Cuando a
tantos se debe, las despedidas son largas, de ahí mis tantos escritos.
En mis
noches de vigilia suelo dedicar el tiempo a recordar, a cerrar los ojos y
rememorar tantos detalles como soy posible de una vida vivida más entre las
paredes de mi colegio que fuera de ellas.
Estos días
tengo en la cabeza el teatro, ese maravilloso teatro que dirige con cariño y
mano firme el gran Goyo Gómez.
Y con ese
recuerdo en la mente, encontré ayer esta foto. Entonces no era como ahora que
hay que mandar a la prensa los textos redactados y las fotos editadas. Entonces
invitabas al periódico, un reportero venia y hacia la crónica y la foto. Estrenábamos
“Usted tiene ojos de mujer fatal”, y como recoge el Diario fue un éxito.
Lo fue
porque hay gente especial, gente decisiva en nuestras vidas, bien porque
construye catedrales, sana cuerpos o mentes, descubre estrellas y Atlántidas o
hace teatro. Y con José Luis Urraca Casal Sergio Miera, Alberto Garcia , Borja
Estebanez, Beatriz Cabo, Reyes Díaz, Joaquín Peña Ana Boada , Jose Carlos
Rodríguez , Raquel Mestre y David Torre habíamos descubierto uno de los oficios
más nobles de un ser humano, de la mano de Charo Bedia Gutiérrez Bedia y de ese
conjunto de magos del gesto la palabra y el alma que eran nuestros alumnos.
Y es que
para mi, pocos rasgos habrá tan humanos como la capacidad creativa. Amar, ayudar,
impulsar, construir, superar las dificultades de la existencia y la convivencia
son los elementos claves del ser social. Y la escuela es una incubadora de
seres humanos, positivos, sociales, creativos y, por supuesto felices. Esa idea
había estado presente desde casi sus inicios en La Paz. Y había encontrado su
regazo en el teatro. Junto al baloncesto de Manolo Gómez, Blas Puente y Ramón
Reigadas, los grupos corales de Miguel, el fútbol, el voley …
Cuando
llegue a La Paz
el teatro era una herramienta educativa muy potente marcada por la maestría de
Charo Bedia Gutiérrez Mis primeros allí días quedaron ya definidos por una
generación extraordinaria. La de Piret, Pereda, Miera, Alberto Garcia Ahijado, Fuentes,
Ana Boada, Carolina… Y tras ella otra, la de José Luis Urraca Casal, Dani Miera,
Luís Ordoñez, Marta Molleda Muñoz Susana Zapata Torre, Sergio Martinez Herrera…
Y luego otra la de Miguel De Dios González y otra. Era imposible parar con
aquella gente y cuando el segundo año fui su tutor me sumergí en sus vidas ya
sin remedio. El segundo año de estar en casa nos propusimos volver a realizar
los viajes de estudios, para ello hacia falta dinero y nos pusimos a hacer eso
que ahora se llama emprendimiento.
No se
cuantas cosas hicimos para obtenerlo (camisetas, el primer desfile de moda, teatro..),
hasta que nos dimos cuenta que el viaje no era importante, lo extraordinario
era el camino. El año anterior había ayudado a la promoción de Quinzaños, Julio
Ruiz de Salazar … a montar una obra de teatro el día antes de las fiesta de la Paz , como marcaba entonces la
tradición. Jardiel Poncela era el autor y nosotros sus aprendices. El teatro
estaba lleno, aunque poca gente se enteró de la trama. Eso si, nos estuvimos
riendo un mes de cómo Carlos había improvisado toda la obra.
Con ese
brutal precedente, al año siguiente propuse a la siguiente promoción hacer del
teatro no una obligación de fiestas, si no un placer diario. Formamos el grupo
de la foto y nos lanzamos.
Al año
siguiente había tanta gente que quería vivir la experiencia que forme dos
grupos. Al año siguiente 3 y después cuatro. Las sesiones de trabajo de guión y
de ensayo ocupaban las tardes de los jueves, la de los viernes y las mañanas de
los sábados, en varios turnos para que todos pudieran ensayar. Era una
situación delirante propia solo de un profesor muy ignorante. Pero lo pasábamos
bien. Entre bambalinas hablábamos de teatro, de la vida, de sus sueños. Sobre
el escenario todo desaparecía y nos sumergíamos en un mundo absurdo que solía
acabar con la paciencia del compañero de turno que desde la concha del teatro
intentaba sin éxito que los diálogos se ajustaran a la obra. En aquellos
tiempos, tras cada feria de la
Lechera íbamos a que nos regalaran las moquetas usadas, también
cogíamos cosas de los contenedores para el atrezzo e incluso tablas para hacer
las estructuras de los decorados, cuando los tramoyistas no eran capaces de
realizar en tela o papel los fondos de tanta obra. En cada obra grabábamos
aquella locura y enviábamos vídeos a todos los concursos del país, siendo
finalistas en una ocasión del Festival de Teatro de Sevilla, con “Tres
sombreros de copa”
Al acabar
la temporada nos reuníamos para cenar y contar las incontables anécdotas del
año. Recuerdo que nos conocíamos tanto que era difícil esquivar nuestros sueños
y nuestros rasgos. En una de esas cenas me regalaron la colección completa del
Capitán Trueno, mi ídolo de niñez. Y es que en aquellas aventuras teatrales
viajábamos a Thule en busca de Sigrid y a lejanos mundos tras la estela de
Trueno, Crispín y Goliat.
Con ayuda
del Ayuntamiento y la entonces Caja de Ahorros pusimos en marcha (porque el
trabajo se nos hacia poco) la primera muestra de teatro joven de Torrelavega, que
se desarrolló en el teatro del Colegio, con nosotros, el Politécnico de
Peñacastillo, el IES Besaya y el colegio de SS.CC. de Miranda, entre otros. Hicimos
tres ediciones, cada una con más público. Pero la radio, la revista y los demás
detalles de la vida de cada uno de ellos nos obligó a empezar a parar. Llevábamos
diez años y ya no teníamos resuello o más bien yo ya no era capaz de mantener
viva su ilusión. Así que antes de fracasar otra vez decidí parar.
Pero el
descanso duro poco. La
Fundación la Caixa puso en marcha un programa educativo de
teatro. Y nos apuntamos, sin pensarlo. Fueron tres años maravillosos. Charo
Bedia Gutiérrez impartía las sesiones de técnica teatral en la antigua aula de
música cercana al comedor, yo trabajaba los guiones y dirigía con ella los
ensayos y Heidi Rodríguez Cruz me acompañaba en los viajes, como aquel de
Estella con el grupo de Juan García, Cristina Ordóñez y Alicia Palencia
González. Viajes en los que nos encontrábamos con otros grupos de España y
aprendíamos y aprendíamos, hasta casi reventar de ser felices. Eran años en los
que teníamos el apoyo de Carolina Ruiz Marcos, Marta Gómara y Chris Baldwin, los
ingeniosos hidalgos de Espiral Teatro.
Mi último
día fue en la primavera de 2009, en el Teatro Concha Espina con el maravilloso
grupo de Álvaro Sáenz Garcia , BC Juan , Mario Vara Gutierrez , Marta
Bustamante Vega …
Aquel día
comprendí que la aventura había terminado. Charo Bedia Gutiérrez era realmente
la imprescindible y Goyo Gómez el futuro, la ilusión la nueva mirada de aquella
herramienta tan potente. Yo como siempre, ya no era necesario, ya no podía
aportar nada y los niños necesitaban algo mejor. Desde entonces he experimentado
con cuentacuencos o microteatro, pero no es lo mismo.
Desde
entonces cada año voy al teatro a ver a Teatro Temakel, a admirar ese trabajo
ingente y tan educativo que Goyo Gómez levanta cada curso. Y escudriño el
escenario buscando entre las sombras y el musitar de los actores a Susana
Zapata Torre, a Alberto Garcia a Carlos a Armando a José Luis Urraca Casal, a
Dani a tantos a los que debo tanto por tanto como recibí sin darles nada a
cambio. Por eso cuando alguna vez me encuentro con ellos me entran ganas de
decirles “Usted tiene ojos de mujer fatal”.
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