No son
buenos tiempos para procesiones y muestras externas de fervor y pasión. Son
tiempos acaso más propicios para el disfrute y el hedonismo, para la
autocomplacencia y el descarado ensimismamiento, ese que nos aleja a cada paso
de los demás.
Es cierto que
procesiones y demás rituales propios de la estación se encuentran en claro
ascenso, hasta provocar el sonrojante y encendido enfrentamiento entre quienes,
por más que se escudan en las tradiciones e irracionales miradas al pasado,
niegan al acceso a estas muestras religioso-culturales-festivas a grupos como
las mujeres o los inmigrantes, y los que soplan libertad en este mundo de la
fe.
Pero las
procesiones de hoy, son otra cosa. Bajo el barniz del sentimiento y la fe, esta
la cultura. Aséptica y laica, el arte y el reclamo turístico, forjador de un
negocio que cae como mana en cada región española. Ahora de la mano del sol,
ahora de una carrera de coches, ahora de una ristra de capirotes. Y llegara el
día que se contraten extras, como ahora de contratan costaleros, en algunas
ciudades. Y es que el sufrimiento, la muerte, el bien encarnado y lacerado,
choca con una sociedad educada por la publicidad y la educación en el
positivismo infantil e inconsciente, en los cuerpos Danone y las caras limpias
y desgranadas. Y si uno no cumple esos cánones, pues nada, a la tele, que te lo
arreglan gratis, a cambio de un poco de share, y un mucho de vergüenza ajena. Porque
si de verdad viviéramos y entendiéramos la pasión de Cristo, mas haríamos para
reducir las colas que cada día se montan frente a los comedores de caritas. Mas
haríamos para ayudar a Dios a clausurar tanta guerra que nos desangra, y más
tesón pondríamos para, con una sonrisa en la boca y una cruz bien grande en la
frente, demostrar que somos cristianos, ante tanta infamia y tanta ominosidad
como a cada instante topamos.
Y que
conste, que hoy no vengo a hablar ni de José Luís, ni de Candido, ni de
Alfredo, ni de Joan, ni de Mariano, ni siquiera de Federico. Así que veremos
estos días las calles llenas, y las iglesias medio vacías. Las procesiones
repletas, entre un alud de flhases, y los silencios hermosos de las oraciones,
aun más mudos, por mas que las bocas no los elevaran a Dios pidiendo por esta
tierra que se muere de sed de justicia, mientras en medio de tanta casa rural y
tanto resort, los hospitales seguirán llenos, las cárceles repletas, las
cunetas con cadáveres, y las calles vascas con miedos.
Un Dios
raro el nuestro, que presencio impasible el horroroso tormento de su hijo
mayor, para salvar a esta prole de putativos en que nos hemos convertido, y que
andado el tiempo debe presenciar como su pueblo siembra el horror humano tras
cada esquina o dinamita su propia casa. Porque en los días, en que un bello
madero nos enseña el camino de la libertad, en nuestra propia casa deberemos
seguir oyendo el ruido de sables y el desconcierto de quienes deben
ejemplificar nuestros pasos. Calle ante la reprimenda del Papa al teólogo de
los pobres Jon Sobrino. Pero en estos días en que, aun mas que a diario, Dios
nos pide un compromiso con el perdón, la beligerancia a favor de la justicia, y
la entrega a los mas desfavorecidos, no puedo aceptar de buen grado la
situación de la parroquia de Entrevias en Madrid. Por más que en primera
persona la conozco. En medio de la afrenta que suponen hechos como el final de
Endesa o el principio de la nueva HB, el arzobispado de Madrid, a instancias de
Roma, decide cerrar una parroquia de la capital, una casa de Dios, donde
reciben acogida y esperanza muchos marginados, por los hombres, que no por el
señor. Y hablo de la parroquia de San Carlos Borromeo, en el barrio
madrileño-vallecano de Entrevías. Una decisión tan escandalosa y desconcertante
que ha llevado a sus tres sacerdotes, y a sus feligreses, a asumir el gravísimo
acto de desobediencia de negarse al cierre y disolución de esta comunidad
cristiana, según ha ordenado monseñor Antonio Rouco Varela.
El motivo
de esta decisión no es otro que haberse atrevido a extender el mensaje
evangélico en estado puro. O dicho de otro modo, anteponer el amor al prójimo y
la lucha pasional por la justicia, bajo el sentido de Cristo, a los formalismos
litúrgicos. Es cierto, los curas de Entrevias no son oyentes de la COPE , no han ido a ninguna
manifestación de los sábados y no llevan sotana. Pero han sembrado esperanza,
han atraído al mensaje de Cristo a decenas de jóvenes, han luchado contra la
droga, han fomentado la educación, han sacado a mujeres de las sombras de la
calle y han mostrado a Dios a muchos corazones de ese pozo que es el Madrid que
queda mas allá de la calle Serrano y los túneles de la M 30.
Ajeno al
poder la jerarquía eclesiástica y critico con el poder político, de la casa de la Villa o de la Moncloa , la Semana de Pasión, ha sacado
a la luz “un cristianismo muy vivo y muy comprometido con el mensaje de Cristo,
mensaje de amor, de tolerancia, de misericordia, un cristianismo con el que
somos muchos los que comulgamos”, como recientemente ha expuesto Pedro Calvo
Hernando. Son días de playa y caravana, días de procesiones turísticas y religión
de cartón piedra, Pero entre tanto ruido, Dios sigue vivo y muchos le
esperamos, con el corazón abierto, y la mirada en Entrevias.
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