Varios de
mis alumnos estuvieron varios días turnándonos en la Plaza Porticada de
Santander en una concentración respetuosa, pacifica y reivindicativa. Al
séptimo fueron a votar, y volvieron. Porque los que aquí estaban son
demócratas. Son conscientes de las libertades que disfrutan y de la necesidad
de construir la sociedad entre todos. Casi nadie, ni aquí, ni en otras ciudades
españolas levantadas contra la tiranía de los partidos, cuestionaron el
sistema.
Democracia
si, pero así no. Democracia si, pero sin abandonar en la cuneta a colectivos
enteros, como por ejemplo el de los jóvenes. Votar si, pero ahí no se acaba la
democracia, porque esta no se reduce a una simple batalla electoral, a una
descarnada batalla por el poder. Y son los propios partidos los que aplican ese
reduccionismo, evitando el debate, la crítica, la reflexión, y no digamos ya la
disidencia, en el seno de sus propias organizaciones, difundiendo a toda la
sociedad, una cultura del gregarismo, que denunciamos en estos días de mayo.
En una
España donde dos de cada tres jóvenes carecen de empleo, y donde muchos de los que
trabajan, o bien lo hacen en condiciones de trabajo y salario vergonzantes, o
bien deben ocultar su formación y méritos para mantener su empleo, me llamaron
poderosamente la atención las palabras de Pepe Blanco en uno de los últimos
mítines de campaña. Las palabras no diferían mucho de las de otros políticos,
pero viniendo del secretario del partido del gobierno, y ministro de fomento,
dolían más. “Debemos escuchar a la sociedad y contactar con ella”, se atrevió a
decir a sus fieles el muchacho. Es una declaración limpia de lo que ocurre. Los
partidos han aparcado el principio rousoniano de que el ciudadano es el centro
de la sociedad, para convertirse ellos en el mismo centro de la vida, y sus
fines en el objetivo final de la acción política, cuando esta no resulta ser
más que el instrumento de los poderes económicos a los que ellos representan. Y
ese es parte del resumen de estos siete días de mayo.
Antaño,
dicen nuestros padres, los políticos eran gentes como nosotros que
representaban nuestros ideales y la manera de afrontar nuestras necesidades.
Hoy, como dice Blanco, son un ente aparte, con su propia vida y sus propios
objetivos. Cada cuatro años se acercan a la tierra de los mortales y seducen
nuestras voluntades para legitimar su poder, y así justificar la influencia en
nuestras vidas de sus poderosos aparatos, plagados de ciudadanos que han
convertido el servicio público en una forma de vida, en una profesión con sus
propios intereses, no siempre coincidentes con los nuestros.
Y eso es
parte de lo que denunciamos. Un simple vistazo a un mitin electoral cualquiera
nos indica cual es la dinámica de este proceso. Nada nos indica que sea una
reunión ciudadana dedicada a reflexionar y proponer ideas y caminos de futuro.
Un señor, o un grupo, han decidido primero los programas a presentar a los
electores. Medidas que se estudian bajo el prisma de qué es aquello que le hará
más ilusión al pueblo, que será más vendible, que se atendrá mejor a las leyes
del marketing. Luego la propaganda hará el resto. En un país donde aun millones
de electores vivieron la guerra civil o la posguerra, los sentimientos
primarios están aun muy enraizados. La música, las banderas ondeando, los
fantasmas de la derecha o la izquierda y los mensajes simplistas y vacíos de
contenido ideológico real, semi humorísticos y directos son el arma habitual.
En ese clima de sentimientos exaltados, el chantaje emocional es fácil, y la
gente, con toda su buena fe se entrega. Un mitin, en ese sentido, es como una
excursión patrocinada de jubilados. Te llevan a la Rioja , pasas el día y al
final te venden una manta eléctrica, con tal habilidad que compras hasta la
cama. Pero debate, critica, intercambio de ideas. No, eso no. Y de eso nos
quejamos en las plazas de España, y por eso debatimos, y reflexionamos y
hacemos propuestas, es la ilusión por la novedad.
Una de las
situaciones más grotescas de esos siete días de mayo fue sido la decisión de
las juntas electorales de prohibirles. Es un ejemplo de como esta montado el
negocio. Los partidos han asumido tal monopolio de la vida política que tienen
la exclusiva de opinar, decir y manifestar. Pero si un grupo de ciudadanos
pretenden reunirse pacíficamente, en un lugar de todos, para hablar serenamente
de política, no de juego de poder entre partidos, si no de política, entonces
no. Estar días enteros manchando calles con carteles y pasquines, y
contaminando el aire con coches lanzando proclamas simplistas si se puede,
sentarse en el suelo y hablar de nuestros problemas no.
Es, como la
famosa jornada de reflexión, una muestra más de lo que cree el poder que somos,
adolescentes políticos que precisan ser tutelados, incapaces de pensar por
nosotros mismos y que necesitan protección, una jornada entera para pensar en
soledad. Y no, somos seres sociales, y podemos debatir entre nosotros, hasta un
minuto antes de votar si nos da la gana.
Como en
todo, detrás de la sinceridad siempre hay aprovechados, y hasta en lo más
sagrado nos sale a los españoles la vena carnavalesca. Hay en las
concentraciones gente variopinta, y rasteros anti sistema.
Pero ni las
apariencias de la gente descalifican sus ideales y sentimientos, ni la
incrustación en esas filas de algunos de algunos payasos desmerecen el
movimiento de estos jóvenes, si así fuera, muchas listas electorales deberían ser
prohibidas.
Fueron
siete días de mayo para recordarle a la gente que el país avanza a rastras y
con los políticos tirando de nuestro país hacia atrás, pero avanza. Aunque en
el camino están quedando los más débiles.
Los
estudiantes, los jóvenes preparados, los jubilados, los inmigrantes, los ...
Esa es la violencia, no como algunos maledicientes proclaman que hacen.
Violencia es mantener a enfermos seis meses en una lista de espera. Violencia
es permitir que una familia con todos sus miembros en paro. Violencia es pagar
a un joven 600 euros al mes en jornada completa. Violencia es quitar la casa a
una familia que no puede pagar la hipoteca, mientras los directivos de los
bancos que han arruinado el mercado laboral del que él vivía siguen cobrando
pluses y prebendas. Violencia es derribar la casa de un honrado ciudadano,
porque en su pueblo los políticos permitieron construirla ilegalmente, mientras
se repartía el patrimonio municipal con un encorbatado ladrón. Violencia es la
que se vive en los mítines y los medios de comunicación, en los que los líderes
políticos, los que deben dar ejemplo se agotan en interminables ataques,
descalificaciones y muestras de desprecio al rival, aleccionando a las masas
contra el dialogo y a favor del ataque al contrario. Que no es tal, sino tan
solo tu vecino. Contra esa violencia suplicamos, pacíficamente, en estos días
de mayo.
Somos
conscientes, todos, que no vivimos una crisis normal, un ciclo capitalista
agotado o una maldición divina. Nuestras penalidades son fruto de una
gigantesca estafa propiciada por poderes muy superiores a nosotros, amparados
por un poder político entregado a sus intereses, que les permite saquear
nuestra riqueza, y que luego les ayuda a recuperar los beneficios perdidos,
despidiendo a en masa a trabajadores o recibiendo ayudas públicas.
Así,
mientras el gobierno condena a los jóvenes a una jubilación imposible, muchas
empresas reducen sus costes con pre jubilaciones abusivas que debemos pagar
entre todos, a la vez que sus directivos se reparten jugosos complementos. Esa
forma impúdica de afrontar la política es la que hace imposible un mejor
desarrollo y progreso para el conjunto de la ciudadanía.
Hoy, la
riqueza se desvía sin pudor hacia grandes corporaciones, mientras los gobiernos,
sueltan a la población unas migajas en forma de pensiones y ayudas, dejando sin
futuro a una juventud preparada y capaz de tomar las riendas de la sociedad,
pero totalmente marginada, salvo que sea preciso usarla como jarrón decorativo
en algún mitin.
A finales
del siglo pasado, el filosofo Stéfhane Hessel, denunciaba ya estos y otros
vicios de nuestra democracia, en su ya famoso Indignez Vous! (Indignaos). En su
libro, Hessel clamaba por una sociedad que se sacudiese de la amnesia y la
resignación e hiciera suya la frase de "Creer es resistir, resistir es
creer". Y en eso estamos, porque creemos en la democracia, en las
libertades de las que disfrutamos a veces, creemos en la participación, en la
paz y en la convivencia. Y por eso que creemos nos resistimos a una vida
manipulada y sin futuro basada en esta partitocracia donde el interés de las
organizaciones se antepone al de la sociedad. Y porque creen en la democracia
hoy esos jóvenes han, pero también resisten, en estos siete días de mayo.
Imagen Pablo
Ausucua, mayo de 2011, y la grietaonline.com
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