Ha sido interesante oír esta mañana Mariano Rajoy en Onda Cero, aunque sea para mantener la tradición y no decir. O decir lo de siempre, que al caso es lo mismo.
Ha sido interesante como lo será averiguar, algún día, porque Onda Cero y, en especial, Carlos Herrera, son los entrevistadores oficiales de Moncloa. Alguna vez hemos defendido la necesidad que tiene el gobierno de explicarse, de irradiar un poco de esperanza entre tanto sacrificio. Igual de necesario puede ser el hacer participes a más medios de ese esfuerzo por explicar la necesidad de colectiva de comprensión del porque y el para que de tanto sacrificio.
Por la tarde, tras la marejada de un día que nos ha dejado sin aliento, un siempre acertado Carlos Alsina, ha puesto al descubierto una de las más grandes tristezas de este gobierno y de las democracias actuales, la de ser democracias. Me explico, tal como lo plantea Rajoy, hoy en día cualquiera puede ser gobernante, solo hace falta tener una cierta dosis de estoicismo, para vivir en la amargura y la tristeza permanente, sin rechistar. ¿Por que lo digo?. Rajoy siempre dice que hace lo que no quiere, eso es resignación, y que siempre hace lo único que puede hacer, eso es reconocer que cualquier tonto puede sentarse en el banco azul.
Han pasado los tiempos en los que los gobernantes representaban la voluntad irredenta de un pueblo. En que los políticos significaban la ilusión y la imaginación en el poder. Ya no son tiempos en los que los administradores públicos se conviertan en líderes, y dirijan a sus pueblos por caminos nuevos, para el progreso y la modernización. Hoy, y ese es el triste reconocimiento de Mariano, los gobernantes son tristes contables que se limitan a poner en práctica lo que el destino manda. “Es lo que toca hacer”, insiste Mariano, al tiempo que indica con sus acciones que eso, “lo que toca hacer”, es una melodía distinta cada día. Porque, puestos a analizar comportamientos, palabras y silencios, el problema del gobierno actual no es que mienta, que eso lo ha reconocido esta mañana Mariano. El problema no es que se desdiga cada día. Es que cada día desconoce en que deberá mentir mañana y de que se deberá desdecir pasado. Salvo que haya instrucciones claras, claro.
Nadie se ha atrevido a dar un paso decisivo en el problema bancario que arrastramos desde que Zapatero dijo que íbamos a jugar la Champions. Un visionario el amigo Zapatero. Pero ha sido venir el director del Banco Central Europeo, y el ministro de economía alemán. Uno a Barcelona y el otro a Santiago, y ponerse el gobierno manos a la obra. Y ha hecho tanta obra que ha avisado de dar un buen tajazo al moribundo sistema de cajas (o como quiera que se llame ahora) español, ha descubierto las mataduras de Bankia, ha avisado de cierre a las finanzas valencianas y ha ajustado cuentas con Rodrigo Rato, un hombre más duro que el pan de Carrefour y más odiado que un Vietcong en Menphis.
La maniobra en Bankia, que de sobra sabia Mariano cuando habló por la mañana en Onda Cero no sabemos si es el pistoletazo de salida de una necesaria (y con dinero público) de un plan de saneamiento en serio de las cajas, pero si un ejemplo de la chapucería gubernamental en un mercado financiero en el que tiene poco margen de maniobra. Que Rato proponga a Goirigolzarri como sucesor en Bankia es un escándalo. Es un escándalo porque este hombre es un pensionista millonario a costa de todos, que luego hemos metido dinero en el BBVA que le paga la pensión. Es un escándalo porque deja claro el poder de los accionistas en los nombramientos corporativos. Y es un escándalo porque revela el escaso criterio del gobierno, que actúa en cada banco o caja como le viene en gana, como esta tarde denunciaba el ex presidente de la CAM, Modesto Crespo.
De todas formas, resulta gracioso ver como un presidente de gobierno habla en tercera persona cuando se refiere a las cajas (esas cajas que son gobernadas por políticos, ayuntamientos y comunidades) o a gobiernos autónomos que pueden ser intervenidos por su endeudamiento y sus terribles intereses (esos gobiernos que son de su propio partido). También cojea de ese pie el PSOE y los sindicatos, pensará algún lector. Pues eso es lo triste, que no hay mucha alternativa.
Hay tan poca alternativa, y deberíamos tomar nota, que, como en los años 30, la democracia empieza a perder terreno a manos de filo nazis como en Grecia, o extremistas como en Holanda, Austria o Francia.
Antes, al menos, podíamos decir aquello tan cinematográfico de “siempre nos quedará Paris”. Aunque, viendo el triste semblante de Holland, ni eso podemos. Un caso curioso el de este hombre. Un administrativo gris, votado por eliminación, hecho de recortes de personalidad de otros tantos líderes, en cuya lacónica figura ha depositado Europa, la democrática Europa, la esperanza de que alguien le pare los pies a Merkel, la zarina que la democrática Europa nunca eligió.
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