sábado, 1 de febrero de 2020

Una historia de teatro



Cuando a tantos se debe, las despedidas son largas, de ahí mis tantos escritos.
En mis noches de vigilia suelo dedicar el tiempo a recordar, a cerrar los ojos y rememorar tantos detalles como soy posible de una vida vivida más entre las paredes de mi colegio que fuera de ellas.
Estos días tengo en la cabeza el teatro, ese maravilloso teatro que dirige con cariño y mano firme el gran Goyo Gómez.


Y con ese recuerdo en la mente, encontré ayer esta foto. Entonces no era como ahora que hay que mandar a la prensa los textos redactados y las fotos editadas. Entonces invitabas al periódico, un reportero venia y hacia la crónica y la foto. Estrenábamos “Usted tiene ojos de mujer fatal”, y como recoge el Diario fue un éxito.

Lo fue porque hay gente especial, gente decisiva en nuestras vidas, bien porque construye catedrales, sana cuerpos o mentes, descubre estrellas y Atlántidas o hace teatro. Y con José Luis Urraca Casal Sergio Miera, Alberto Garcia , Borja Estebanez, Beatriz Cabo, Reyes Díaz, Joaquín Peña Ana Boada , Jose Carlos Rodríguez , Raquel Mestre y David Torre habíamos descubierto uno de los oficios más nobles de un ser humano, de la mano de Charo Bedia Gutiérrez Bedia y de ese conjunto de magos del gesto la palabra y el alma que eran nuestros alumnos.

Y es que para mi, pocos rasgos habrá tan humanos como la capacidad creativa. Amar, ayudar, impulsar, construir, superar las dificultades de la existencia y la convivencia son los elementos claves del ser social. Y la escuela es una incubadora de seres humanos, positivos, sociales, creativos y, por supuesto felices. Esa idea había estado presente desde casi sus inicios en La Paz. Y había encontrado su regazo en el teatro. Junto al baloncesto de Manolo Gómez, Blas Puente y Ramón Reigadas, los grupos corales de Miguel, el fútbol, el voley …

Cuando llegue a La Paz el teatro era una herramienta educativa muy potente marcada por la maestría de Charo Bedia Gutiérrez Mis primeros allí días quedaron ya definidos por una generación extraordinaria. La de Piret, Pereda, Miera, Alberto Garcia Ahijado, Fuentes, Ana Boada, Carolina… Y tras ella otra, la de José Luis Urraca Casal, Dani Miera, Luís Ordoñez, Marta Molleda Muñoz Susana Zapata Torre, Sergio Martinez Herrera… Y luego otra la de Miguel De Dios González y otra. Era imposible parar con aquella gente y cuando el segundo año fui su tutor me sumergí en sus vidas ya sin remedio. El segundo año de estar en casa nos propusimos volver a realizar los viajes de estudios, para ello hacia falta dinero y nos pusimos a hacer eso que ahora se llama emprendimiento.

No se cuantas cosas hicimos para obtenerlo (camisetas, el primer desfile de moda, teatro..), hasta que nos dimos cuenta que el viaje no era importante, lo extraordinario era el camino. El año anterior había ayudado a la promoción de Quinzaños, Julio Ruiz de Salazar … a montar una obra de teatro el día antes de las fiesta de la Paz, como marcaba entonces la tradición. Jardiel Poncela era el autor y nosotros sus aprendices. El teatro estaba lleno, aunque poca gente se enteró de la trama. Eso si, nos estuvimos riendo un mes de cómo Carlos había improvisado toda la obra.




Con ese brutal precedente, al año siguiente propuse a la siguiente promoción hacer del teatro no una obligación de fiestas, si no un placer diario. Formamos el grupo de la foto y nos lanzamos.

Al año siguiente había tanta gente que quería vivir la experiencia que forme dos grupos. Al año siguiente 3 y después cuatro. Las sesiones de trabajo de guión y de ensayo ocupaban las tardes de los jueves, la de los viernes y las mañanas de los sábados, en varios turnos para que todos pudieran ensayar. Era una situación delirante propia solo de un profesor muy ignorante. Pero lo pasábamos bien. Entre bambalinas hablábamos de teatro, de la vida, de sus sueños. Sobre el escenario todo desaparecía y nos sumergíamos en un mundo absurdo que solía acabar con la paciencia del compañero de turno que desde la concha del teatro intentaba sin éxito que los diálogos se ajustaran a la obra. En aquellos tiempos, tras cada feria de la Lechera íbamos a que nos regalaran las moquetas usadas, también cogíamos cosas de los contenedores para el atrezzo e incluso tablas para hacer las estructuras de los decorados, cuando los tramoyistas no eran capaces de realizar en tela o papel los fondos de tanta obra. En cada obra grabábamos aquella locura y enviábamos vídeos a todos los concursos del país, siendo finalistas en una ocasión del Festival de Teatro de Sevilla, con “Tres sombreros de copa”

Al acabar la temporada nos reuníamos para cenar y contar las incontables anécdotas del año. Recuerdo que nos conocíamos tanto que era difícil esquivar nuestros sueños y nuestros rasgos. En una de esas cenas me regalaron la colección completa del Capitán Trueno, mi ídolo de niñez. Y es que en aquellas aventuras teatrales viajábamos a Thule en busca de Sigrid y a lejanos mundos tras la estela de Trueno, Crispín y Goliat.

Con ayuda del Ayuntamiento y la entonces Caja de Ahorros pusimos en marcha (porque el trabajo se nos hacia poco) la primera muestra de teatro joven de Torrelavega, que se desarrolló en el teatro del Colegio, con nosotros, el Politécnico de Peñacastillo, el IES Besaya y el colegio de SS.CC. de Miranda, entre otros. Hicimos tres ediciones, cada una con más público. Pero la radio, la revista y los demás detalles de la vida de cada uno de ellos nos obligó a empezar a parar. Llevábamos diez años y ya no teníamos resuello o más bien yo ya no era capaz de mantener viva su ilusión. Así que antes de fracasar otra vez decidí parar.

Pero el descanso duro poco. La Fundación la Caixa puso en marcha un programa educativo de teatro. Y nos apuntamos, sin pensarlo. Fueron tres años maravillosos. Charo Bedia Gutiérrez impartía las sesiones de técnica teatral en la antigua aula de música cercana al comedor, yo trabajaba los guiones y dirigía con ella los ensayos y Heidi Rodríguez Cruz me acompañaba en los viajes, como aquel de Estella con el grupo de Juan García, Cristina Ordóñez y Alicia Palencia González. Viajes en los que nos encontrábamos con otros grupos de España y aprendíamos y aprendíamos, hasta casi reventar de ser felices. Eran años en los que teníamos el apoyo de Carolina Ruiz Marcos, Marta Gómara y Chris Baldwin, los ingeniosos hidalgos de Espiral Teatro.
Mi último día fue en la primavera de 2009, en el Teatro Concha Espina con el maravilloso grupo de Álvaro Sáenz Garcia , BC Juan , Mario Vara Gutierrez , Marta Bustamante Vega …

Aquel día comprendí que la aventura había terminado. Charo Bedia Gutiérrez era realmente la imprescindible y Goyo Gómez el futuro, la ilusión la nueva mirada de aquella herramienta tan potente. Yo como siempre, ya no era necesario, ya no podía aportar nada y los niños necesitaban algo mejor. Desde entonces he experimentado con cuentacuencos o microteatro, pero no es lo mismo.


Desde entonces cada año voy al teatro a ver a Teatro Temakel, a admirar ese trabajo ingente y tan educativo que Goyo Gómez levanta cada curso. Y escudriño el escenario buscando entre las sombras y el musitar de los actores a Susana Zapata Torre, a Alberto Garcia a Carlos a Armando a José Luis Urraca Casal, a Dani a tantos a los que debo tanto por tanto como recibí sin darles nada a cambio. Por eso cuando alguna vez me encuentro con ellos me entran ganas de decirles “Usted tiene ojos de mujer fatal”. 

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