“Lo que no
se cuenta, no existe”. Ni el odio, ni el amor, ni la luz, ni la oscuridad, ni
la alegría, ni el asombro. Ni siquiera el dolor. Por eso los periodistas ponen
sus ojos y su voz para mostrarnos el mundo cada día, y hoy, y sin que sirva de
precedente, se han sacado una foto a ellos mismos, para denunciar que sin
fotógrafos, no veríamos nada.
Coincidiendo
con el Día Mundial de la
Libertad de Prensa, la organización “Reporteros sin Fronteras
ha dado a conocer una lista de cien periodistas y blogueros, comprometidos con
la verdad, cuyo esfuerzo ha permitido que las víctimas de los abusos
trascienden del mundo de las sombras, convirtiéndose en modelos de quienes
luchan por la libertad, como ha explicado el secretario de la organización
Christophe Deloire.
No se ha
conseguido un listado riguroso y estricto en jerarquía, por cuanto el heroísmo
y el compromiso son virtudes difíciles de medir, pero si nos ofrece una
fotografía certera de esa nebulosa de reporteros que se han convertido en la
ventana que nos muestra el infierno y espuela nuestras conciencias.
Entre los
“héroes de la información” se cuentan el español Gorka Landáburu, atacado por
ETA por denunciar la violencia nacionalista en Euskadi, y que tras perder un
ojo y varios dedos, y ver mutilado su cuerpo, espetó a sus agresores, ante un
tribunal, ”No me habéis cortado la lengua, seguiré informando”.
Junto a él,
desde el veinteañero camboyano Oudom Tat, al septuagenario paquistaní Muhammed
Ziauddin; la escritora Anabel Hernández, incansable en su denuncia de la
complicidada de la política mejicana con los cárteles; el periodista turco,
Ismail Saymaz, incansable flagelador de los islamistas; Hassan Ruvakuki, el
informador que ha pasado 15 meses en Burundi por entrevistar a los rebeldes;
Glenn Greenwald y Laura Poitras, dos ciudadanos que desvelaron los métodos de
vigilancia electrónica masiva de los servicios secretos británicos y
estadounidenses oel irani Jila Bani, siempre bajo la amenaza de las autoridades
de su país.
Este último
marca la pauta del perfil de la mayoría, el valor, el sacrificio y la
superación del miedo. Ejemplos hay muchos en esta lista, cien exactamente. El
católico vietnamita Le Ngoc Thanh; el fustigador de la mafia siciliana Lirio
Abbate; el presentador malayo Peter John Jaban, que ha acabado exiliado, el
chechenio Israpil Shovkhalov, amenazado de muerte por denunciar las violaciones
rusas de los derechos humanos, lo mismo que el uzbeco Muhammad Bekzhanov,
torturado hasta casi morir por los servicios de seguridad de su país. Y así historias
en sesenta y cinco países de hombres y mujeres que habitualmente no vemos, y
que en muchas ocasiones se pudren en las cárceles o en silenciosos secuestros
solamente por haber cumplido con la labor de contar la realidad.
En ese
sentido, este año ha sido especialmente duro. Medio centenar de periodistas
muertos en “servicio”, 150 periodistas y 70 ciberdisidentes encarcelados y una
veintena secuestrados por bandas y grupos rebeldes en varios países del mundo
(y de eso sabemos mucho en España)
Datos que
son solo una muestra de hombres y mujeres afanados sin miedo ni pausa por
defender y extender, no solo la verdad, sino unos valores cívicos innatos al
ser humano, y a veces desaparecidos en medio de la perversidad, y de la
ignorancia. Seres humanos que se resisten a la tendencia de un mundo que hace
bandera de la tecnología de la información, y en el que cada vez hay más miedo
a escuchar la verdad, porque eso nos obliga a actuar, y en ocasiones tenemos
miedo, y en otras exceso de comodidad.
Pero frente
a las imágenes que surgen para defender la libertad y la verdad, aquella por la
que hay gente que muere, en ese pequeño reservorio de modernidad, placidez,
desarrollo y civilización, en que nos creemos que vivimos, afloran de continuo
actitudes que refinadamente, pervierten la naturaleza humana que esos hombres
se empeñan en defender.
Ciertos
sectores que se autoproclaman ciudadanos se escandalizaban estos días por la
condena de la
Audiencia Nacional al rapero Pablo Hasel, un angelito que se
dedica a escribir canciones en las que desean la muerte a las personas, atacan
a su dignidad, maldicen a ciudadanos y describen la crueldad imprimida en la
piel de la gente.
Pero él y
sus seguidores no consideran malvado exaltar en las redes sociales a ETA,
Grapo, Terra Lliure o Al Qaeda. Menos mal que su criterio no ha coincidido con
el de los magistrados Alfonso Guevara, Guillermo Ruiz Polanco y Antonio Díaz
Delgado, que han considerado que la creación y la expresión no son compatibles
con la educación en el odio, y que frases como
“¡Merece
que explote el coche de Patxi López!”, “quienes manejan los hilos merecen mil
kilos de amonal” o “pienso en balas que nucas de jueces nazis alcancen”, no son
ideas propias de un ser humano.
Pero quizá
la cárcel no sea la solución más adecuada para este ciudadano. Posiblemente
hubiera sido más educativo enviar a Pablo a Méjico, donde hace unos días,
miembros de Reporteros sin Fronteras y la Asociación Mundial
de Periódicos y editores de Noticias
demandaban al presidente francés, François Hollande, de visita en el
país, acciones decididas ante “la preocupante situación de la libertad de
información” en territorio mejicano, dado el compromiso histórico de Francia
con la libertad, como tantos países de la Europa Occidental.
Pero el tema no se circunscribe a Méjico. Y en todas partes donde los
informadores son perseguidos, las necesidades son las mismas: reformar los
sistemas judiciales para luchar contra la impunidad, garantizar una protección
real de los periodistas, emprender investigaciones profundas e imparciales
sobre los asesinatos, las amenazas y los ataques a los informadores, reforzar
los medios con que cuentan las fiscalías y reforzar los mecanismos para la
protección de periodistas y de defensores de los derechos humanos, con el fin
de establecer medidas de protección eficaces, cuya aplicación sea obligatoria
para todas las autoridades.
Leyendo las
letras de Pablo he recordado el asesinato hace un año del periodista mejicano
Alberto López Bello, por denunciar a las mafias. Y también me ha venido a la
mente la figura de Robert Ménard, el fundador de Reporteros sin Fronteras,
elegido alcalde de Beziers con los votos del xenófobo Frente Nacional.
Contradicciones,
habituales en nuestra civilización. Quien lea las letras de Pablo, seguro que
piensa “Algo habrán hecho” esos a los que él denuncia y señala con su voz
asesina. Es lo mismo que piensan los genocidas y mafiosos de medio mundo, esos
a los que denuncian los reporteros para ayudar a quienes luchan y mueren por la
verdad. Periodistas, moribundos en vida en mil cárceles perdidas, en mil
infiernos ocultos, de mil sombras que se ciernen sobre la gente sencilla del
mundo. Pero aunque yo no os lo cuente, seguro que la mayoría sabéis que
amenazar, desear el dolor ajeno, perseguir a quien dice aquí la verdad y
aplaudir a quien con violencia se ensaña en su prójimo, no les parece a algunos
delitos. Curioso país donde callar la verdad es prudente y suplantar la
libertad con violencia es licito. Curioso país que alaba a quienes lejos, muy
lejos, la arbitrariedad calla su boca, y defiende a quien con una canción, una
difamación o un comentario lleno de odio en una red social, mata conciencias y
vidas, que con un ladrido o una canción nos hace esclavos del miedo.
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noticias de Méjico. La información.com, reporteros sin fronteras
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