Entre los
olivos del Ática griega, en las colinas que dominan Atenas, vivió, en tiempos
antiguos, un artero bandido llamado Procusto.
Su
despiadado odio por cuanto difería de lo que el había dado en considerar modelo
le conducía a actuar de forma despiadada y irracional contra todo lo que era
distinto, acaso como resultado de su propia inseguridad.
El caso es
que Procusto, también llamado Dámastes, vivía junto a su amada en una yerma
posada, en el lomo de una colina. Cuando un visitante solitario se acercaba a
sus predios, el torvo posadero lo seducía con su amable verbo y sus gestos
elegantes, invitándole a reposar sus cansados huesos, tumbado desnudo sobre un
catre de hierro. Si el incauto huésped resultaba alto, Procusto reducía la cama
previamente y procedía a serrar sus huesos hasta acomodarlos al lecho. Si por
el contrario, su altura no satisfacía los ideales de nuestro anfitrión le hacia
tumbar en una cama más larga, dejando así en evidencia su corta altura, en la
que le maniataba y descoyuntaba a martillazos hasta estirarle. El caso es que a
la mirada de Procusto, nada ni nadie resultaba nunca coincidente con sus
ideales, pues nuestro protagonista manipulaba la cama a voluntad, antes de la
llegada de sus victimas.
Las
andanzas de Procusto, y su miserable actitud rindieron cuentas a la historia,
cuando el héroe Teseo, decidido a imponer justicia y sensatez en aquel reino,
se dejo seducir por el malvado, y al entrar en la posada, y tras una brillante
maniobra, logro atar a Dámastes, cortándole a continuación la cabeza y los pies
a hachazos. Dicen que fue la última aventura de Teseo, que en viaje desde
Trecen a Atenas, decidió desviar su ruta a fin de liberar a los hombres.
La historia
refleja tan certeramente los mecanismos más elementales del comportamiento
humano, que hace treinta años, George Lucas, el autor de uno de los tratados
más veraces y profundos sobre el alma humana y sus pasiones (la guerra de las
galaxias), tomaría a Procusto como fiel molde de la manipulación, la
intolerancia y el desorden, que reflejaba su emperador sith, la amenaza
fantasma sobre la humanidad. Hoy Procusto ha vuelto, ha regresado de los
lejanos planetas del imperio sith, y se acerca a Ferraz.
Muchas
veces le he dado vueltas a una frase de un amigo, que suele decir, incluso a
los alumnos que le quieren escuchar, que no tiene claro si la escuela española
no será, en el fondo, como el lecho de Procusto, en el que, en lugar de
acomodar las enseñanzas (eso que pomposamente llaman el currículo) a los
alumnos, se acomoda a las personas a un currículum único y homogeneizador. Ese
ataque tan frontal a la concepción más elemental de la diversidad en la
enseñanza (¿se han fijado que nunca un médico atiende a 25 pacientes a la vez,
y a todos por igual, y si lo debe hacer un maestro?), es más patente aun, si
cabe, en el mundo de la política. Pero con un añadido, el del engaño.
Desde su
llegada al poder, José Luís Rodríguez Zapatero, el actual presidente español, actuó
sin sonrojo bajo la máxima de atender a cada uno según sus necesidades y
convertir a España en un ente colaborativo, no en el escenario de una
competición, pues, son sus palabras, “¿Sería justo organizar una carrera en la
que participase un cojo, un enfermo con tendinitis en el quinto metatarsiano,
un atleta, un corredor con una bola de hierro atada al pie, otro con el pie
sujeto a una estaca…? Sería una grave injusticia comparar los resultados y
atribuirlos al mérito exclusivo del esfuerzo de cada uno.” Las palabras no son
suyas, pero él las pronuncio, sin cortarse un pelo, en un mitin en Bilbao,
antes de las últimas elecciones.
El problema
es que esa filosofía ha estado empañada en los últimos años por la carencia
total de medios para llevarla a cabo, de personas y cuadros con preparación
para aplicarla (Solbes, Magdalena, Aido, Trujillo, Guindos, Mendez de Vigo), de
un plan estratégico que colocara cada pieza en el lugar adecuado para alcanzar
objetivos comunes y a largo plazo y , sobre todo, con una voluntad de engaño,
palpable en cada día de estos seis perdidos años para la historia española y
una tendencia feroz a serrar los huesos del que opina en contra del poder.
Arrancábamos
aquel periodo con una situación pintoresca. Todo el arco parlamentario era
gobierno y un partido era oposición. Fue el primer motor de la era de
Rodríguez, el aislamiento y aniquilamiento del enemigo. Una máxima luego
visible con vascos y catalanes. A medida que la partida avanzaba, quien no está
con el gobierno está contra él.
Es justo reconocer en este sentido, la increíble habilidad del presidente para
enzarzar a sus enemigos, aislarlos, y volcar a sus huestes contra ellos,
azuzadas por energías que parecían olvidadas. Así, hemos visto estos años como
se rescataba del imaginario común la amenaza de la iglesia, el golpismo, la
guerra civil, Aznar, el papel de los nacionalismos en la republica, esta misma
o el aborto. Y según los tiempos políticos lo demandaban, Blanco, de la Vega o Pajin, los pretorianos
del líder manejaban estos o aquellos como convenía, a fin de que el país, tanto
mirar a los lados, no mirara lo que se le venia de frente.
Cuando ya
estabamos, hace 10 años, en plena sospecha de la crisis que se nos venia
encima, el gobierno decidió no asumir el reto de afrontar profundas reformas en
la base organizativa de la sociedad española (reformas estructurales se llama),
en aspectos tales como la educación profesional y universitaria, el
bachillerato, el sistema aeroportuario, la fiscalidad de los autónomos, las
líneas de crédito, la gestión del suelo, la contratación de inmigrantes, la
energía nuclear, la investigación básica o la política de aguas, por citar
algo.
No, no se
tocó, porque no había crisis, admitirla era atacar el ego del presidente, más
pendiente de gestos como hacer ministerios inservibles (Aido).
Todo quedó
en una ronda aireada con todas las autonomías sobre el nuevo sistema de financiación
que, curiosamente, acabó con el aplauso unánime de los citados, enamorados de
la capacidad de atención a la diversidad del presidente. Algo impensable si
tenemos en cuenta que los recursos son limitados, que la vida se basa en elegir
y que en aquella ronda todo el mundo obtuvo lo que quiso. Hoy, diez años después
el nuevo sistema es repudiado por todos.
Un problema
menor, comparado con que la minorías nacionalistas se han visto engañadas tras
el incumplimiento de las promesas de todo tipo hechas por Zp y Mariano, y la
perdida de sus cuotas de poder, a medida que la legislatura avanzaba. Hasta el
punto de que los dos grandes partidos nacionalistas, piezas clave en la
transición política, en el caso catalán con mucha responsabilidad, se
encuentran ninguneados por el gobierno y con un cabreo encima que nos va a
costar muy caro.
Un error estratégico monumental que puede
dejar paralizado al país, ante la falta de mayorías (como estamos viendo) y
mutilarle.
¿Y que hace
un gobierno cuando el país entra la senda del hundimiento del empleo, la renta,
la paz social y la estabilidad política?. Pues enseñar a la gente un trapo
rojo, como a un toro despistado en mitad de la calle de la Estafeta , para que siga
al pastor hasta la plaza, y allí degollarle.
Primero el
trapo fue el PP. No vamos a negar que se lo gana a pulso. Luego abrir fosas por
medio país, en una operación de restitución de la memoria y la dignidad de
nuestros conciudadanos imprescindible por justa, pero innecesaria en su teatralidad,
que solo ha contribuido, pasada la publicidad y el nodo, para crear más
frustración entre quienes quisieron ver en aquello, el fin de una pesadilla.
Luego nos hemos gastado un dinero que no tenemos en quitar placas de calles y
estatuas de Franco. Después en reabrir una ley de aborto que no soluciona nada
más que abrir otro frente, el de la libertad jurídica de los jóvenes de 16
años, y que no afronta ninguna política preventiva en una juventud condenada al
paro, el botellón y Bolonia. En medio capitales despilfarrados en un plan
faraónico de obras municipales inservibles a largo plazo, justo en un país en
el que el núcleo central de los alcaldes, o son analfabetos, y por tanto
manejables, o son unos ladrones, en lugar de establecer una ley de bases que
ponga orden en el poder local.
En sus últimos
años el gobierno, como en los mejores tiempos del rojismo romántico y anti
yankee decidió sacar las tropas españolas de una misión de paz en la que
estaban comprometidas. Y todo para enarbolar la bandera del pacifismo, de la
vuelta a casa y del engaño. Lo malo es que esa vez se coló. Se le olvido
decírselo a los embajadores, a los mandos, al parlamento y a los aliados. Que
ya es olvidar. El gobierno volvió a demostrar palpablemente una falta total de
planificación, identidad y fidelidad a la palabra dada. Una muestra más de una
política impulsiva, caótica y carente de compromiso. Que por algo dicen aquí en
América, que la España
de hoy se debate entre los países inclasificables y los de difícil
clasificación.
Pero mientras
José Luís seguía la política Chavista de gestos que enamoran, con ese aire
dulce y aniñado que adoran las gentes sencillas de corazón, fáciles de
embaucar.
Por eso, ahora
que ha resucitado de sus cenizas en el consejo de estado para rescatar a
Susana, su heredera ideológica, que a nadie extrañe que en los próximos y duros
meses, intelectuales, plataformas de apoyo y gentes de buena voluntad, apoyan a
quien creen un místico inspirador de un nuevo mundo, un héroe capaz de cerrar
el paso a la malvada derecha, un pacifista capaz de aunar y armonizar pueblos y
civilizaciones. Cuando solo es para todos una amenaza Susana. Una amenaza en la
sombra, fantasma.
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