lunes, 26 de diciembre de 2011

El faisán era Aguirre



No se porque los españoles somos tan griegos, tan afectados siempre en nuestros juicios por un exacerbado optimismo o una depresiva tendencia trágica. Esta semana, la del 23F, los fastos han sido para recordarnos cuanto nos queremos, cuan libres somos, cuantos logros conseguimos juntos, cuanto debemos a nuestros héroes (en esa enigmática elegía de Bono a Suárez) ... y cuanta porquería mantenemos bajo la alfombra, y para estar.


A diferencia de las repúblicas sudamericanas, nadie ha pedido en España responsabilidades por los crímenes de la dictadura de Franco, ni a este, ni a sus cómplices civiles y militares necesarios. Y quizá la venganza no sea buena, pero el olvido de las victimas tampoco. La singularidad de como se cerró el proceso del 23F, con unos pocos apestados, que por ahí andan a su antojo, es otro ejemplo de esa mala memoria histórica, y el caso faisán el más reciente.
Llama la atención en este último caso, como una historia aparentemente sencilla queda enredada por el interés político, entendido este como el afán de algunos partidos de desvirtuar la verdad, para así favorecer intereses de poder, en este caso el interés del PP por socavar el poder del gobierno socialista.
Esta larga y ácida discusión que mantienen PP y PSOE sobre el chivatazo a ETA está provocando un peligroso cuestionamiento de las fuerzas de orden público, enfrentadas cada vez más por la versión de los hechos, como las contradicciones entre policía y guardia civil han demostrado. El debate genera, además, un minado muy peligroso de la política de unidad anti terrorista, cuando esta sobre la mesa el espinoso tema de la legalización de Sortu, y con él de la izquierda abertzale, poniendo en peligro la ayuda del PNV, un partido clave en la solución del problema vasco. Si, porque el problema del Bar Faisán no es ETA, es el PNV, y a él protege Rubalcaba, no a ETA.

El partido Popular, que irresponsablemente esta agitando este tema, sabe suficientemente, porque en su etapa de gobierno tocó las mismas teclas, que en la primavera del 2006 (cuando se produce este hecho) ETA había iniciado con su tregua, uno de los tres pasos necesarios para acabar con la violencia y la falta de convivencia en Euskadi.
Esos tres pasos implican primero el fin de las acciones de lucha armada (atentados y kale borroka), después la paralización de sus actividades (entrenamientos, logística, provisión de armas y extorsión) y finalmente su disolución (quedando este paso a expensas de decisiones políticas del gobierno y el parlamento, que deberían decidir, llegados a este punto, si permitir la integración de los miembros de la banda en las vías políticas democráticas o exigir el cumplimiento de penas y responsabilidades criminales).
El gobierno sabia, y así informó a la oposición, de la necesidad de consolidar la tregua, para afrontar en un plazo de tiempo razonable el segundo paso. Mientras tanto, el gobierno mantenía su actividad policial (que coordinaba el comisario de la central José Cabanillas), sus actividades de información y el desmantelamiento de grupos, y ETA sus actividades de financiación, que se basaban principalmente en el mal llamado “impuesto revolucionario” (y es que pese a la tregua, ETA, que no preveía el desenlace del proceso, mantenía vivo todo su aparato, y esta era la única y macabra forma de financiarlo).


Cuatro personas actuaron en aquellos meses de 2006 en las tareas de intermediación y contacto, dos a cargo del gobierno, una de la izquierda abertzale y una del PNV, Gorka Aguirre, siendo el teatro de operaciones Irún, ciudad fronteriza, y autentico Berlín de estos años de terror, llena de espías y contra espías. Y dentro de Irún el Bar Faisán, donde su dueño, Joseba Elosua, actuaba impunemente de correo, casi siempre enlazando con el etarra “Pelo Blanco” .
Aguirre (ya fallecido) desempeñaba en esta historia un papel clave. Hombre experto y respetado en el PNV y en la izquierda independentista, era sobrino del ex lehendakari José Antonio Aguirre, yerno del ex consejero nacionalista Luis María Retolaza y miembro del EBB, el comité que dirige el PNV. Economista discreto, culto, responsable y concienzudo, había ayudado a Juan Ajuriaguerra a recomponer el partido en el exilio tras las persecuciones franquistas, colocándole en 1976, en disposición de asumir responsabilidades en el País Vasco. Aguirre siempre negó su papel de intermediador, pero su puesto de responsable de las relaciones internacionales del PNV, le habían abierto muchas vías de dialogo con la izquierda abertzale, ya desde los tiempos del franquismo, y, en mayor o menor medida, era interlocutor con ese mundo.
La misión de Aguirre en aquellos meses de tregua, difícil y esencial, era controlar a las ETAs y vigilar los intereses del empresariado vasco. Las ETAs si. De un lado, Aguirre intermediaba ante la ETA oficial para reducir el peso de las extorsiones, llevar la carga de algunas negociaciones y proteger el mayor número de aterrorizados, frenando la violencia de la banda. De otro, la banda se sentía preocupada por una creciente disidencia interna ante el proceso de paz, lo que llevaba a que grupos de incontrolados cobrasen por su cuenta el impuesto revolucionario y boicotearan el proceso. Aguirre intentaba esclarecer que extorsiones eran de ETA y cuales no, ayudando a las victimas, avisando a la banda e intentando ordenar aquel cruel juego de los pistoleros.

En medio de esta surrealista situación, la unidad de información que dirige el comisario Carlos Germán detecta el 4 de mayo de 2006 conversaciones entre Joseba Elosua, Aguirre y Pelo Blanco, en las que estos dos último concretan la entrega en el bar del primero, de 9 botellas de vino (9 millones de euros, en el argot), procedentes de las extorsiones. Las sospechas se confirman por las escuchas realizadas a Pelo Blanco, cuyo coche tiene una baliza y varias chicharras, colocadas por la policía.
Ante las evidencias, la policía decide intervenir para detenerles con las manos en la masa, con lo que podrían haber desmantelado el aparato de cobros de ETA. Sin embargo, policía y guardia civil se enfrentan, los segundos no quieren intervenir en el Bar Faisán en esa entrega, para seguir el dinero y coger al receptor final, a la cabeza de la banda. De otro, Cabanillas, superior de Germán, da la alerta a interior, que esta en plena negociación, por las consecuencias que pudieran tener las detenciones, pero no las de los etarras, que también, si no la de Aguirre. Si este cae, el PNV sacará las uñas, y las consecuencias políticas serán impredecibles. Estamos, además, a seis días de una importante reunión en Moncloa, entre José Luís Rodríguez Zapatero y el presidente peneuvista Josu Jon Imaz. La detención solo serviría para dinamitar las conversaciones multilaterales para lograr una paz viable.
Dos días antes de la operación, ambos jefes policiales se reúnen con el juez del caso. Este asunto le lleva el juzgado central número 5 de la Audiencia Nacional, pero su titular no esta (Baltasar Garzón), siendo sustituido por Fernando Grande-Marlaska. El juez vasco esta apunto de autorizar la operación, cuando Garzón, que pudiera haber sido requerido por interior para mediar, llama a Marlaska. Ambos jueces han negado que tal conversación existiera, pero Carlos Germán no solo asegura que se produjo, si no que fue en su presencia, y entre frases como “lo siento, pero si el comisario me lo pide, yo voy para adelante”, dicha por Marlaska, según los testigos. En todo caso, la conversación no ha sido probada, ni admitida por sus protagonistas.
Ante la imposibilidad de detener la operación, todo apunta a que interior, como las pruebas telefónicas demuestran, decide abortarla por la vía pendenciera, el chivatazo. El resto ya lo sabeis.
En todo caso, la operación Urogallo, la que pretendía desmantelar el aparato de cobro de extorsiones, no fracasó, pues meses después toda la red caería, pero Aguirre no sería detenido. Seria investigado y se llegaría a estudiar por el juez una fianza, pero nunca llegó a ser procesado, ni la tuvo que pagar.
El gobierno no protegía a ETA, ni el chivatazo la beneficiaba. Pero el retraso de la operación evitaba un encontronazo suicida con el nacionalismo moderado, evitaba acabar con un dirigente nacionalista con muchos servicios a la paz a sus espaldas. Y eso Rajoy lo sabe.


Debemos aceptar que la paz tiene muchos caminos, dentro de la justicia, aunque estén fuera de la legalidad, y debemos convenir que debemos saberlos, y afrontar sus consecuencias, en las fosas de Franco, y en los bares de Irún. Parafraseando a Juan Marsé, mientras no resolvamos nuestro pasado, no resolveremos nuestro futuro.



Imagen de El País

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