Los premios
Príncipe de Asturias han reconocido este año la obra literaria de Ismail
Kadaré, uno de los más impactante y creativos escritores europeos del siglo XX.
Nacido en la localidad sur albanesa de Gjirokaster en 1936, Kadaré ha
convertido su obra y su vida en uno de los más desgarradores alegatos conocidos
contra el totalitarismo, el fanatismo y la violación de los derechos humanos.
Nacido en el seno de una familia de cierta formación, siendo sus padres
trabajadores estatales, su vida quedó desde sus inicios marcada por la barbarie
y la opresión. Con tres años se convirtió en testigo de la segunda Guerra
Mundial, quedando su tierra sometida, sucesivamente, a la violencia de los
invasores italianos, griegos, fascistas albanesas, alemanes y al final de la
propia resistencia albanesa anti fascista. La “liberación” posterior, en este
caso de manos rusas, permitió al joven Kadaré iniciar estudios de letras en la
universidad de Tirana, que luego concluiría en el Instituto Gorki de Moscú,
donde entraría en contacto con lo más granado de la intelectualidad, critica y
creativa de la cultura soviética.
Habían
pasado quince años desde la guerra, y un Kadaré idealista y formado regresa a
Albania, justo en el momento en que su país ha cortado relaciones con Moscu, y
el régimen extremista y comunista de Enver Hoxa inicia un aislamiento total del
país, en la búsqueda de una pureza que acabará sumiendo al país en el averno y
el genocidio. En estos años, el autor trabaja como periodista para algunas
publicaciones literarias, al tiempo que cultiva su creación poética.
Pero será
la narrativa la que llame la atención de la crítica y la cultura nacional. La
novela “El general del ejército muerto”, salta las fronteras albanesas
descubriendo a Europa a un autor de gran talento y compromiso. Desde entonces,
su obra literaria (El palacio de los sueños, El monstruo, Abril roto, El año
negro, Los tambores de la lluvia, Spiritus -una novela esotérica-, La pirámide,
El cortejo nupcial helado en la nieve, Tres cantos fúnebres por Kosovo -un
libro esencial para comprender la tortuosa y dramática historia balcánica- o El
firman de la ceguera, le ha encumbrado a la consideración de uno de los mejores
escritores europeos de la historia, hasta hacer de él un clásico con amplia
obra narrativa, poética y ensayística, en la que habitan más de treinta
títulos, engalanados con múltiples premios y reconocimientos, y traducidos a
más de cuarenta idiomas.
Novelas
casi todas ellas inspiradas en leyendas, tradiciones o la propia historia real
albanesa, aunque siempre con un vínculo conceptual con la dura vida de su
pueblo en el siglo XX.
Pero el
merito de Kadaré no solo es artístico, sino que radica en que el autor logró
escribir, publicar y desarrollar su actividad disidente, contraria al régimen
de extremismo marxista de Hoxa, bajo el gobierno del dictador albanes, un caso
excepcional entre la intelectualidad de la Europa ocupada por los regimenes comunistas.
Excepcional hasta el punto que su gran calidad literaria y su disidencia contra
los totalitarismos marxistas le convertirían, al mismo tiempo, en el símbolo de
la oposición a esos totalitarismo y en admirado representante de su país ante
el mundo.
Hoy el
creador que ha dedicado su vida a luchar con palabras contra los que la
destruyen, vive autoexiliado en Francia, aunque regresa periódicamente a
Tirana, manteniendo ante el mundo su orgullo de albanés.
Siempre
candidato al Nobel, y nunca reconocido por él, Kadaré, símbolo político de la Europa del Este que sigue
ambicionando ser libre, defiende, sin embargo la preeminencia de su labor
literaria, frente a la política. «Lo fundamental siempre es la obra, pero a los
escritores del Este no nos causa ninguna impresión que siempre vinculen
nuestros libros con la denuncia política. Y creo que la literatura no debe
hacer sociología, no tiene necesariamente que dar explicaciones. La literatura
es una máquina que funciona con libertad o sin ella; la dictadura es pasajera,
la literatura es eterna», contaba en Oviedo hace una semana.
Su obra y
sus personajes son testigos del salvajismo fascista, de la paranoia y el hedor
kafkiano de las dictaduras estalinistas, de la esperanza surgida tras la caída
del muro de Berlín, y de la frustración de ese cambio que, en algunos casos,
poca libertad, poca dignidad y poco bienestar ha traído a la Europa del Este. Entre esas
frustraciones el autor no ha ocultado nunca la que emana de su relación con
España. Vinculada Albania efímeramente al reino de Navarra en la Edad Media , su cultura
quedó reflejada en el siglo de oro español, hasta el punto de que España
aparece latente y presente en las canciones y las tradiciones albanesas, no
menos que Albania en el teatro clásico español de la época, en el que Lope o
Calderón la citan o ensalzan al héroe nacional albanés, Skanderberg. El vínculo
vino también de la mano de la casa de Austria, casa real española que desde sus
dominios en Austria lideraría la guerra contra el turco en la Edad Moderna , una
guerra que fue nacional y épica en Albania, y que les costó a los albaneses un
exterminio. Aquella leve vinculación histórica quedo arrasada por la dictadura
comunista. Y hoy sepultada, dice Ismail, por, la actitud española. Mucho de
ello tiene que ver con el abandono por el ejercito español de su misión pacificadora
el la región serbo albanesa de Kosovo, con la falta de atención hacia aquel
país, lejano en nuestra memoria, del Instituto Cervantes, o con la falta de
apoyo de la España
europeísta hacia la causa albanesa. Pero ni eso, ni su islamización han alejado
del todo a los dos estados, o eso ha creído entender Kadaré al verse en Oviedo,
en el suelo del que nació España, y del que quizá ahora nazca una nueva unión.
Pero eso es
política, y sobre ella y su maridaje con la literatura Kadaré no se hace muchas
ilusiones. Él y su obra, ambos, se basan en el compromiso, pero él es
consciente de que la literatura no puede cambiar el mundo. Crea conciencias,
despierta sentimientos dormidos, pone énfasis en lo que parece oculto y da
sentido a la humanidad, pero esta solo la cambian los hombres.
Bajo esas
premisas, quizá sea “Los tambores de la lluvia” una de las novelas que mejor
representan el espíritu de Kadaré. Una novela histórica ambientada en la Albania del siglo XV, que
refleja el acoso otomano contra las poblaciones albanesas. Una guerra de
conquista y saqueo, en la que Albania luchaba por su supervivencia, bajo el
caudillaje de Jorge Kastriota. Uno de esos episodios, el largo asedio a la
fortaleza del héroe, solo salvada por la llegada del húmedo invierno balcánico,
nos acerca a la vida de un pueblo sometido en toda su historia al dolor, la
crueldad y la muerte, siempre expuesto al acecho de sus enemigos.
Con iguales
fines se teje “Frías flores de marzo”, su última obra en español que relata la
transición de Albania, desde la caída del estalinismo de Hoxa, de manera
irónica y dramática. Y lo hace desde las tradiciones y leyendas de su país,
apoyándose en ellas para relatar un nuevo choque entre dos mundos, el que
lentamente desaparece entre estertores, y el que llegada y arrastra a Albania
desde la moderna Europa. Y ello envuelto en paños de tragedia griega, con
tintes oníricos y mueca que deja la decepción de haber vivido tantas angostas
aventuras para, al final haber andado tan poco. Es, como toda su obra, una
novela plena de reflexiones sobre el miedo humano al cambio, sobre el vértigo
del amor, trama sobre la que se sostiene esta meditación.
Os
recomendamos, para finalizar, una pareja de relatos imprescindibles de Kadaré.
La hija de Agamenón y El sucesor. Dos novelas cortas, separadas entre si por
más de veinte años y que, sin embargo, han sido publicadas al mismo tiempo. Dos
piezas que parecen independientemente, pero que se conciben como
complementarias pese a su distancia temporal. Ambas son obras de intriga, ambas
pergeñadas de humor y gran poesía. Ambas sostenidas sobre una historia real
ligada a la historia albana, pero empleadas como una gigantesca metáfora
colectiva. Ambas una nueva reflexión sobre las dictaduras, la opresión del
hombre y la irracionalidad. Ambas una denuncia orwelliana de ese mito, ya
presente en nuestras vidas, del gran hermano supremo, que nos condiciona,
dirige, manipula y oprime.
Imagen Edmundo.es
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