Lo bueno de las fotografías es que hay muchas formas de verlas. Es como el principio de una historia, una idea para seguir, para terminar o para abandonar, si el guión es muy duro. Mirando a los ojos a Barbacid, no sabemos si la foto refleja lo alto que ha llegado, o lo profunda de la caída que le espera, ante la fragilidad de la escalera a la que se ha subido.
Mariano Barbacid, madrileño, y doctor en Ciencias químicas por la Universidad Complutense, es uno de los oncólogos y bioquímicos más reputados del mundo. Director del Centro Nacional de Investigación contra el Cáncer de Maryland (EE.UU.), desde donde ha realizado aportaciones fundamentales para la lucha de la humanidad contra el cáncer en el terreno de la investigación molecular y los mecanismos de reproducción celular, y director del departamento de oncología del Instituto Squibb de Princeton, regreso a España en 1998. Eran los tiempos en los que el nuevo gobierno de Aznar apostaba por un impulso decidido a la investigación y a la ciencia, y Barbacid, un genio de talla mundial, era el estandarte de esa nueva filosofía. Un presupuesto arregladito, cierta manga ancha para fichar talentos y el timón del creando Centro Nacional de Investigaciones Oncológicas Carlos III de Madrid, eran la base de ese programa de modernización tecnológica. Para algunos, una oportunidad única de salir del siglo XIX, para la oposición de entonces un bluf. Un gesto que no escondía las carencias de la propuesta, en cuanto que la vuelta del genio no iba acompañada de un plan universitario acorde, ni medidas de colaboración privada en I+D, ni, y he aquí el quid de la cuestión, un plan de financiación.
Barbacid, que pronto se vio no conocía bien la ley de mecenazgo y que, en cierto modo fue engañado, en cuanto a la viabilidad del proyecto, en un país de gestos y poca paciencia y constancia, ha caído en la trampa y se encuentra ahora a merced de la burocracia española y las luchas intestinas.
En trece años, el doctor Barbacid ha convertido al CNIO en un centro de referencia mundial, tanto en investigación básica, como en aplicada, la capaz de generar medicamentos y soluciones terapéuticas. Sus fondos (un 0,3% del gasto sanitario español) podrían ser capaces de disminuir en un 5% el gasto sanitario español, el equivalente a diez veces el gasto en investigación de nuestro país.
En los últimos meses, su equipo, uno de los más activos del CNIO, ha descubierto la quinasa c-Raf, una proteína imprescindible para la proliferación de las células malignas de un tipo muy común de cáncer, como es el de pulmón de pulmón. Ahora solo queda un paso, descubrir las moléculas o método genético para desactivar esa proteína y salvar a un 25% de los enfermos de cáncer en España.
El proyecto, de una gran trascendencia, según la comunidad científica precisa un volumen muy elevado de fondos, casi cincuenta millones de euros, para lograr la síntesis de inhibidores de c-Raf. En este punto, el ministerio, fiel al espíritu español decidió a fines del año pasado no renovar su financiación, pese a que las evidencias de estar cerca de terapias exitosas.
Pero Mariano Barbacid no se rindió. Busco formulas de financiación en las que tuvieran cabida entidades privadas. Entre ellas la creación de una Agrupación de Interés Económico, una formula que permite al estado, a través de la Fundación del CNIO, mantener un control casi absoluto de ese instrumento, a la vez que las entidades colaboradoras podrían beneficiarse de parte de las patentes generadas y no pagar los impuestos preceptivos.
pese a que el ministerio de Industria ha dado el visto bueno a este instrumento legar, en otros casos, el ministerio de Ciencia e Investigación, pese a los informes favorables de los juristas Gómez Acebo y Pombo y de Enrique Rivero, catedrático de Derecho Administrativo de la Universidad de Salamanca, ha negado esta posibilidad, amparándose en el dictamen contrario de la abogacía del estado.
El resultado es el esperado, la paralización de los procesos de investigación en curso y la perdida de una inyección financiera de diez millones de euros.
Pero eso, con ser grave, no es el fondo de la cuestión. Lo que se trasluce en toda esta historia es una lucha por el poder, entendido como la capacidad de marcar tiempos y caminos. La ministra se ha encontrado con un director poco politizado, poco dócil y muy crítico con su gestión, mala, muy mala, por cierto. Ante esta actitud, no hay terapia ni sufrimiento que valga, la autoridad es lo primero, y Barbacid sobra. Una lucha por el poder que nos muestra cuales son las prioridades de nuestros políticos, con la misma intensidad que revela la falta de un plan claro de investigación en I+D, que deja a los equipos científicos a merced de decisiones políticas, que les obliga a dedicar su tiempo a mendigar dinero y someterse al poder para conseguirlo, y que abre un foso inmenso en la colaboración entre las empresa privada y las entidades públicas. Un foso tan profundo como el hueco de esta escalera, a punto de tragarse a un científico mundial.
Imagen El Mundo
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