en esta historia. Que, tras una larga carrera política como segundo o tercero de, no va a perder estos meses de gloria, que va a dar batalla, que pretende rearmar el partido y enarbolar el estandarte de mariscal, incluso tras las próximas elecciones, aunque las pierda. Su orgullo y su ambición no le van a permitir ser un mero gestor de la derrota, no va a ser Leonidas en la Termópilas. Pero su maestro, su partido, le ha mandado al matadero, y él lo sabe. En realidad, el socialismo oficial ve en él una esperanza remota, a la que hoy se ha asido, tras un discurso emotivo y bien hablado, que les ha despertado del varapalo del 22 de mayo.
Con todo, Alfredo “El afortunado”, como Jack en la obra de O´Brien, solo es, de momento, un muro de contención, un capitán valioso, pero sacrificable, a fin de mantener un grupo parlamentario digno (más o menos 140 diputados), para ganar tiempo hasta que el futuro, Carmen y Patxi, cuajen, y para evitar el desgaste de estos en una batalla inevitable, e inevitablemente perdida, o eso nos cuentan.
Hoy ha ganado una batalla emocional ante sus bases, ha contenido la fuga de artistas, periodistas e intelectuales, entre los que ha sembrado una duda, pero nos quedan aun muchas, en meses en los que estaremos entretenidos con el monopoly electoral mientras perdemos tiempo en lo que interesa, en salvarnos.
Poco o nada sabemos sobre como Alfredo va a vencer a un partido bicéfalo que no controla, y que no esta preparado para su victoria. José Luis ha entrado en una fase de inanidad, y los barones regionales, descabalgados de sus cargos se enfrentan a rebeliones y abandonos, lo que dibuja un partido sin control, donde Alfredo, rodeado de apestados (caldera es solo un ejemplo), esta misma mañana ha pedido por favor ayuda. Un partido en que muchos poderosos ven en esta última batalla el ansiado fin de un intrigante, de un hombre muy preparado y muy útil, pero cuya ambición y manejo monclovita resulta molesto.
Tampoco sabemos como a convencer una sociedad escamada, que asocia su imagen de buen gestor en interior, a la mala de un gobierno del que ha formado parte. Una sociedad que no entiende porque los apuntes fiscales, laborales y electorales y la actitud ante el sistema financiero que hoy ha presentado el candidato, no se trasladan a la acción cotidiana ya, perdiendo así un tiempo precioso de recuperación, por ejemplo, a través de los presupuestos del 2012, que pronto se sancionaran. Una sociedad que no entiende como ante tantas urgencias y necesidades como las planteadas hoy por la mañana, la rueda de prensa del viernes presentó once medidas y decretos de los que, solo uno, era de iniciativa española, los otros diez, en palabras del propio Alfredo, tan solo eran trasposiciones, aplicaciones obligadas, de directivas europeas. Un caso palmario de falta de actividad, de falta de iniciativa. Una sociedad que no comprende como una amplia y experimentada organización, el socialismo español, estaba hace un mes agotada, y ahora revive, y tiene propuestas, y proclama un giro para el futuro, solo por la ocurrencia de un solo hombre, que ni siquiera es su líder. ¿Lo inventa sobre la marcha?. ¿ha ocultado durante meses soluciones vitales para colgarse medallas?. ¿Se le apareció el fantasma de Marx hace dos noches?.
Y tampoco sabemos como piensa vencer a un contexto internacional y empresarial de cuya reacción y complicidad ante las medidas anunciadas, dependerá el éxito de estas. Pocos, en el fondo, dudan que un giro a la izquierda que nos destete de la esclavitud de instituciones internacionales y mercados es preciso. Pero ese es un proceso que se debe hacer con tiento, con mucho equilibrio, y en el que solo puedes imponer tu voluntad, cuando eres fuerte y puedes prescindir de tutelas, y no es el caso. En el fondo, el funcionamiento de toma de decisiones de los mercados es como en una familia, los hijos solo hacemos lo que queremos cuando tenemos independencia económica y casa propia. Y no es el caso.
En el fondo, no se si hemos asistido esta mañana (con el despliegue mediático que no ha tenido nunca ningún candidato) al nacimiento de una esperanza, o a un nuevo ejemplo de agnosia, esa enfermedad tan típica de los políticos, por la que estos, aun con sus sentidos en perfecto estado, son incapaces de entender la realidad, la nuestra.
Como en toda obra humana, la moraleja esta a ras de superficie. La narración deja al entendimiento del espectador que parte de la historia esta movida por el sentido del deber y el componente colectivo de nuestros actos, y cual por el orgullo y la ambición personal del capitán Aubrey. Ese impulso que, en ocasiones, evita que desfallezcamos y hace que nos enfrentemos a retos, a todas luces imposibles, para los cuales fiamos nuestro destino a esa fuerza recóndita que todos confiamos albergar, a ese derecho a la gloria que todos ambicionamos poseer, a esa llamada al reconocimiento colectivo y ese aplauso agradecido que todos desearíamos, alguna vez, oír ante nuestros ojos. Y al final Jack “El afortunado” ganó, pues aunque su destino era incierto, y sus maestros, mentores y camaradas le enviasen a un desesperado intento de supervivencia colectiva, su fe y su astucia, pudo más que las evidencias de una derrota prevista.
Solo es una fábula, pero que se repite, cual letanía, en muchas generaciones. Hoy hemos visto en IFEMA el primer fotograma de esta nueva versión de la obra de O´Brien.
Creo que pocos españoles no estarán de acuerdo, en lo sustancial, con los planteamientos maestros de Alfredo “el afortunado”, el político español más longevo en esto del gobernar, tanto que no es anecdótico apodarle “El superviviente”, pues más que un título, ello se ha convertido en un rasgo de su carácter, aun más, de su política.
Compromiso con el país, orgullo nacional, lealtad al grupo/partido, dialogo, consenso, defensa de las estructuras que funcionan, racionalidad administrativa, fomento de la participación ciudadana, defensa del débil y ajuste del rico, potenciación de sanidad, educación y dependencia, ayuda a los jóvenes, aumento de competitividad y solidaridad intergeneracional e interclasista han sido los ejes de un discurso bien armado, sólido en lo dialéctico y magistral en lo publicitario.
Ha sido de agradecer el tono. Ninguna, o casi, referencia a la oposición en una exposición sostenida en los viejos valores de la transición, dialogo y consenso sin exclusiones, lo que anticipa, o así lo queremos ver, una etapa política alejada del insulto y el enfrentamiento, de la persistente mirada al ombligo, para comenzar a hablar de los ciudadanos y, recabadas sus ideas, transmitirlas a los mecanismos del poder.
Pero tampoco conviene entrar en éxtasis, ni hacerse falsas ilusiones. Lo de hoy ha sido una arenga a las tropas derrotadas para que no abandonen el barco por la borda, ha sido un guiño a la esperanza a un electorado de izquierdas desmovilizado, un mensaje emocional y desarmado a un centrismo harto de perder futuro y nivel económico, un ruego de vuelta al redil a una juventud camino de las posiciones anti sistema y una bocanada de oxígeno a unos cuadros desesperados y en el paro, tras la primera pulida de los populares a sus ancestrales puestos de trabajo en ayuntamientos y autonomías. Y poco más.
Curiosamente, y como si de un karma compartido se tratase, a la misma hora, y en lugares poco distantes, Rajoy hablaba, en la clausura de los cursos de FAES, en tono menos belicoso que de costumbre y aportando, raro en él, medidas concretas que, casualidades del destino, eran las mismas que en ese instante preconizaba Rubalcaba, el contrato dual, modelo alemán 1980, para compatibilizar trabajo y formación de titulados universitarios y de formación profesional. Otra evidencia de que a falta de ideas, nada es mejor que fiarse de mama Merkel.
Lo que ha quedado claro es que Rubalcaba no se va a contentar con hacer de comparsa en esta historia. Que, tras una larga carrera política como segundo o tercero de, no va a perder estos meses de gloria, que va a dar batalla, que pretende rearmar el partido y enarbolar el estandarte de mariscal, incluso tras las próximas elecciones, aunque las pierda. Su orgullo y su ambición no le van a permitir ser un mero gestor de la derrota, no va a ser Leonidas en la Termópilas. Pero su maestro, su partido, le ha mandado al matadero, y él lo sabe. En realidad, el socialismo oficial ve en él una esperanza remota, a la que hoy se ha asido, tras un discurso emotivo y bien hablado, que les ha despertado del varapalo del 22 de mayo.
Con todo, Alfredo “El afortunado”, como Jack en la obra de O´Brien, solo es, de momento, un muro de contención, un capitán valioso, pero sacrificable, a fin de mantener un grupo parlamentario digno (más o menos 140 diputados), para ganar tiempo hasta que el futuro, Carmen y Patxi, cuajen, y para evitar el desgaste de estos en una batalla inevitable, e inevitablemente perdida, o eso nos cuentan.
Hoy ha ganado una batalla emocional ante sus bases, ha contenido la fuga de artistas, periodistas e intelectuales, entre los que ha sembrado una duda, pero nos quedan aun muchas, en meses en los que estaremos entretenidos con el monopoly electoral mientras perdemos tiempo en lo que interesa, en salvarnos.
Poco o nada sabemos sobre como Alfredo va a vencer a un partido bicéfalo que no controla, y que no esta preparado para su victoria. José Luis ha entrado en una fase de inanidad, y los barones regionales, descabalgados de sus cargos se enfrentan a rebeliones y abandonos, lo que dibuja un partido sin control, donde Alfredo, rodeado de apestados (caldera es solo un ejemplo), esta misma mañana ha pedido por favor ayuda. Un partido en que muchos poderosos ven en esta última batalla el ansiado fin de un intrigante, de un hombre muy preparado y muy útil, pero cuya ambición y manejo monclovita resulta molesto.
Tampoco sabemos como a convencer una sociedad escamada, que asocia su imagen de buen gestor en interior, a la mala de un gobierno del que ha formado parte. Una sociedad que no entiende porque los apuntes fiscales, laborales y electorales y la actitud ante el sistema financiero que hoy ha presentado el candidato, no se trasladan a la acción cotidiana ya, perdiendo así un tiempo precioso de recuperación, por ejemplo, a través de los presupuestos del 2012, que pronto se sancionaran. Una sociedad que no entiende como ante tantas urgencias y necesidades como las planteadas hoy por la mañana, la rueda de prensa del viernes presentó once medidas y decretos de los que, solo uno, era de iniciativa española, los otros diez, en palabras del propio Alfredo, tan solo eran trasposiciones, aplicaciones obligadas, de directivas europeas. Un caso palmario de falta de actividad, de falta de iniciativa. Una sociedad que no comprende como una amplia y experimentada organización, el socialismo español, estaba hace un mes agotada, y ahora revive, y tiene propuestas, y proclama un giro para el futuro, solo por la ocurrencia de un solo hombre, que ni siquiera es su líder. ¿Lo inventa sobre la marcha?. ¿ha ocultado durante meses soluciones vitales para colgarse medallas?. ¿Se le apareció el fantasma de Marx hace dos noches?.
Y tampoco sabemos como piensa vencer a un contexto internacional y empresarial de cuya reacción y complicidad ante las medidas anunciadas, dependerá el éxito de estas. Pocos, en el fondo, dudan que un giro a la izquierda que nos destete de la esclavitud de instituciones internacionales y mercados es preciso. Pero ese es un proceso que se debe hacer con tiento, con mucho equilibrio, y en el que solo puedes imponer tu voluntad, cuando eres fuerte y puedes prescindir de tutelas, y no es el caso. En el fondo, el funcionamiento de toma de decisiones de los mercados es como en una familia, los hijos solo hacemos lo que queremos cuando tenemos independencia económica y casa propia. Y no es el caso.
En el fondo, no se si hemos asistido esta mañana (con el despliegue mediático que no ha tenido nunca ningún candidato) al nacimiento de una esperanza, o a un nuevo ejemplo de agnosia, esa enfermedad tan típica de los políticos, por la que estos, aun con sus sentidos en perfecto estado, son incapaces de entender la realidad, la nuestra.
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