“Algunos
hacen viajes a lo largo de las carreteras. Otros hacen el camino también”.
Quien conozca a Carolina Ruiz Marcos la habrá oído esa frase, aunque esté con
los labios prietos, solo en el candor de sus ojos.
Hay gente
especial, gente decisiva en nuestras vidas, bien porque construye catedrales,
sana cuerpos o mentes, descubre estrellas y Atlántidas o hace teatro. Este
último, uno de los oficios más nobles de un ser humano, es el de Carol. El de
ella y el de ese conjunto de magos del gesto la palabra y el alma que se hacen
llamar Espiral.
Hace tiempo
que Carolina, cántabra, periodista y escritora descubrió la felicidad lejos de
despachos y medios, escrutando debajo de la piel, y viviendo con el contacto de
otras vidas, siempre en primera persona del plural. Un viaje al infinito de los
sentimientos en el que ha estado acompañada en estos años por Marta Gómara,
arqueóloga y educadora, el lado práctico del proyecto. Por Puy Segurado, una
actriz de clase. Por Roberto Cagigal, la mano de Espiral, desde su puesto de
restaurador y tallerista. Y Chris Baldwin, claro. Ese talento que como torrente
ha inspirado al grupo en su papel de director artístico, escritor,
investigador, arqueólogo de escena, tallerista, compositor, actor ...... Un
hombre único capaz de crear grandes montajes en Inglaterra, Polonia o Italia, o
de sumergirse en la catarsis de un pequeño pueblo castellano embelesado en la
obra de su vida. Un día Carol abandonó su tierra por un sueño. Un día Chris
abandonó su tranquila Oxford, su Escuela de Estudios Superiores de Teatro Rose
Bruford College en Londres, tomó la familia a su espalda y se traslado a la Rioja. Y allí han
construido su vida, dedicada en cuerpo y alma al devising, el teatro de
creación, y a la enseñanza, y a la divulgación, y a la investigación, y a la
vida.
Esta semana
he estado deambulando con los amigos, buscando en las tierras del Rio Oja, no
se aun que.
Paseando
entre la llovizna por Rivas de Tereso y por San Vicente de Sonsierra, a la vera
de la Sierra
de Toloño, he comprendido a Carol, y a esa mirada melancólica que encuadra su
rostro, aunque sea entre su perenne sonrisa. La he comprendido, porque el
paisaje y la gente que encontré a mi paso me hizo recordar las palabras de una
niña que pudo el pasado año degustar su vigor y su entusiasmo en un encuentro
de jóvenes estudiantes, amantes del teatro, en Estella, en uno de sus muchos
proyectos. “Aquello no es teatro”, me decía Irma, “Lo que hicieron con nosotros
Carol y los suyos fue darnos un arma poderosa con la que convencernos de que el
trabajo colectivo resuelve nuestros problemas, que vivir en comunidad
acrecienta nuestra fuerza, que amar y sentir, en la piel de otros nos redime y
nos hace crecer, porque en el anonimato de un personaje, nos descubrimos mejor,
sin tapujos y sin miedos”. Una niña de dieciséis años. Eso es lo que aprendió
de Carol, en tan solo un fin de semana, una niña de dieciséis años.
Espiral lo
ha llamado teatro inclusivo, y pretende no solo educar, sentir y descubrir
nuestro interior, especialmente en jóvenes, dada la profunda voluntad educativa
de Espiral. Los chicos de Carol son más, algo más que una compañía de teatro
que educa. Quien haya visto este verano como fueron capaces de montar a todo un
pueblo en un tren, me entenderán. Carol busca crear comunidades en el campo,
generar orgullo entre la gente de su propia existencia, sacar del anonimato al
medio rural y recordar el valor, a las demás gentes, de nuestro inmenso
patrimonio rural, en primer lugar, las gentes que allí viven. Es lo que Chris
Baldwin ha llamado arqueología teatral, yo diría liberación comunal.
Pero de
toda esa comunidad, y sin desmerecer a nadie, quien irradia más luz, cuando
sales a su encuentro es Carol. Frágil, menudo, luminosa, como un torbellino que
te atrapa y ante el que no puedes resistirte. Te mira a los ojos y te dice, “el
teatro es la vida”. Y tú lo amas desde ese instante.
Nada de
libretos, de imágenes evidentes, de academicismo. Nada. Solo un cuerpo, una
palabra, un personaje. Su propuesta es “usar la intuición de cada uno para crear
imágenes de lo que pudo haber sido, lo que puede ser, lo que aún puede ser”.
Una
propuesta que ha ocupado la mayor parte de su vida. Entre miedos,
incertidumbres, desilusiones y éxitos. Porque éxito es andar un camino
acompañada de un grupo de amigos que siguen una ruta poco clara hacia un
destino desconocido, en el que las premuras, las ansiedades y el dinero hacen
dudar del camino en cada encrucijada.
Quedan ya
lejanos aquellos inicios de Espiral en 2001, en Aguilar del Río Alhama, en La Rioja , cuando un grupo de
románticos decidió emprender un proyecto cultural que redimiera a comunidades
campesinas y ganaderas, plenas de riqueza cultural y tradiciones, que se
vaciaban inexorablemente, cayendo en un circulo vicioso de vacío demográfico,
subeducación, falta de sostenibilidad y recursos y condena a la desaparición. Y
con ella toda su vasta riqueza.
El proyecto
solo pretendía aprovechar los momentos de fiesta o cultura, ya insertos en su
memoria colectiva, en momentos de encuentro y creación, en momentos de orgullo
colectivo. En situaciones culturales que en nada hagan envidiar la frenética
actividad de las ciudades, única, y a veces inaccesible, referencia cultural ya
para muchos pueblos.
Cuenta
Carol que un día la fue a ver el representante vecinal de un pueblo riojano del
Valle de Ocón. Con fondos europeos el pueblo había restaurado un viejo molino
harinero, y para la inauguración precisaban diez minutos de teatro, foto y
listo. Carol no se arredró, y le explicó que si quería inauguración, su
propuesta era más grande, excitante y comunitaria. Al final se impuso Carol,
claro. Un grupo de vecinos crearon títeres de seis metros, los gigantes de la
cabeza de El Quijote. El día indicado los títeres se elevaron desde las
ventanas del molino, ante el asombro de seiscientas personas. Hoy los títeres
están en posesión del pueblo, y desde entonces, las iniciativas comunes han
crecido en aquel pequeño valle.
Este
verano, Espiral realizó un experimento con todo un pueblo, “El Tren que nunca
existió”, en torno a una vía de tren que pretende reivindicar las vías verdes y
su valor cultural y social. Antes fueron “Las Ranas de Aristófanes”, una nueva
versión del clásico con las gentes del pueblo de Inestrillas. Y antes... Y
siempre empleando el teatro como una actividad democrática, como una dinámica
que nos permite descubrir la motivación humana y fortalecer el compromiso
social. Verdades que incluso las administraciones educativas han descubierto y
que inspiran una nueva política que busca democratizar la cultura española,
revisando los modelos de creación, difusión y exhibición escénica intentando
descubrir formas nuevas de involucrara la sociedad en el proceso creativo, más
allá del mero mercado escénico.
Es un
camino complejo pero vital, que esta maravillosa mujer, envuelta en melancolía,
ya ha iniciado. Sigue caminando Carol, que te seguimos.
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