Bajo un sol
tímido, y entre el frío que el mar nos trae estos días, Montevideo ha estado
esta tarde agitada, entre los preparativos del estreno de la celeste y el
trasiego político previo a las elecciones presidenciales, esta semana
protagonizadas por las noticias del Frente Amplio de Tavaré Vázquez.
Montevideo
se mueve y se renueva, en las casas se ensayan los gritos de guerra para el
partido del día siguiente contra Costa
Rica, los hinchas saturan las webs con sus comentarios hacia el rival y sobre
las marrullerias de Brasil. Al tiempo, unas pocas decenas de españoles abrazában
el rojo en Melilla.
Melilla es
un pequeño barrio de la parte alta de Montevideo, donde la Casa de Galicia ejerce de
nostálgica estación de trenes cargados de recuerdos. Hoy, los aventureros, los
desterrados y los Sancho sin Barataria que añoran España, se han acurrucado en
silencio, casi de forma reverencial y litúrgica, ante una televisión que les
acercaba a casa. La mayoría desconocen el noble arte del balompié pero, aun
así, han empujado a Costa, han gritado a Iniesta, han sentido impotencia con
Ramos, han notado el dolor de Xabi y han consolado a Iker, arrodillado ante el
gesto de venganza de Robben.
Podía
contaros la sensación de asombro cuando Silva no acertó a romper el arco.
Podría contaros angustia ante cada fallo de la defensa. Podría contaros los
fantasmas que nos envolvían como aquel día ante Suiza, los recuerdos agrios de
tiempos que parecían ya superados, aquellos de Corea 2002, Inglaterra’96 o México’86.
Podía contaros la impotencia de ver a Iker como un sonámbulo, la tristeza ante
cada cabalgada holandesa. Podría contaros la pesadumbre ante el cuerpo
vapuleado de un campeón herido.
Pero eso ya
lo habéis visto vosotros. Lo que no habéis visto es como cada día, el lugar de
encuentro de los españoles de Plata, es la cita de sus disputas, de sus
desencuentros y de sus rifirrafes por Rajoy, por Euskadi, o por el Rey. Lo que
no habéis visto es como cada día, al caer la tarde, unos cafés son testigos de
cuanto les separa absurdamente y, como hoy, de tanto como les une.
En el fondo
estoy convencido que los símbolos son precisos, imprescindible para la
socialización de los seres humanos, para la creación de un pueblo. La
pertenencia a un proyecto común, la identificación con algo que mira hacia
nosotros, para impulsarse hacia adelante se antoja, desde el principio de los
tiempos, como la única manera de sobrevivir todo un colectivo humano. Nadal,
Alonso, Gasol, solo son nombres de chicos que luchan para ellos, que ganan para
ellos y enriquecen, en noble lid, sus vidas. Pero les amamos, porque con ellos
ganamos pequeñas ilusiones que nos hacen afrontar los grandes retos de nuestras
vidas, nos hacen sentir orgullo de lo que somos y que, aunque algunos lo pretenden
inconscientemente, no podemos dejar de ser. Hoy, por algo tan simple como un
juego, nos hemos sentido tristes, no por ser yo, sino por ser nosotros, y hemos
llorado, y vibrado y saltado, mientras medio Uruguay les miraba con
desconcierto, porque unas pocas decenas, se reivindicaban como españoles, mal
que les pese a algunos.
Tengo la
sensación de que 23 gladiadores han apostado hoy el alma por mí. Más allá de
primas y prebendas han luchado por mí, por todos aquellos que esparcidos por el
mundo, o alojados en esta tierra, buscamos desorientados una disculpa para
volver a ser uno, para devolvernos el orgullo que dolorosamente escondemos de
ser españoles.
En esa
pequeña Euskadi con acento meloso que es Montevideo, poblada de vascos, cada uno
en su exilio, hoy la roja les ha unido, aunque sea en su desgracia, les ha
recordado lo que son, les ha recordado que pueden convivir y construir un
futuro juntos. Que son españoles, y que tenemos una historia detrás que mostrar
con orgullo. Que cuando construimos, lo hacemos como genios, y que cuando
caemos lo hacemos mirando hacia arriba, y con la vista puesta en nuestros
sueños.
Esta semana
el país seguirá discutiendo sus diferencias, intentando, como de costumbre,
desbaratar todo y construir poco. Segregando y separando como tantas veces. Allí,
en Montevideo, un grupo de españoles esperaran a que llegue el miércoles para
ver levantarse a Casillas como un símbolo de que el camino sigue, y con
nosotros, si estamos juntos.
Imagen
elmundo.es
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