Para nuestra desgracia no es nuevo. Una magnífica película
de Alan Parker de 1988 (Arde Mississippi) ponía en las palabras de Chris
Gerolmo y en las miradas de Gene Hackman y Willem Dafoe todo el odio y la amargura
de la población afroamericana, en la América de los años 60.
La muerte de George Floyd ha ocurrido en un día, pero el
discurso del odio es cotidiano. Y no hace falta irse a la América de Trump, con
un vistazo a nuestras Cortes ya tienes para vomitar un mes.
Unos meses antes, de la muerte de Floyd, palabras como fusiles
salían de la Dove Outreach Center, la iglesia Pentecostal del reverendo Terry
Jones en Gainesville, Florida, uno de los muchos acérrimos seguidores de las teorías
wasp y las barbaridades consentidas de Donald Trump.
Y todo porque este apacible reverendo, pistola al cinto, ha
movilizado a sus cincuenta feligreses para volver quemar un día de estos un
número indeterminado de libros del Coran, al tiempo que monta un “Call Center”
dedicado a llamar, uno por uno, a los musulmanes, transexuales, negros, gays y
progresistas provocadores.
El escándalo, en medio de las continuas protestas y
desplantes a Trump y sus partidarios (por su enfrentamiento con China, su mala
gestión de covid, su salida de la OMS y un largo etcétera) se ha suscitado por,
aparte de ser un acto irreverente e indigno, temerse la reacción de movimientos
islámicos que podrían iniciar represalias no solo contra el clérigo, sino
contra las tropas e intereses americanos en medio mundo, justo cuando la
situación militar en Irak y Afganistán es más difícil de pronosticar, y precisa
más de la colaboración de la población civil, justo cuando el presidente hace
gala de su vena anti mejicana y racista y justo cuando Washington está más
empeñado en iniciar una guerra comercial, al menos, contra todo lo que se
menea.
De momento las amenazas del FBI y las llamadas a la calma
del gobierno del estado no han dado mucho fruto, por lo que el riesgo ha sido
frenado por la negativa del departamento de bomberos de Gainesville a dar el
permiso para hacer la hoguera, y de algunas compañías telefónicas que han
decidido boicotear los spams intimidatorios.
En realidad, Jones, un fanático exiguo de seguidores e
irrelevante en el panorama social americano, no ha hecho más que avivar la
histeria antimusulmana latente en Estados Unidos, alimentada por el 11S, las
guerras asiáticas, la cizaña del lobby judío y la marginalidad de este
colectivo en el país, según declaraba esta semana el líder islámico americano,
Muhammad Musri. Una histeria latente que despierta, de día en día, aprovechada
y alimentada por personajes como Trump , dispuestos a emplear la debilidad
humana, en su propio beneficio. Y en eso, la explosión de Minneapolis sigue la
misma dinámica.
En un país ensimismado en la libertad individual y de
prensa, casar estos derechos con la libertad religiosa y los intereses
gubernamentales se está volviendo complicado en los últimos tiempos, como
reconocía hace tiempo el fiscal general del Estado, Eric Holder.
No son raras estas situaciones en Estados Unidos, donde la
tan manida libertad individual da paso, en ciclos muy cortos a personajes como
este, que amparados en las leyes son capaces de poner en marcha procesos a
veces extravagantes y muchas peligrosos. Poco se entiende, sin embargo, que
este personaje, que tuvo que abandonar Alemania, su primer centro religioso,
acosado por la comunidad turca que le acusaba de xenófobo, y por la policía,
que le acusaba de ladrón, haya podido levantar de nuevo el negocio en una zona
tan progresista de Florida. O que mantenga su iglesia abierta tras la salvaje y
desvergonzada campaña que protagonizó en su día contra el candidato a la
alcaldía Arthur Lowe, y todo por ser homosexual.
Desde que su iglesia fuera fundada en 1986, y desde que el
asumiera su liderazgo en 1996, parece que ha pasado tiempo para que las
autoridades pudieran haber evitado esta peligrosa situación.
La obra de Jones, revela la delgada línea de defensa que una
sociedad, defensora de la ley y la libertad, tiene ante personajes
estrambóticos como este que, pese a ser minoritarios, pueden poner en peligro a
toda la sociedad cuyas leyes les amparan. Y el peligro de una policía amparada
por la presión de los blancos y la apatía de muchas administraciones, que anteponen
su reelección a un mínimo de moralidad e ideales.
También el escándalo Jones ha vuelto a poner sobre la mesa
el desmedido poder de la prensa, capaz de poner en portada mundial a un loco de
pueblo, que sin la colaboración de aquella nunca habría obtenido relevancia. De
eso sabemos mucho los que tomamos a diario pequeñas iniciativas que,
silenciadas por la prensa, nunca existen a los ojos de la sociedad.
Solo unos pocos han reaccionado ante las provocaciones del
pastor. Pero en ocasiones no por una convicción moral. Ante una leve amenaza,
Occidente se baja los pantalones, cede y se moviliza para pedir perdón por
adelantado y no enojar al mundo islámico. Una reacción muy distinta que la que
esas sociedades practican con los occidentales o con sus propios miembros.
Y así camina Occidente, dando bandazos entre políticos
demagogos que explotan las miserias del alma humana y hombres de buena fe,
llenos de complejos, capaces de soportar cualquier cosa, con tal de no ofender
a ideologías cuya sola actitud es una ofensa.
Y en medio Trump, y todos los que le siguen ante nuestra
pasividad.
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