La semana pasada un grupo de amigos nos hemos ido a Ordizia a saborear zizas. Las primeras de la temporada. Teniendo en cuenta que las habíamos visto en los puestos de Hernani a 150 euros el kilo, y que en la zona de Ordizia el único bar que permite degustar esta sabrosa variedad de setas es el Pottoka, os podéis imaginar por cuanto nos salió la broma, y cuanto ganan recolectores como Patxi Aierbe. La cosa trae causa de un invierno en que todos los dioses parecen haberse puesto en nuestra contra. El viento es frío, el aire seco y el sol esquivo. Así que la seta es escasa y, a veces, incluso en exceso amarga. Pero sobre todo viene cara. Tan cara como la coliflor, masacrada por las heladas, y el verdel, alejado de las bogas por corrientes alteradas y los huevos, que no se elevan por la ira de los hados, sino por el errática inteligencia de los hombres.
En lo que llevamos de año muchas zonas de España han visto elevarse el precio del nonato de la gallina en casi un 50%, alcanzando el clase “M”, el más vendido en el país, los 1,40 €, 1,30 el pequeño y hasta 1,60 los “L”. Eso por no hablar de los potolos, que cotizan 2,30 o los camperos, que ya han roto la barrera de los 3 €.
Según la prensa, siempre tan presta al reduccionismo más simplista y los titulares mancos, nos enfrentamos a un problema con los huevos fruto de una nueva normativa europea sobre bienestar animal que, tras entrar en vigor el 1 de enero de este año, obliga a incrementar el espacio en granja dedicado a los plumíferos, debiéndose garantizar un mínimo de 750 centímetros cuadrados por gallina, a fin de que tenga los huevos más cómodamente.
Ciertamente deberíamos ponernos la mano en el corazón, y no más abajo, y reconocer que el uso industrial de los animales no debería estar exento de ética. Y que las condiciones en que viven los distintos vertebrados que amamantan nuestra vida cotidiana no pasarían, en la mayoría de casos, un mínimo examen de conciencia ni, a veces, de sanidad. Casi el que estén apilados y sin posibilidad de moverse es lo de menos. Porque el tipo de alimentación que se les proporciona, la alteración de sus ciclos biológicos, la agresión química que sufren a diario y las condiciones sanitarias de vida y muerte deberían obligarnos a una severa reflexión. Pero no solo por la salud de nuestra alma, que también, sino por la de nuestro cuerpo, que así le tenemos.
Pero dicho eso, y tras el simplismo de que suben los huevos por culpa de los europeos, esos insensibles burócratas que nos tocan sin miramientos aquellos, hay otros interrogantes que no he sido capaz de resolver. Esta semana, al hilo de esta situación, diversas organizaciones ganaderas, como UAGA o COAG, y administraciones como la catalana, reclamaban ayudas para afrontar las inversiones necesarias para acomodarse a la norma y paliar el problema. Un sencillo paseo por la red desvela, sin investigar mucho, que en España hay hasta exceso de normas protectoras antes de la directiva actual, desde el convenio 123, de marzo de 1986, ratificado en septiembre de 1989 y en vigor desde 1991. Desde entonces se han aprobado 4 resoluciones, 2 recomendaciones y 3 directivas europeas, al margen de cuatro protocolos. Leyes casi todas de similar contenido, que afectan tanto a animales de uso industrial, invertebrados y animales de investigación. De hecho, y según datos de la Comisión , España es uno de los 4 países que ha recibido más subvenciones para la adaptación de su mercado agropecuario en este ámbito. Subvenciones, algo era ello, administradas y aplicadas por las comunidades autónomas.
¿Donde está ese dinero?. ¿Por que las asociaciones profesionales toman conciencia en marzo de 2012 de una norma en vigor desde 1991?. Y aun peor, ¿como es posible que ante una normativa que afecta a la densidad de animales en las explotaciones, y que obliga a reducir la oferta, disparando el precio, este disminuya en los broilers (los pollos de consumo) en el conjunto de los 27, incluida España?. O bien todo el mundo se adaptó a las nuevas exigencias, menos España, que ahora debe afrontar en poco tiempo lo que otros han hecho en un proceso calmado y asumible, o bien las distorsiones del mercado vienen marcadas por la llegada o no de productos extranjeros. En el primer caso, que se hayan hecho las cosas mal es comprensible, dado que hay más tontos que botellines (como dice Carlos Herrera). En el segundo, que alguien me explique porque el segundo productor europeo de huevos tiene que importar, al tiempo que cierra explotaciones. Y ya de paso, por que traemos broilers y huevos de China y Argentina, por ejemplo, lugares donde la sanidad animal es un chiste. ¿Acaso nuestro empeño en proteger los derechos animales es exigible a unja granja de Vitoria y no lo es a una de Chile?. ¿Estamos buscando el bienestar animal o solo fastidiar a los gallineros de Europa?. En todo caso, y sazonando un poco el tema con una pizca de demagogia, resulta sonrojante tanto empeño en mejorar las condiciones de vida de nuestros animales, aumentando sus cubiles, al tiempo de echamos de sus casas a decenas de familias desahuciadas. Que pena que los bancos no tengan la misma sensibilidad que el Ministerio de Agricultura. Y es que hasta los huevos suben, mientras la política social sigue en deflación.
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