sábado, 22 de noviembre de 2008

Jaque a la reina



Suele contar Feliciano Martieri, un venerable escritor uruguayo de inmaculado juicio, que la critica es precisa en la vida humana, pues mucho antes que dañar y corregir a su destinatario nos desnuda y expone a una reflexión imprescindible sobre nosotros mismos, los que la ejercemos.

Estos días, los ecos de las páginas de Pilar Urbano sobre la reina de España, han recorrido el mundo, hasta tal punto que la prensa uruguaya ha vencido su tradicional aversión hacia España, para ayudar, un poco más, a la lapidación de Sofía. Lo sorprendente es que uno no puede imaginarse a nadie con tan mala baba, como para urdir tan ruin regalo de cumpleaños a quien, eso dice Pilar, es una mujer admirable con la que la unen confidencias y admiración. Menos mal que no la odia.
Evidente resulta que Pilar Urbano ha utilizado de manera intencionada una exposición privada de ideas y sentimientos de la entrevistada. Ideas y sentimientos que, quizá, hubieran no trascendido, al menos tanto, si no hubiera mediado la avaricia de quien hace años, años, y me refiero a Pila Urbano, se encuentra en un discretísimo segundo plano, del que ha querido salir explicando en rueda de prensa todos los detalles de su obra, para estar bien segura de que no pasarían desapercibidos. Todo ello en el momento en el que el foco de estos estaba colocado sobre la monarca, tanto por su aniversario, como por la celebración de la cumbre iberoamericana, de la que ella y su marido eran protagonistas por muchas razones, las secuelas del porque no te callas entre ellas.
Si bien es cierto que Pilar Urbano ha carecido en esta situación de finura, la reina no se ha quedado atrás en cuanto pericia y experiencia, pues al fiarse de una periodista y confiar en que esta distinguiría lo privado de lo público, ha actuado con más candidez que una becaria y, desde luego, a mucha distancia de la habilidad que su experiencia cabria concluir.
Capítulo a parte es el comportamiento de la casa real, y más concretamente de sus servicios de prensa y asesoría, donde el veterano José Cabrera, secretario de la reina y la secretaria de este, Susana Cortazar, han demostrado una escasa capacidad para gestionar la situación. Primero no calibrando las consecuencias del libro en su gestación, después en una supervisión ramplona del manuscrito que Planeta envió a Zarzuela para su visto bueno (si es que es cierto que tal manuscrito coincidía con el original, cosa que esta por ver), y posteriormente en la manera de enfriar la polémica, máxime en estas circunstancias.
Circunstancias muy poco propicias para una institución que ha pasado de un anonimato bíblico, a convertirse en carnaza de la prensa rosa y objetivo de la izquierda republicana. En ese “Totum revolutum” en que Rodríguez Zapatero ha convertido la política interna española, la monarquía ha pasado de ser garantía de estabilidad y símbolo del nuevo estado democrático a tema preferente entre quienes aspiran a refundar España, aunque nadie sabe bajo que supuestos, para lo que la monarquía sobra.
En esas circunstancias, Pilar, una opusina conservadora y monárquica ha aparecido como el ángel guardián de Anguita, y Sofía como una jubilada californiana, de vuelta de todo y a quien poco importa nada. Ni la avariciosa traición de una, ni la suficiencia de la otra son adecuadas para el país.

Pero, al margen de las circunstancias concretas del acontecimiento, un problema mayor subyace en todo este pleito. ¿De que se puede hablar hoy en España?. Y aun más preocupante. ¿Qué criterios, opiniones y valores no se pueden mostrar?. Pocos países occidentales, salvo Estados Unidos han desarrollado una autocensura y una limitación a la libre expresión tan grande como España en los últimos diez años. Es una censura cultural y social, no legal, cuya trasgresión no provoca un castigo (salvo que llames ladrón a algún famoso), sino un rechazo social que te mancha de forma vergonzante.
Se pueda admirar a cierto director de cine, pero no a otros, independientemente de la obra concreta que hayan alumbrado. Se puede criticar a personas de cierta orientación sexual, pero no a las que han optado por otra, como si la historia pudiera vengarse dando bandazos. Se pueden sacar las vergüenzas de este, pero no es correcto de aquel. Y en ese contexto cultural, el de lo “políticamente correcto”, desentona la entrevista de la reina. No es prudente que un jefe de estado hable sobre temas sujetos al debate político, se posicione sobre asuntos que organizan la vida de las personas o la limitan, o valore aspectos básicos de la vida ciudadana, de manera que pueda condicionar las leyes o soliviantar a sus detractores. Cierto. Tanto como que eso es moneda común en otros estados desarrollados, monárquicos (la Bélgica de Balduino y Alberto) o republicanos (El Israel de Herzog o la Italia de Pertino o Consiga). No es ese por tanto el debate. Sino que la reina ha expuesto, a titulo personal, no institucional, su parecer, no descalificante sobre asuntos que bien podría haber callado, pero sobre los que ni ha pontificado, ni ha criticado. Junto a verdades evidentes, como que Bush ha sido un desastre que ha conducido al mundo a un abismo militar, político y económico, o que Aznar ha perdido el norte, Sofía ha expuesto convicciones intimas que comparten muchos españoles, pero que no condicionan a nadie, ni fortalecen a nadie, como su rechazo al maltrato animal, su apoyo a las uniones homosexuales, pero sin que esto sea calificado de matrimonio o la constación del hecho diferencial entre hombres y mujeres.

Más la prensa internacional que la española han puesto el grito en el cielo aduciendo que la reina se ha hecho el harakiri, rompiendo la neutralidad de la institución (Clarín de Buenos Aires) o que la reina ha desnivelado el equilibrio social en asuntos que dividen a la sociedad desde hace décadas (La Republica de Roma). Lo que ha hecho es mostrar sus sentimientos libremente, osando contradecir el pensamiento único que una parte de la intelectualidad ha impuesto en España. Y es que hay cosas de las que esta bien visto ser, y de otras no. Y, como diría Martieri, lo mismo ya es hora de que la misma laxitud que tenemos para admitir las tonterías de los famosos y las memeces de los políticos, la tengamos para la sensatez de quienes tienen la altura moral de la que carecen sus críticos.



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