Que importa
una mirada perdida, cuando se ha perdido la vida. Que importa estar rodeada de
gente, cuando la traición te siega el alma. En el centro Dolores, un nombre que
es un desafío al destino en estos días, a su alrededor curiosos, micrófonos,
sombras, y tan solo un llanto. Podría ser un drama más. Y efectivamente lo es.
Un desahucio, una vida detenida, una lacerante violencia, una masa de quejas,
la soledad de un anciana y el asombro de quien no da crédito a la voracidad del
hombre sobre sus semejantes. Todo como siempre, salvo que en esta ocasión no
hay un banco. Tan solo dos hijos y una madre. Y detrás un ex marido vengativo,
que hay muchas formar de violentar el género.
Un hilo de
voz era lo único que le quedaba a Lola tras esta foto, mientras imploraba, por
misericordia, que no la echase la policía de su casa. De nada han valido las
ocho mil firmas de vecinos, ni el apoyo de las plataformas de indignados y
desahuciados. En España la ley se cumple, al menos a ratos, y este no ha sido
uno.
La desgracia
de Lola, sin embargo, había empezado mucho antes, el día en que se casó y, más
aun, aquel maldito día en que parió dos víboras.
En 1998
Lola, harta de una vida desdibujada y un marido déspota, consiguió el divorcio,
sin percatarse que sus hijos, cómplices de su señor padre, nunca la perdonarían
haber tenido tan poco aguante.
Como tantas
mujeres españolas, siempre a la vera de un marido que controlaba todo, la
separación dejó sola a una mujer poco autónoma.
Sin medios
de vida, los problemas de Lola crecieron tanto que perdió su casa. A punto de
quedar bajo las estrellas su vida encontró refugio en una vieja casa familiar,
en la calle Santiago de Motril, de la que ella poseía una parte, y el resto sus
hermanos.
Agobiada
por su penuria, Lola cometió la torpeza de renunciar a su parte en la
propiedad, a cambio de la aceptación por parte de los demás dueños, a cambio
del usufructo de la totalidad de la casa, de habitarla para siempre, y ella
solo.
Pero la
propiedad debía ser muy golosa, o el deseo de venganza de sus dos hijos mayores
muy grande. Pronto empezaron los movimientos para comprar el total de la
propiedad, por parte de una empresa de la localidad Ferjoma autotiendas.
¿Qué tiene
que ver con sus hijos?, que estos son parte de esa cadena, pero una parte muy
grande, con gerencia incluida. En medio de esa jugada, Fernando, el mayor de
los hijos de Lola, se había ofrecido a realizar las gestiones necesarias para
conseguir una pensión no contributiva o alguna ayuda pública para aquella
mujer. ¿Quién en dificultades va a desconfiar de un hijo?. Pues Lola tampoco.
Aunque está
en estudio en la mesa de un juez, todo apunta a que entre aquellos papeles que
la mujer firmó para solicitar la ayuda, iba escondido un contrato de alquiler
con Ferjoma, del que ella nunca tuvo conciencia. El final os le podéis
imaginar. Pasados los meses, Ferjoma (Fernando y su hermano, los hijos de Lola)
reclamó la ejecución del contrato por impago.
De nada
sirvieron las explicaciones de Lola, el apoyo de una tercera hija, la pequeña,
o el apoyo de vecinos y plataformas. La ley es inflexible. Y el marido tenaz. Y
lo digo porque todo indica que la connivencia de los hijos, dueños de Ferjoma y
el ex marido, es la causa de toda esta vergonzosa historia.
Ahora a
Lola la han “lanzado”, tecnicismo que significa que la han echado a la p…
calle, siguiendo las ordenes del ilustre juzgado 3 de Motril.
Las
valoraciones morales del hecho me las reservo, aunque dudo que haya alguna
religión, cultura, civilización o doctrina que pueda justificar actitud tan
ruin con una madre.
Pero hay
otras cuestiones menos subjetivas que si son dignas de reflexión. No parece que
la crisis inmobiliaria que nos sacudió desde el inicio de la crisis este
superada, al menos en sus aspectos morales. Con la connivencia de una
legislación poco social, creada a mayor gloria del sistema financiero, y un
sistema judicial limitadísimo, al menos en lo material, hoy sigue siendo
posible desalojar de su casa a quien no tiene nada. O dicho de otra forma, los
derechos de las personas, los fundamentales, están por debajo, supeditadas, por
debajo en jerarquía a los económicos, los de propiedad y ganancia.
No es la
única lección de la historia de Lola. Los mecanismos de protección de las
personas más débiles, de aquellos que poseen una formación más limitada y un
conocimiento sigue siendo, en una democracia “avanzada” como la nuestra, muy
pobres. Todavía resuenen las palabras del ex de CajaMadrid, Miguel Blesa,
cuando le espetaba a un juez que los jubilados y preferentistas sabían lo que
firmaban, porque no eran analfabetos. Hay muchas formas de analfabetismo, sobre
todo cuando los poderes de un país crean leyes, jergas y sistemas de espaldas a
la nación, en su desconocimiento, a sus espaldas, para que nadie lo sepa ni
entienda.
Queda un
aspecto esencial en esta historia. ¿Qué fue de aquel acuerdo de los dos grandes
partidos para evitar más desahucios?. ¿Que fue de aquel espíritu que surgió
tras el sucedió de una mujer en Baracaldo?.
De los
hijos no hablo, porque no quiero dar a entender que su madre es una prostituta.
imagen el
ideal de Granada
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