Busco en estos días de miedo y revancha, huir, deambulando
por un dial correoso en que un coro desafinado de voces combinan ébola con
cualquier pensamiento, por impulsivo, ruín, desacertado o insensible que sea.
En medio de la paranoia colectiva, el ajuste político de cuentas y el afán de
protagonismo de los más mediocres, un tema de conversación ha sido el de los
que trabajan en la sanidad española, un tema recurrente en los medios y las
conversaciones estos días. A veces envuelto en sarracín lenguaje, a veces con
admiración contenida. Nunca con la justicia del pago de la deuda social que
para con ellos tenemos.
Un ejemplo nos enamora cada día en Madrid, y se llama SUMMA.
Una obra compleja, pero de una humanidad desatada, nacida en 1967 de la mano de
Simón Viñals (el que pasó de heroe a villano en el Madrid Arena) que perfiló su
obra en una tesis doctoral, que solo conseguiría cuajar treinta y cuatro años
después, cuando Álvarez del Manzano , llegado a la alcaldía, la echo a andar.
Eso es paciencia.
Pero la obra ya esta en marcha. Hoy el SUMMA (el SAMUR de
siempre) moviliza cada día a más de 600 personas y 1.500 voluntarios, ha
desarrollado ya más de 100.000 activaciones y se emplea a fondo, más de 300
veces cada día. Un servicio público que ha despertado la envidia de complejos
institucionales como el ayuntamiento de Nueva York, o que se ha adelantado en
el tiempo y la efectividad a estados como el francés. Desde su llegada a
nuestras vidas, la mortalidad entre los afectados por tráficos se ha reducido
en nuestra comunidad en un 50%, y la esperanza de vida de los ingresos en
estado crítico en los hospitales de la comunidad ha aumentado en un 75%. Y ello
pese a sus vacilantes principios, en los que muchos médicos ponían medios de su
cuenta particular, y tiempo del que les prestaban sus familias. Tiempos en los que
era necesario acudir a los bancos para medicalizar una ambulancia. Tiempos en
los que pese a ello los equipos del SUMMA imponían medios desconocidos en
Europa, como los ecógrafos portátiles, o protocolos revolucionarios, como aquel
que recogía 1.500 preguntas tópicas de una emergencia. En ingles, porque la
vida no tiene color ni lenguaje, solo el amor del que la salva.
Fueron los tiempos, y han seguido siendo, de Alfredo,
salvado de las garras de un ictus, de Rubén, que creyó ver a la parca en el
fondo de una piscina, de Donatila, que dejo de oír su corazón a las puertas de
los 82, de Miriam, arrancada de las fauces de un metro, y un loco furtivo, de
Przemyslaw , a quien un puñal quiso arrancar el alma, que una mano del SAMUR le
devolvió, de…. Son tantas vidas, son tantos riesgos, son tantas gracias, son
tantos gestos de humanidad.
Más allá de un trabajo, el SAMUR se ha convertido en la
sombra de la vida en Madrid. Una sombra penumbrosa, y como todas, pisada o
arrostrada tras cada esquina. Pocos recuerdan hoy las críticas levantadas
contra ellos, cuando se iniciaron los simulacros de emergencias. “Despilfarros
banales” se dijo, poco antes de que aquel entreno permitiese pulir esa ajustada
maquinaria humana, que tantas vidas y tantos corazones salvo el 11 de marzo de
2004. Y pocos recuerdan las voces que desde el propio SUMMA se alzaron tras
aquel día infame, contra si mismos, señalando sus “faltas”, sus “errores”, sus
impotencias, en una ejercicio de autocrítica insólito en un país en el que,
como en ninguno, se despacha la culpa como montada en un AVE. Pero no es casual
tanta decencia, y tanta humanidad, son médicos, son enfermeras, sosn técnicos,
son ángeles.
Hoy su historia sigue, sus anhelos se acrecientan y su
dedicación nos redime como sociedad, de una moral pendular, que, por momentos,
nos aleja de nuestro lado humano. Presumen no de si mismos, sino del apoyo de
sus conciudadanos, que dicen, les han convertido en un ejemplo mundial de
servicio de urgencias extrahospitalarias. No es cierto, la virtud esta en
ellos, no en nosotros.
Y no es bastante, no para ellos, se sienten frágiles,
arañan con las yemas de sus dedos cada vida, dejándose el alma para
arrebatársela a Hades. El servicio se ha volcado en una revolución técnica
constante, aumentando continuamente el esfuerzo necesario para el reciclaje
continuo de su inmenso capital humano, creando secciones dedicadas a la
investigación, acudiendo a foros y congresos, o aumentando, desde la
administración pública hasta el Colegio de médicos, las dotaciones de becas
formativas e investigadoras. Y se ha volcado hacia la sociedad, en su trabajo,
en la formación y preparación de otros servicios médicos, o en la atención
generosa a quienes, por lejana que sea su tierra y desteñida su bandera, han
precisado de su ayuda.
No hace mucho, en un congreso de servicios mundiales de
urgencias, un afamado médico asistente contaba a un grupo de colegas y de legos
como yo, envuelto en una mirada de sana envidia, que él no podía presumir de
ser un SAMUR, un privilegio reservado solo para los mejores. Un halago menor,
si se compara con la admiración desprendida para con ellos en medio mundo.
Hace tiempo conocí a un hombre encantador, sensato,
inteligente y apuesto. De esos que no inyectan humanidad por las venas, sino
que te hacen calar el amor por la vida y quien la guarece hasta los huesos.
Pero tanta maravilla en un hombre no es casual, es medico, es un SAMUR.
Que pena que en nuestro país, un soplo de viento sea
suficiente para cuestionar todo, llamar mentirosos a todos y mirar de reojo a
todos. Ponte bien pronto Teresa, que necesitamos a gente como tu, ángeles que
llevan guantes
Imagen reporterosjerez.org
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