Fue un
segundo antes. Solo un segundo tuvo este hombre para ver el rostro de la muerte
y luego sentirla. La escena ocurría en Bangui, la capital Centroafricana hace
tres días. Un aterrado fotógrafo de AFP presenciaba como un hombre arrebataba
la vida a otro, con todo el odio del que era capaz. Quizá un hombre desconocido
hasta entonces. Quizá un hombre con el que no mediaba ningún conflicto, salvo
que era distinto. Lo terrible de la escena no es, sin embargo, la muerte, ni la
violencia salvaje que muestra, ni la cara sonriente de quienes presencian un
linchamiento como un juego, si no su carácter cotidiano. Decenas de actos como
este se viven cada día en la República Centroafricana ,
en Nigeria, en Mali y en decenas de países de un continente en descenso libre
hasta un estado salvaje, carente de toda brizna de humanidad.
Masas de
seres humanos sometidos al gregarismo y a sus instintos, acabando con todo y
destruyendo la vida de miles de inocentes, encerrados, como este hombre
asesinado, en una cárcel de hambre, indignidad y violencia.
Esta
semana, en una vuelta de tuerca más, dos unidades del MISCA, la fuerza de la Unión Africana para
la estabilización de la República Centroafricana , se enfrentaban entre
ellas, en medio de una misión de rastreo para localizar a dos cooperantes
europeos desaparecidos. Es otra vuelta de tuerca porque el hecho rebela que la
cesión del control por parte de las fuerzas francesas que dicen defender la paz
en el Sahel está condenada al fracaso al ceder el mando a unidades militares de
países enfrentados entre si, con tropas mal dotadas y entrenadas y con una
motivación y ética dudosa. La tensión entre quienes deberían poner paz en el
país pone en riesgo a miles de inocentes. “Si la situación se complica y las
amenazas arrecian, la intensidad de nuestro trabajo, o este mismo, estarían en
peligro”, indicaba una cooperante europea esta semana. O lo que es lo mismo, si
la situación empeora para los cooperantes, cada vez con menos protección, estos
se irán, y los africanos también, pero de este mundo.
La noticia
se ha sabido al tiempo que las agencias de noticias revelaban otro dato
esclarecedor, las necesidades estimadas por la FAO para afrontar el fin de año y asistir a los
3,7 millones de personas amenazadas de muerte por hambre, solo es la mitad del
dinero gastado por el grupo Santander en bonos o primas para sus directivos
este año, por solo citar a una gran empresa, o menos del valor de un nuevo
campo de fútbol del mundial de Brasil, por poner otro ejemplo.
Darle
vueltas a las causas e insistir en los problemas de fondo no se si llevará a
algún sitio. Sabemos que esta gente, y otras millones desperdigados por el
mundo, mueren por un mercado especulativo que ha hecho disparar los precios de
los alimentos en destino, mientras se mal paga a los productores. Sabemos que
el crecimiento de economías emergentes, como China o Brasil, ha desorbitado la
demanda de carne, un bien alimenticio proporcional a la renta de la gente, por
lo que multinacionales y gobiernos sin escrúpulos están incrementando el uso de
tierras para la producción de carne y, sobre todo, piensos, en detrimento de
una producción agrícola, ya muy castigada por la falta de inversiones, de
tecnología y por el cambio climático. Sabemos que los estados subsaharianos no
controlan sus territorios, y la disputa por el agua, las minas o las zonas de
cultivo se ha convertido en una guerra de todos contra todos, de la que la República Centroafricana
es solo una muestra.
Sabemos que
las potencias mundiales dejaron caer al infierno en 2001 al gobierno de Bangui,
tras un sangriento golpe de estado, que pretendía acabar con la corrupta
presidencia de Patasse, y que poco han hecho desde entonces por crear un
estado, capaz de imponer orden, prestar servicios y ayudar a sus ciudadanos.
Por menos se ha intervenido en Libia o Irak. Aquí tan solo se ha mandado a un
grupo mal nutrido de tropas africanas, y se ha hecho la vista gorda con la
intervención de los intereses de los países vecinos, prestos a rapiñar al más
débil en su propio interés.
Sabemos que
la actitud de los países ricos es tan blanda y su incapacidad para reunirse y
tomar medidas efectivas, comprobables y reales es tan baja, que la única
esperanza para esa gente son los voluntarios, las ONG, y cuatro institutos
gubernamentales como FAO o ACNUR, que cada vez que se reúnen, se gastan una
pasta en meriendas y desayunos en Ginebra o Nueva York, en conferencias
diseñadas para la galería.
¿Y
nosotros?. Podemos colaborar dando donativos o haciéndonos socios de cualquier
ONG, y es un paso, y grande, pero no es suficiente dar una dádiva una vez al
año. Es preciso difundir lo que pasa, es preciso dar voz a los que sufren, es
preciso machacar día y noche las conciencias de nuestros compatriotas hasta
enervarlos. Es preciso asumir una responsabilidad social en las empresas, y
exigir, como cliente o como accionista, una actitud comprometida, especialmente
en las grandes empresas alimentarias que explotan los recursos de esas zonas,
para que nosotros tengamos café, algodón o gambas baratas. Y debemos presionar
a nuestros gobiernos, hasta la extenuación, para que sepan que el contrato que
firmamos con ellos cada vez que votamos, incluye, en letra grande, una cláusula
de buenas prácticas solidarias y de compromiso con el planeta y su gente.
Y si no
estas dispuesto a hacer algo tan simple como que se oiga tu voz, y prescindir
de dos cafés, mira bien esta foto, porque será la última vez que veas a ese
hombre aterrado, cuando mires a otro lado, habrá muerto, y el sacrificio de tantos
voluntarios no habrá valido para nada. Y el de este hombre, tampoco.
Imagen ABC
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