Aun no hemos sido capaces de recobrarnos del horror de Oslo, aunque no todos. Para los primeros sigue siendo incomprensible esta devastadora desintegración del alama humana. Para los segundos, unos minutos más en los rutinarios boletines de noticias.
Tras la matanza, no me cabe duda, se esconde la miseria de la opulenta sociedad europea, incluso en las afables y pacíficas tierras del norte.
He recordado un artículo de eolapaz, en el que, aprovechando un estudio de la obra del genial dramaturgo y novelista sueco Henning Mankell, reflesionábamos sobre los riesgos de esas sociedades.
“Socialdemócrata y hombre del frió norte, Mankell ha traslado al inspector Wallander sus propios miedos y angustias ante lo que para muchos deudores del estado del bienestar es la quiebra de este y el miedo a una nueva sociedad, marcada por la emigración, el mestizaje, la perdida de las referencias y de las seguridades estatales, en cuyo marco se inscriben los cambios que en los últimos años han rodeado y sitiado a la sociedad sueca; como la voladura de la URSS, la guerra internacional contra el terrorismo o la crisis de valores del mundo occidental. Es un pensamiento que de forma persistente, refleja, analiza y denuncia en sus historias negras, el profundo cambio corporal de Europa, cada vez manos occidental, menos blanca, menos cristiana, menos aseada, y más laica, sosa, obesa e insultantemente rica. Y en medio de esa transfiguración, teñida por la inmigración y el imperio de la violencia, la indolencia y la degradación de la clase política, que manifiesta una continuada incapacidad para asumir su responsabilidad y liderazgo en el cumplimiento de sus funciones básicas: garantizar la vida, la libertad y la propiedad de los ciudadanos. Claro que la dejadez comienza en el propio incumplimiento legal y ético de la ciudadanía.
Todo ese universo de sensaciones mezcladas y, a veces confusas, se ha trasladado en sus últimas obras, a las andanzas de Wallander, un heterónimo, más que un alter ego, tras el cual Mankell nos transmite sus dudas y ansias y, probablemente, las de toda su sociedad. Desde hace algún tiempo, Wallander, como una metáfora de la vieja Europa, encaja con dificultad el paso de los años, sufre una rutina laboral exasperante que le conduce a hábitos alimenticios indeseables, acompasados de un dormir liviano y escaso que mina a cada instante su vida y su esperanza, ambas disipadas de forma creciente, en un proceso que esta alejando a los dos compañeros de viaje, a Mankell a la dulzura y la sencillez de África, a Wallander a las sombras, ocupando su puesto su hija.
En una reciente entrevista, realizada a través del correo electrónico, como estandarte altivo de su inexpugnable intimidad, Mankell ratificaba lo que toda la crítica y su público admira y reconoce en su obra. Para Mankell, la novela negra no es más que un mero escenario, casi superfluo, el crimen y su estudio no es más que la herramienta necesaria para analizar a la sociedad sueca, y por ende la europea. En realidad, el horror del crimen no es más que la forma mankelliana de mostrar al mundo su propio horror ante el mundo que le rodea, un mundo poblado, dice el autor, de inmoralidad de políticos y policías, de xenofobia o de violencia contra las mujeres. Así, cada expediente, cada historia, no es mas que una tortuosa mirada a la descomposición de su mundo europeo.”
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